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Gestión, reformas y Cultura Política

Oculto en la hipermediatización que vivimos, Rogelio Frigerio transita el primer tramo de su mandato. El gobernador y su equipo saben que están en una meseta tan beneficiosa como inquietante. Salvo el malogrado juicio político a Sergio Montiel en manos de Felix Del Real, la era democrática que se inició en 1983 no les ha traído mayores sobresaltos a los mandatarios entrerrianos. Esa certeza estadística actúa como respaldo frente a una gestión sin dinero para repartir y sin ideas para implementar.

Por Eduardo Medina*

La “Reforma política y electoral” anunciada con bombos y platillos en mayo pasado fue una estratagema que, de a poco, parece, empieza a tomar color. Luego, la nada. Puja con gremios, microcréditos, “mejoras”, “avances”, “implementaciones” y las agotadoras fotos de “articulaciones” entre distintos actores que no parecen conocer ideologías. Enesa línea, es de destacar el encomiable trabajo de la Secretaría de Prensa y Comunicación del gobierno provincial, que de nimiedades cotidianas de gestión produce “noticias”.

El momento comunicativo en el que Frigerio asume su mandato se torna contradictorio.

Es el mismo que le permitió ser gobernador, pero también es el que puede privarlo de “brillar” en el escenario local y, más que nada, en el nacional. La pauta publicitaria a los distintos medios implica solo un velo opaco, pobremente objetivo, sobre su figura y la gestión, tal como lo fue con Urribarri o Bordet. Como en las olimpiadas, el discurso periodístico zigzaguea, elude, esquiva, omite el elemento culposo. El caso de Orrico es una muestra más que palpable de estas “omisiones”. El escueto tratamiento de la muerte de Ariel Goyeneche una evidencia irrefutable. Independientemente de esto, nada puede incentivar a escribir loas hacia nadie, mucho menos sin motivos.

¿Qué define a una gestión de gobierno exitosa en nuestra provincia? Desde luego, la concreción de rutas, caminos, seguridad, transparencia, desarrollo, crecimiento de la producción y el empleo, etc. No obstante, un pensamiento superficial de la política pondría el foco en la popularidad, en la imagen positiva o en la aceptación de la gente.

Frigerio bordea la línea que separa estas dos variantes y, más allá de los speach de campaña, hasta ahora no hay muestras de una narrativa sólida que nos ayude a discernir su verdadero camino. De nuevo, no hay forma de construir un discurso de gobierno sin elementos reales, fácticos, desde donde componer dicho discurso. De ahí la frase que más le duele a Juntos por Entre Ríos: “la gestión todavía no arrancó”.

El entrecruzamiento de medios tradicionales de información, incluidos páginas y blog en internet, y el fenómeno de streaming, también repercute en las lomadas entrerrianas.

Es la primacía de lo visual que absorbe esferas circundantes (radio, diarios, revistas) y que, como todo, intenta su réplica a partir de una demanda que todavía no está muy clara. En realidad, antes que eso, la verdadera batalla está dada en la porteñización de los consumos locales, en donde la quita de la programación de LT14 es el mejor ejemplo. Muchos creen que hay una estética visual y auditiva creada en la capital del país que predomina en cuanto a gustos, pero lo que en efecto ocurre es que la información local ha perdido valor ante la complejidad y aparente riqueza de los entramados discursivos de orden nacional. Hay una operación en la jerarquía de los valores de nuestros coterráneos que no deja de serle beneficiosa a cualquier gestión de gobierno, mucho más a la de Rogelio Frigerio y su gente.

En esa línea, como un fuerte de estos meses, o como mecanismo para proteger la figura del gobernador, se ha desplegado un mapa de voces provenientes de la gestión que intervienen en el debate público y crean un ambiente polifónico, con ciertos tintes pluralistas, acorde con “lo que la sociedad reclama”. Allí aparecen Aluani, Lena, Troncoso, Rogel. También Roncaglia y Maneiro. La sociedad percibe que hay un gobierno, pero nada más.

Yendo al punto, sobre el proyecto que la gestión titula como “Reforma política y electoral”, habría que decir varias cosas. Lo primero, que su nombre es muy extenso, debería ser sólo “Reforma electoral”. Lo segundo, que, para ser un proyecto con pretensiones de ser consensuado, debería estar escrito, plasmado en un papel o en un borrador. Por ahora, se trata, extrañamente, de una iniciativa que circula en el aire, en el éter, una especie de sueño que ya ha tenido pretensiones de realidad, a partir de una pomposa presentación en mayo y de una actividad en el CPC el pasado miércoles 7 de agosto.

Suena curioso que una reforma de este estilo, que incide con fuerza sobre las reglas de juego, se deje en manos de actores políticos con pretensiones de disputar poder en las próximas elecciones, de operadores de gobierno y de un sujeto, Adrián Pérez, que no es entrerriano, que no está inserto en el territorio de ninguna forma, que no es una referencia en la materia, pero que por alguna razón es el principal orador de un elemento central para la vida democrática de los entrerrianos. Tampoco se entiende que como referencia académica se invite a una docente de Santa Fe, de la UNL, teniendo dos facultades en Paraná, una pública y una privada, en donde se enseña Ciencia Política.

Las invitaciones cursadas a última hora a las autoridades universitarias locales demuestran desinterés e improvisación, lo cual parece una constante en distintas áreas de la gestión.

Para que un proyecto pueda llamarse “Reforma política” debe contemplar la voz de innumerables actores sociales que, por decantación, reclamarán una mayor capacidad de representación, que es donde hoy nuestro sistema más flaquea. A raíz de un poder legislativo en donde, una parte, Diputados, son personas inscriptas en una nómina luego de roscas, trifulcas palaciegas y demás, y no referentes que emanan de bases que los elevan como sus “representantes”. En el caso del Senado, ese mismo hecho está más atenuado. Allí también los nombres surgen de la rosca pura y dura, pero tienen su validación general (no partidaria) en las urnas. En ambos casos, una vez electos, salvo escasísimas y honrosas excepciones, no se los vuelve a ver nunca más en sus respectivos territorios.

En cuanto al Poder Ejecutivo, desde las campañas electorales, sus programas de gestión están diseñados en base a la intuición, el sentido común y cierta coherencia captada de la esfera pública. En ese punto, la voluntad del pueblo o el “sentirse representados” de parte de algunos ciudadanos parece lograr cierto grado de verdad. El equipo del candidato que afina más el oído en ese rubro puede obtener unos puntos extras. Una vez iniciada la gestión, domina la cautela y la burocracia. Si en la campaña era todo posible en base a las convicciones y la buena voluntad, en la gestión prima la especulación política y financiera y el desapego a las expectativas generadas.

Este cuadro de situación no escapa a la aceptación tácita de cualquier ciudadano perspicaz y, por lo tanto, el que tiene el poder trabaja sobre ese acostumbramiento, esa apatía, tan conveniente para hacer lo que plazca. Pero, lo que no captan los actores políticos de mayor responsabilidad, es que esta situación horada cada vez más la autoridad del Estado, la capacidad de legitimar las políticas públicas y la forma de entendimiento que la comunidad tiene de su propia identidad, comprendiendo allí problemas, conflictos y, lo más urgente, la pobreza extrema, la desigualdad, la marginación, la exclusión.

Una gestión por sí sola no va a solucionar los grandes problemas si una sociedad no se interesa por esos problemas. Para generar ese interés hace falta activar mecanismos de participación, reelaborar los espacios de representación y, lo más difícil, consolidar liderazgos de mayor apertura.

Es un proceso que se forja en la cultura, en la Cultura Política más precisamente, que es lo que fundamenta la sociedad y su sostenimiento a través del tiempo. Pero, un equipo de técnicos de gobierno que no es del territorio, que desconoce la idiosincrasia de nuestra sociedad, sus valores implícitos, sus guiños, la conformación sincrónica y diacrónica de su historia, se encuentra en desventaja a la hora de proyectar cualquier tipo de política pública, mucho más una pretendida “Reforma política”.

La reforma electoral que se intenta es una tecnificación de la política que reduce dinero y tiempo y los canaliza hacia otros menesteres. Básicamente, propaganda, encuestas, entrevistas y, ahora, análisis de campaña con Inteligencia Artificial. Es la lógica productivista aplicada a la política para aumentar rendimientos y es la escalada furiosa hacia una centralización de las figuras políticas que poseen el conocimiento y los recursos para este tipo de campañas [donde dice “recursos” léase millones de pesos o dólares]. En las grandes urbes, la campaña hecha a pulmón es toda una quimera.

Esta tecnificación también permite reducir el número de ciudadanos militantes, que disputan lugares de poder, bajándolos al escalón de adherentes o simpatizantes. ¿A cuántos dirigentes provenientes de sectores humildes, populares, vemos en las legislaturas o en los distintos consejos deliberantes? Si observamos atentamente, cada vez que aparece una o uno, los partidos los muestran como un triunfo. Sin embargo, los sectores populares son el setenta por ciento del padrón, siendo su verdadera representación casi nula.

El ensalzamiento de una reforma electoral de este tipo necesita para su concreción de la anulación de cualquier tipo de reforma política seria. Si la conformación de listas se sigue produciendo en la oscuridad de los despachos y la ejecución de las campañas en los edificios de Puerto Madero, la distancia entre la clase dirigente y la sociedad será cada vez mayor. Las grandes consultoras nacionales se frotan las manos. En el fondo, no se discute poder ni comunidad, se discuten negocios. Estos dilemas no nacen con Frigerio, sino que vienen de antes, pero encuentran en el actual gobernador su receptor perfecto.

 

* Politólogo. FTS-UNER

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