“Nace el grito en Federal, entre palma y ñandubay, grito macho el sapukay, y en ancas de alguna brisa, el chamamé se desliza, por costas del Gualeguay”
(Aníbal Romeo Cúneo)
Así es, para fines de enero, principios de febrero, un poderoso hechizo comienza a apoderarse poco a poco de los amigables habitantes de Federal, que no hablan, no respiran, no discurren por las polvorientas calles del pueblo, otra energía que no se enrede sino con los ritmos y la magia del chamamé, contagiados por una particular pujanza, aliento, empuje, que los lanza al tiempo inminente, estremecedor, como un vehemente y luminoso rayo, hacia la alegría profunda y conmovedora del acontecimiento máximo: el “Festival del chamamé”.
Yo he vivido ahí, en la “ciudad del canto y esperanza”, he convivido con esa gente amistosa y cálida que te acoge sincera y afectuosa y te abraza de inmediato, te aloja en su seno fraternal, y por eso siento, como he sentido entonces, esa emoción sin nombre, ese formidable regocijo, esa felicidad desmesurada, ante la proximidad del tiempo en que todo se transforma, como en un cuento fantástico, como un encantamiento fascinante, en un mundo fabuloso y seductor, por obra de ese embrujo mágico colectivo, que se llama Chamamé.
“Chamamé…todo tu embrujo mágico echó sus raíces, aquí en Federal” escribió el poeta Víctor Seri. Nació así, naturalmente, “en plena selva Montielera, rodeada de palmas y ñandubay” (1) parida de las vivencias profundas, de los rituales sagrados, de las alegrías y tristezas del hombre que habita la región del litoral, esa manifestación cultural, ese canto, esa música, esa danza que, a la vez que expresa su identidad, la define, esa que viene del fondo guaraní, mezclada con arcilla jesuita, europea y criolla, que se hace región, que trasciende las mezquinas fronteras de los idiomas y los países. Crece y se desarrolla como un niño prodigio en el centro norte entrerriano, como un pequeño que se levanta y apenas camina y, a poco, comienza a hablar y se hace maduro hasta erguirse como hoy, con una inusitada fortaleza, seguridad, armonía.
Esa idea trasluce la lectura del extraordinario libro de Arturo Luna (2), uno de los privilegiados parteros de la criatura, esa imagen de una fiesta que fue creciendo por hitos, por etapas, por momentos de construcción sucesiva, que expresaron el esfuerzo y la voluntad de su pueblo, Federal. Llegaba él, cuenta Arturo, por esa ruta de barro, intransitable por la lluvia, en un acoplado tirado por un tractor, a la “Pista Bonomi”, para ver, en la Colonia Federal, al maestro Tarragó, el Rey del chamamé. Era el año 1975 y se encuentra con Chirino Insaurralde y el alemán Weitemeier, quienes entusiasmados, después del baile, analizan la posibilidad de “hacer algo” en Federal, estimulados sin duda, por el surgimiento de festivales en distintas ciudades de la provincia de Entre Ríos, en lo que parecía ser, una prolífica década que amanecía fecunda para las fiestas populares, en el inicio de los años setenta. Hablaron con Jorge Heyde, el intendente de entonces, al que se sumó la participación de Dina Mazzucco, Presidenta de la Comisión Municipal de Cultura. Cuentan, a esa altura, con el interés de un importante grupo de vecinos, y así alumbra Federal, en ese movimiento incesante de vivacidad, dinamismo y vida, el primer” festival del chamamé del norte entrerriano”, que se concretó, felizmente, el 6,7 y 8 de febrero de 1976.
Estuvieron en esos primeros años, las grandes figuras, los más grandes, Tarragó Ros, Linarez Cardozo, Mario Millán Medina, Raúl Barboza, y cuanto histórico del chamamé deleitaba en ese momento a un público ávido. Ese primer encuentro, fue en la cancha de Básquet del Club Talleres, con un éxito contundente en el escenario “Ernesto Montiel”. El nombre fue elegido, como homenaje por su fallecimiento, el 6 de diciembre del 75, en plenos preparativos del primer festival. El “Señor del Acordeón” tuvo el lugar merecido en la memoria colectiva y, desde ese momento, con todos los cambios de lugar, la magia de los acordes siguió elevándose sobre su nombre, hasta llegar al actual, en el imponente anfiteatro “Francisco Ramírez”.
Como la creación divina, los hombres y mujeres de Federal, que hicieron suya la criatura, fueron cada vez componiendo, inventando, imaginando sus propias marcas, por ejemplo esa glosa que inicia el sueño festivalero: “Nace el grito en Federal, entre palma y ñandubay… Decidida por concurso, de un modo participativo, al igual que el slogan, cuya elección recayó en la propuesta por la Sra. Ignacia Cuatrocchio de Méndez, como “Federal, ciudad del canto y la esperanza”.
Fue en esos tiempos iniciáticos, como lo describe ardorosamente Don Arturo Luna, tiempo de elección de guaynas, el padrinazgo en el” cuarteto Santa Ana de don Ernesto Montiel” y el madrinazgo de María Ofelia, la idea del “invitado especial” con músicos de otro género, Paloma Valdéz, la primera voz femenina, la áspera disputa con Corrientes por el nombre del Festival, que a posteriori fue oficializado como “Festival Nacional del Norte Entrerriano” y Federal seguía creciendo, sobre miembros cada vez más robustos y vigorosos. Vino luego el cuento del membrete, con la imagen de un personaje que dio lugar a las historias más inverosímiles, ¡¡“El Cachencho”!!
Todo este recorrido maravilloso, toda esta edificación cautivante, se fue levantando con los brazos hábiles, la aguda ilusión y la chispa creativa de un pueblo que abrazó, acompañó y cuidó su obra, como los artistas protegen y quieren los frutos de su creación. El Cachencho, símbolo de Federal y del Chamamé, es según lo asegura su hacedor, una caricatura producto de su imaginación y que no tuvo más que en ella, la fuente de su inspiración. Pero es que sucedió algo increíble, y es que tres o cuatro años más tarde de su irrupción en el escenario, como muñeco articulado, hace su aparición Juan Carlos Silva, la réplica humana del cachencho. Entiendo, de las palabras de Insaurralde que voy a citar, que es el hombre de carne y hueso el que imitó al modelo dibujado:” yo no lo conocía a este hombre, mal me podía haber inspirado en él para crear la caricatura…alguien me llama a la vereda y veo que alguien parecido al muñeco venía caminando. La gente ya lo llamaba Cachencho” (2).
El crecimiento del festival dio lugar a muchísimos otros acontecimientos más, tan emotivamente contados por Luna, entre los que se cuenta el nacimiento de los Pre-Federal y las famosas bailantas, decididas por el fervor del pueblo cuando a las sombras del Barrio Militar. Con el fin de comparecer conmovidos ante sus admirados ídolos, verlos de cerca y disfrutar de algún tema que exaltaba el ambiente, se acercaban espontáneamente en ese lugar en el que los genios se congregaban. Y aun cuando los grandes músicos se retiraban de ese lugar de descanso, el mismo pueblo chamamecero armaba el baile con guitarras y bandoneones que salían de quién sabe dónde y entonces crecía desde la tierra profunda, “las bailantas más grandes del litoral”.
Y pasaron en esta historia del festival las tristezas por los tres días de lluvia del 90, o el incendio del quincho, las enormes alegrías del salto extraordinario de calidad que le dio Tedy Golman, la construcción del Parque infantil y el infinito progreso de esa fiesta extraordinaria. Las leyendas, las anécdotas jugosas, los recuerdos cautivantes, están en el libro “Nace el grito en Federal” (2), brillante registro personal de un acontecimiento del que todo Federal se siente parte, porque constituye su identidad y su historia. También, cuando el calendario marca el segundo mes del año, se actualiza esa historia, cada vez que el sapucay grita los sueños siempre recién nacidos y recomenzados, ese canto, ese ritmo, esa danza inigualable que produce una impresionante metamorfosis de ese noble y tranquilo pueblo, que inyecta en sus venas una alta dosis de adrenalina, goce e inigualable alegría que inundan sus calles, que penetran todos los espacios, bares y casas, todos los lugares en los que solo se vive el Chamamé, como un ritual festivo que retorna, implacablemente en los maravillosos febreros del centro norte entrerriano.
En estos días voy yendo a Federal y voy viendo cómo las brujas ya han echado el hechizo, la poción encantadora de las almas prestas y prontas a revivir en un nuevo y maravilloso encuentro, la magia del chamamé, en la ciudad del canto y la esperanza, en el pueblo que cultiva la amistad, que abraza, cálido y afectuoso, a sus visitantes, que tienen el don del corazón grande y amoroso, como el extraordinario y eterno poeta de esas tierras a quien quiero homenajear con uno de sus sentidos versos:
FEBRERO ES CHAMAMÉ
Para principios de febrero, cuando está madurando el yatay,
En mi pago montielero, madura un fuerte sapucay.
Federal abre sus puertas, cual si tuviera un payé
Y el litoral se despierta, con la fiesta del chamamé.
Suena alegre un acordeón, y despiertan las chicharras,
Se acelera un corazón, al compás de una guitarra.
Polvareda en la bailanta, a la sombra del eucalital,
Se levanta aquel que acampa, a orillas del Federal.
Sentimiento musiquero, de esta tierra bien tagúé
Hoy canto y a la vez quiero, homenajear al chamamé.
Eduardo Cardoso “A mi pago y su gente” editorial panza verde.
(1)Eduardo Cardoso: “ A mi pago y su gente…poesías y versos sencillos” Editorial Panza Verde
(2)Luis Arturo Luna:” Nace el grito en Federal” Editorial” Birkat Elohim”.
(*) Psicólogo MP243
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