En los años 90, esos medios, hoy convertidos en multimedios y megaempresas, fueron cómplices de los gobiernos que, a través de las recetas del Consenso de Washington, lograron una desregulación total del mercado de la comunicación, lo cual permitió la formación de enormes oligopolios comunicacionales. Esto colocó a los cuatro poderes del mismo lado y dejó a la ciudadanía indefensa, creyendo que los periodistas a los que admiraban se oponían al modelo neoliberal simplemente porque denunciaban presuntos casos de corrupción en los cuales era inevitable darles credibilidad. Pero no fue así: la prensa tradicional fue cómplice de ese modelo, lo cual se manifestó en el graffiti callejero que decía: «Nos mean, y la prensa tradicional dice que llueve». Genial.
Pero para ser más preciso, el cuarto poder ni siquiera se convirtió en uno de los cuatro poderes, sino en el principal, capaz de imponer condiciones a los representantes del pueblo. El carácter dominante de ese cuarto poder quedó expuesto cuando el signo político de los gobiernos cambió y ya entrado en el siglo XXI, los medios de comunicación se encuentran en una campaña permanente de ataque y desestabilización. Quien diga que la prensa nacional tradicional fue crítica del gobierno de los 90 se confunde. La prueba más concluyente de que el modelo no era cuestionado es que Clarín apoyó la continuación del mismo a través de la Alianza, vínculo político que se constituyó formalmente, por si no lo saben, en los estudios de «Todo Noticias», propiedad del Grupo Clarín. ¡Qué tal!
Sabemos que la cantidad salvaje de estímulos comunicacionales genera una información que termina por ocultar lo relevante, transformándose en una «caverna platónica» en la que los consumidores ingenuamente creen ser testigos de la realidad. Por eso, hoy en un contexto en el que la información fluye vertiginosamente, la mejor censura no es el «recorte» como antes, sino la sobreabundancia, aquella que no permite discriminar lo importante de lo superficial.
¿Quién censuraba durante la Dictadura Militar? Más allá de la complicidad civil, la censura era practicada por el propio gobierno del Terrorismo de Estado. Y hoy, ¿quién ejerce la censura? Sabemos que en el interior, los medios que operan con gráfica tienen condicionadas las ventas de bobinas de papel de acuerdo a las bajadas de línea que les hacen sus proveedores, es decir, Papel Prensa. Pero también existe otra manifestación de censura encubierta que el ciudadano común no ha advertido. Esta es la que se impuso con la derogación de la Ley de Medios Audiovisuales, impuesta por el «cuasi dictador» Mauricio Macri. Esto produjo la concentración de más de 350 medios de comunicación en todo el país, anulando o reduciendo al mínimo las voces disidentes. El problema al que se enfrenta un periodista hoy en día es que, en la mayoría de los casos, debido a la concentración de los medios, se encuentra en la posición de ejercer su libre expresión de ideas en contra de la propia corporación que le paga el sueldo.
¿Se puede hablar de periodismo sin hablar del lenguaje? De algún modo, el lenguaje constituye el mundo en el que habitamos, lo que implica que la lucha por transformarlo debe incluir cómo hablamos y cómo nos referimos a él. La credibilidad del periodista dependerá en gran medida de su dominio del lenguaje. Así fue como el ciudadano común pudo entender cómo los medios «construyen» realidades y cómo los periodistas que una vez fueron considerados héroes en la sociedad civil de los años 90 (durante el gobierno de Menem) defendían intereses que los alejaban de la tan mencionada objetividad. Por supuesto, todavía hay una cantidad significativa de ciudadanos que mantienen una mirada ingenua hacia los medios de comunicación. El desafío actual es devolverle al poder de la palabra del periodista la misma importancia que alguna vez tuvo, lo cual es una lucha central en la actualidad.
Ahora quisiera hablar de un acontecimiento trascendental de este último cuarto de siglo XXI: la tremenda influencia del periodismo casi pornográfico de la política. Para que esto sea posible, debemos preguntarnos por qué las sociedades demuestran más terquedad que un grupo de chimpancés. ¿Será porque existe una tendencia natural en los seres humanos a engañarse a sí mismos o porque hay una manipulación sistemática de la opinión ajena? La propaganda, disfrazada de opinión, explota las debilidades psicológicas para aceptar con fanatismo cualquier falsedad. De otra manera, no se explica cómo pueblos que se consideran desarrollados e ilustrados pueden «marchar» como ratones o niños tras la música del flautista mágico de Hamelín, solo para terminar ahogándose en las profundidades del río. ¿Y por qué digo esto? Porque el flautista es Edward Bernays, el padre de la «propaganda política», autor de la ideología del consenso y de la venta de bebidas, guerras, golpes de Estado, y los medios masivos de comunicación son la flauta que narcotiza los oídos.
Los integrantes de un país siempre se ven y se representan mucho mejor de lo que los hechos dicen de ellos. Por eso, la historia es la matriz originaria del periodismo, representada por los escribas o historiadores, quienes también tienen una visión sesgada de los hechos que describen. Por ejemplo, las Cruzadas no se consideran actos de terrorismo de países periféricos y subdesarrollados, como lo era la Europa del siglo XII, sino de príncipes y héroes al estilo de San Jorge, montando un caballo blanco y arrasando ciudades y matando infieles con elegancia, tal como lo hacen ahora los fanáticos del Estado Islámico vestidos de negro. En Estados Unidos, la narrativa periodística, hecha por blancos, describió el masivo robo de tierras y el exterminio de los aborígenes como una guerra en «defensa» ante los sistemáticos ataques de los «salvajes». Lo mismo ocurrió en nuestro país, presentando la Conquista del Desierto como una guerra de «civilización o barbarie». El General Roca tiene el monumento más grande en la ciudad de Buenos Aires, eclipsando al de San Martín, y eso es un reconocimiento de la oligarquía de la pampa húmeda por tener la posibilidad de acceder a millones de hectáreas de las tierras más ricas. Esta es otra parte secuestrada por el periodismo conservador de La Nación, fundada por Mitre para darle continuidad a un relato falso que se extendió en las décadas siguientes.
Volviendo al ejercicio del periodismo, podemos decir que la Era de la Post Verdad no es algo nuevo. A lo largo del siglo XX, la verdad tuvo que ser ocultada al público para poder manipularla. Sin embargo, lo nuevo es la «voluntad» de la población de ignorar los hechos una vez que se revelan, y su complacencia y fidelidad hacia una mentira que ha sido desvelada. Ya no se puede excusar la falta de acceso a la información ni el ocultamiento de los crímenes de las potencias civilizadas y supuestamente civilizadoras. Por ejemplo, la guerra entre Ucrania y Rusia es una guerra delegada a través del dictador Zelensky, quien asumió el poder en 2014 mediante un golpe de Estado auspiciado por la CIA. A partir de entonces, se llevó a cabo un bombardeo sistemático sobre la región de Donbás, de habla rusa, causando la muerte de 15.000 civiles y con la intención de involucrar a Ucrania en la OTAN para poder instalar misiles contra Moscú. ¿Alguien podría pensar que Putin aceptaría eso? Sin embargo, la información que proviene de la OTAN y se filtra a los periodistas «sobornados» de todo Occidente presenta a Rusia como si quisiera restaurar la antigua Unión Soviética. Incluso existe un fondo especial de 1.500 millones de dólares para distribuir en las agencias de noticias de Occidente, porque la guerra también se libra en el campo de las comunicaciones. Por eso, la «gente» piensa y repite como loros los mensajes de los periodistas engolados, como si fueran gurús de la información.
Y la gente que piensa no está dispuesta a acudir a las fuentes y reconocer los hechos por encima de sus pasiones y frustraciones. La política se ha convertido en un acto de catarsis, y el periodismo «malicioso» se aprovecha de estas aguas turbulentas.
La pregunta que dejo para el final es: «¿Hay libertad de expresión?» Depende de dónde se ejerza, ya que muchos colegas están condicionados por su «libertad de pensamiento». En gran medida, se ha renunciado a la aplicación de la «ética» en el ejercicio de la función periodística. La ética, no solo en el periodismo, es un análisis sistemático y crítico de la moralidad de la conducta y la coherencia en el mantenimiento de las convicciones.
Por eso, el periodismo es escribir y decir lo que otros no quieren que digas o escribas.
¡Feliz día del periodista a todos los colegas! ¡Feliz aniversario DIARIOJUNIO! «Que 20 años no es nada”, como dice la canción.
HUGO
LA CULPA LA TIENE MACRI!!