Por Mario Sorokin

Don Ata

Cuando era pibe, en mi casa mis viejos nos inculcaban una profunda mística por la patria. Los días de actos en la escuela, nos levantaban temprano y nadie faltaba al evento en el colegio, ni siquiera ellos. Mi mamá ordenaba aseo la noche anterior para que el día del acto mi hermana y yo estuviéramos impecables, mi papá ponía la radio desde temprano, en aquella época, en las fechas patrias, las radios solo podían emitir música nacional, a la mañana temprano un sonido a zambas y un tentador perfume a café con leche invadían la casa… Allí descubrí a don Atahualpa Yupanqui. 

Me ponía el guardapolvo escuchando esa maravillosa guitarra que inequívocamente era argentina, esas poesías con ese fraseo, y con solo 8 o 9 años aprendí a valorarlas, me atrajo su música y sus composiciones. Con el correr del tiempo indagué más sobre su obra, sus chacareras, sus estilos, sus milongas y su maravillosa poesía. Don Ata nos introduce en la cultura folklórica del interior profundo de nuestro país, tan rica en aspectos éticos y autóctonos, sin eludir nunca las cuestiones sociales siempre presentes en su verba filosa y sincera. Más allá de sus distinciones, y de sus reconocimientos, la obra completa de Don Ata es asombrosa y fecunda, tiene cientos de grabaciones compuestas por él, clásicos incunables del folklore argentino y sudamericano, y decenas de libros de poesías. Él supo cómo llegarle tanto al paisano de a caballo como al erudito de las ciudades, el tocaba esa vara íntima en la sensibilidad de grandes artistas, como en el gusto de un niño de 8 años. Él le cantaba a un trabajador explotado y miserable, como a un bebé de madre negra, él conocía todos los personajes que habitan la pampa, cada color de pelo y cada maña de nuestros caballos, cada secreto, cada estrella y cada cerro de nuestra tierra, cada amor y cada desdicha y su idioma fue una poesía, cruda y generosa, amarga y bella, que manejaba con erudición, siendo él mismo indudablemente un verdadero hombre de “Pata en el suelo”, en nuestro suelo, como se autodefinía y como sus rasgos lo atestiguaban.

Por mi parte tengo una debilidad especial por su música, por su voz seca y ronca, y por su poesía, quizás no hablo desde la imparcialidad, porque desde niño lo admiré mucho, es el artista que más me conmovió de nuestro folklore, por lo prolífico, por lo auténtico y por lo genial.

Este 31 de enero cumpliría 115 años… partió en 1992, una eternidad sin su arte y su sabiduría.