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Hinchas por la vida: una respuesta inesperada ante la represión a los jubilados
Frente a la brutalidad policial y el abandono del Estado, una respuesta inesperada e inĆ©dita surgió desde las tribunas: los hinchas de fĆŗtbol decidieron acompaƱar y proteger a los jubilados en sus marchas de los miĆ©rcoles. En un contexto de represión sistemĆ”tica y desamparo, fueron ellos quienes parieron una idea creativa y maradoniana: cuidar a los adultos mayores de los palos y los gases. Este gesto extraordinario, que ya se expande como un reguero de pólvora a otras hinchadas y ciudades, desafĆa la estigmatización histórica de las multitudes populares y resignifica el rol del hincha como un actor de resistencia y dignidad.

«¿Y para quĆ© trabaja uno si no es para ir los domingos y romperse los pulmones en las tribunas hinchando por un ideal? ĀæO es que eso no vale nada? ĀæQuĆ© serĆa del fĆŗtbol sin el hincha?… El hincha es todo en la vidaā (1).
Como en la dĆ©cada del 90, los jubilados vuelven a ser vĆctimas de un ajuste brutal y de un ensaƱamiento cruel. SĆ, el concepto de la crueldad es, sin duda, el que cabe a este gobierno y a buena parte de sus adherentes y cómplices. No casualmente la tasa de suicidios de adultos mayores trepó a rĆ©cords históricos en la dĆ©cada final del siglo XX. ĀæCómo vivir sin dignidad?
Ese goce cruel, cuya figura visible durante el menemismo fue Domingo Cavallo, lo encarna hoy la siniestra ministra Patricia Bullrich. Ella ni siquiera llega al cinismo que hizo llorar al ministro de Menem, lÔgrimas hijas de puta, de cocodrilo, frente a Norma PlÔ, la valiente jubilada que lideró la lucha de los viejos por sobrevivir con dignidad.
Bullrich disfruta ordenando una represión atroz a una policĆa que convalida la āobediencia debidaā, aquella conducta cobarde a la que apelaron hasta los jerarcas nazis para defenderse de haber masacrado a cinco millones de seres humanos.
Esta crueldad forma parte de una cultura de la mortificación, cuya expresión mĆ”xima es la encerrona trĆ”gica: una situación en la que una vĆctima se encuentra en una condición de invalidez, sin posibilidad de apelar a un tercero de la ley, a merced de sus verdugos. Se considera un paradigma del desamparo cruel.
La tortura es un ejemplo de encerrona trĆ”gica, ya que la vĆctima depende de alguien a quien rechaza para sobrevivir o dejar de sufrir. El psicoanalista Fernando Ulloa elaboró estos conceptos justamente trabajando con las vĆctimas de la dictadura.
La encerrona trĆ”gica es el modelo en el que se despliega la crueldad en el gobierno de Milei y sus cómplices: los trabajadores despedidos y desocupados, los niƱos que se acuestan con hambre mientras los alimentos se han podrido en los galpones de Petovello, los enfermos oncológicos desesperados por sus remedios, las vĆctimas del fuego, los tornados y las inundaciones a quienes se les ha dicho que se las arreglen solos, enfundados en patĆ©ticos uniformes, las mujeres entregadas a las fauces de los femicidas y, los jubilados, que mueren de hambre y privados de remedios, sufren la encerrona trĆ”gica.
Los jubilados, de manera mƔs visible.
Desde agosto del aƱo pasado comenzaron a manifestarse con marchas por exiguas reivindicaciones, bƔsicamente seguir viviendo. En realidad, expresan su deseo de morir de pie, con dignidad, habiendo puesto su testimonio de lucha ante tanta ignominia.
La respuesta ha sido negarles los aumentos. Los legisladores prostituyeron sus votos, vendieron por dinero la traición al pueblo, a sus votantes, y apoyaron el veto del Presidente. Después, se comieron un asadito para celebrar.
La otra respuesta fue la represión.
La mƔs penosa, la mƔs degradante.
Todos los miĆ©rcoles, el indignante espectĆ”culo de ancianos corriendo, llorando, gaseados, golpeados por palos asesinos, bajo la mirada impotente o indiferente de la sociedad, bajo la apatĆa y la ausencia de la oposición y la CGT, bajo la complicidad de un Poder Judicial cómplice por inacción de la masacre.
Encerrona trÔgica. Sin apelación a un tercero de la ley. Entregados, como en el circo romano, a los leones vestidos de Robocop.
Y es ahĆ, en la repetición atroz y repugnante de esa escena, en el momento preciso de la nauseabunda naturalización del crimen, que se produce lo inesperado y lo inĆ©dito.
Ante el abandono de quienes debĆan proteger a los jubilados, se eleva una figura insólita: la figura de los hinchas de fĆŗtbol, seres apasionados y nobles.
Ellos parieron una idea genial, creativa, solidaria, maradoniana, y empezaron a acompaƱar, para cuidarlos, a esos jubilados desamparados. Para defenderlos y protegerlos.
Aún mÔs, como un reguero de pólvora, llevaron la voz a otras hinchadas para que este miércoles acompañen y defiendan a los abuelos de la represión policial.
Y este gesto extraordinario va a crecer poco a poco. SĆ, incluso en nuestra ciudad, convocada por organizaciones sociales, polĆticas, gremiales y sindicales, manifestarĆ”n maƱana, poniĆ©ndose la camiseta de los adultos mayores, en la Plaza 25 de Mayo a las 18 horas.
Toda esta historia es muy emocionante.
Lo es en un paĆs que ha tendido a la estigmatización y criminalización de los movimientos populares.
Los hinchas de los clubes de barrio, tanto como sus fundadores, los inmigrantes, fueron perseguidos y desvirtuados por el Poder OligƔrquico y los intelectuales a su servicio, que justificaban el orden social vigente, injusto y desigual.
AsĆ, guiados por ejemplo por la pluma de un JosĆ© MarĆa Ramos MejĆa, tanto los movimientos anarquistas y socialistas como las hinchadas de fĆŗtbol y todos los movimientos colectivos que cuestionaban ese orden inmoral eran considerados incultos, irracionales, impulsivos y violentos, individuos que perdĆan la razón al integrarse a las masas, capaces de un desorden y una rebeldĆa āpeligrosaā, tal como lo escribió en Las multitudes argentinas, un libro que el psiquiatra publicó en 1899.
Es decir, el poder inscribió dentro de estos conceptos positivistas a las multitudes felices y puras que temĆa, en el territorio de la barbarie, para justificar su control y la represión.
Es en 1951, tal vez, con la realización de la pelĆcula El hincha, del fenomenal Enrique Santos DiscĆ©polo, que esos seres apasionados fueron rescatados desde la ternura, las pasiones alegres y la capacidad de entrega y sacrificio a ideales altruistas.
Como aquellos en los que hoy cabalgan āhonrando a Maradona, honrando a Norma PlĆ”ā estos hinchas de los viejos, para que la pelota no se manche y para que los jubilados tengan, a diferencia del viejo Coronel de GarcĆa MĆ”rquez, quienes los defiendan.
(1) Film argentino «El hincha», Enrique Santos Discépolo.
