Robert Hill tenía una presencia imponente. Medía 1,87 metro y pesaba 100 kilos. Era lo que los estadounidenses llaman un workoholic (adicto al trabajo). Se levantaba a las 5 de la mañana, dormía menos de cuatro horas por día. El entonces Embajador norteamericano en Buenos Aires, solía montar a caballo y también practicaba el tenis, aunque nunca quedó registrado para la posteridad si alguna vez jugó algún set contra el almirante Massera, como sí solía hacerlo el Nuncio Vaticano Pío Laghi.
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