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Milei y el riesgo de la nostalgia fascista
El avance de un discurso agresivo, la deslegitimación sistemática de la política y la exaltación del odio como motor de cohesión social configuran una deriva autoritaria que, aunque travestida de libertad, exhibe trazos inquietantes del viejo ideario fascista. El gobierno de Javier Milei, lejos de ocultarlo, lo potencia con relatos que banalizan el desprecio y erosionan los límites democráticos desde adentro.

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Lo beneficioso de la gramática democrática es su disposición para vehiculizar la realidad, que no es otra cosa que la contemplación de la existencia real y efectiva de los hechos, a través de las palabras. Somos testigos del ascenso de un lenguaje profundamente agresivo y hostil, fenómeno que no solo refleja una alteración en la retórica política, sino que también tiene profundas implicancias en el entramado social y democrático.

El uso de la violencia verbal y descalificadora se ha convertido en un pilar de la comunicación del régimen libertario. Su estrategia no es casual; busca capitalizar el descontento social para deslegitimar la política y movilizar a sus bases leales. Esto abre amplísimas interpretaciones sobre si no estamos transitando tiempos fascistoides.

«Fascista» no es una categoría caduca en el lenguaje político. Tiene vigencia y es pertinente para definir a sujetos que políticamente piensan y operan de modo antidemocrático, estando contenidos dentro de las fronteras de la propia democracia.

Roland Barthes, semiólogo y filósofo estructuralista, considera que el lenguaje es fascista porque es restrictivo. Responde a la estrecha relación entre lenguaje e ideología y a su tendencia al dogma, a la afirmación. Todo discurso o acción que se desvía de la afirmación dogmática, a través de las palabras, debe convertirse en elemento convincente sin responsabilidad ética alguna.

La narrativa mileísta avanza cuando se desinteresa del maniqueísmo que traza límites como: “nosotros (los libertarios) y los otros (los orcos, los kukas, las cucarachas, mandriles, zurdos hdp)”, un límite producto de lo que Ludwig Wittgenstein, filósofo del lenguaje, describe como: “los límites del lenguaje son los límites del mundo que lo representa: su ideología”. Esta dicotomía extrema le ha permitido a los libertarios avanzar con narrativas utilizando el temor como una herramienta para justificar la opresión y la censura.

Por cierto, Milei nunca buscó construir una oratoria que no se muestre como tal. No disimuló su proyecto de destrucción. Nunca buscó suavizar el despojo, la injusticia y el dolor. El creciente desencanto de gran parte de la sociedad con la política le permitió articular relatos que, por repetición, estandarizan lo improbable, lo irracional y también el odio, eslabón indispensable para la unión entre los individuos en proceso de fascistización.

Si bien es cierto que el gobierno no se consolida como lo que solemos entender en términos del fascismo pasado, hay evidencias claras que apuntan contra las instituciones democráticas. Basta recordar la encuesta ordenada por Santiago Caputo: “¿Querés vivir en democracia o preferís autoritarismo que te garantice buenos resultados económicos?”.

El autoritarismo no siempre aparece de forma evidente. A veces, las palabras y los relatos construyen realidades que ocultan su naturaleza insidiosa y las consecuencias que ellas acarrean. Una amplia mayoría se fascinó con “¡Viva la libertad, carajo!”, “vamos por la casta inmunda”, “vamos a ir a buscar a los zurdos de mierda”, sin reparar en que, en esas expresiones mimetizadas, se encierra una insinuación al ordenamiento diseñado por y bajo mando fascista.

Estas frases paradojales no son novedosas; ya hemos vivido un tiempo con otras frases como “el silencio es salud”, “algo habrán hecho”, que gozaban del mismo poder paradojal: el de plantear, en nombre de algún “bien”, el silencio abrazado a la sumisión y a la censura.

Hannah Arendt sostenía que en la lógica fascista hay una “alianza temporal del poder de la turba y la élite económica”. Esto explica, de alguna manera, el apoyo a las palabras y acciones violentas del presidente por parte de las corporaciones económicas y financieras. Una alianza que encuentra coincidencias para controlar los excedentes entre el capital y el Estado en el proceso productivo. El fascismo y el capitalismo no son enemigos.

Un aspecto preocupante es no recuperar rápidamente el control de nuestra mirada sobre el peligro que resulta de la forma de conducción de un personaje megalómano, ridículo, antinatura, sin sentido, que expresa la degradación de amplios sectores sociales. Es entendible que la desazón de muchos argentinos pueda nublar el juicio crítico y llevar a aceptar las políticas sin cuestionarlas. Es necesario volver a mirar la realidad, para que nos demos cuenta de que el desprecio es omnipresente en el mundo libertario.

Este ridículo que nos gobierna dice que sobre temas personales y políticos es aconsejado por sus “hijos de cuatro patas”, cada uno cumple un rol estratégico: “Milton muestra futuro, Murray elabora enfoque filosófico, Robert me ayuda a ver mis fallas y me contiene, al tiempo que combate contra la oscuridad, y Conan arma la estrategia”. Hegel decía que los hechos y personajes de la historia se muestran dos veces, y Marx lo completaba: una vez como tragedia y otra como farsa. Milei diariamente se empeña en convertirse en la reiteración farsesca del fascismo pasado. Cuando digo farsesca, lo digo por las palabras que componen su narrativa y por la mezcolanza ridícula con que la compone.

1 comentario

  • habrá que repensar seriamente el modo en que se conecta la política con la ciudadanía. ojala el peronismo pueda encontrar compañeros que genere ideas para atacar la indiferencia
    Hay algo peor que el odio, es la indiferencia

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