Es muy cierto que algo falló en nuestro saber político, como ciudadanos y como dirigentes, a la hora de pensar en la «realpolitik» de estos tiempos. Al creer en los fundamentos de un pasado irredento, no le supimos dar un cuestionamiento sincero a través de una autocrítica purificadora que sirviera para transformar la realidad de un futuro muy incierto para nuestro país y sus instituciones. Hay que dejar de soñar, sin olvidar los llamados «años felices». Hay que aceptar el desafío que nos impone la Historia, modificándonos nosotros mismos como ciudadanos y como seres políticos, y dejar de jugar a las experiencias políticas del «prueba y error», porque enfrente tenemos un adversario que, con lenguaje siniestro —vacío sí, pero vacío— nos despoja del futuro, culpándonos del pasado.
Y esta «guerra» no es nueva. Lo que ahora llaman «timba financiera», y que es presentada como un plan económico, ya tiene el destino sellado lamentablemente. Sino, recordemos cómo fue durante la dictadura militar en 1976; la convertibilidad (1991-2001); y el macrismo (2015-2019). Y ¡oh, casualidad!, esta vez no será diferente. En el fondo, esos episodios apenas constituyeron gigantes oportunidades de negocios y negociados para los monopolios privados, locales y extranjeros, con un fondo de represión, endeudamiento y desindustrialización.
¿Y cuál fue el resultado? Está representado por la cantidad de «activos» de argentinos en el exterior: nada menos que US$ 454.886 millones de dólares (INDEC), a diciembre de 2024. Ese es el resultado de la apropiación del excedente económico, debidamente cooptado para ser fugado a «paraísos fiscales». Ese «crimen perfecto» es incluso presentado como un estímulo al desarrollo, que suele llamarse con el eufemismo de «valoración financiera». Y aunque fue eficaz —igual que el actual— para destruir el modelo de industrialización nacional, no fue capaz de mantener un modelo sustentable en el tiempo, porque ese NO fue el objetivo.
En efecto, el modelo neoliberal-libertario está marcado por crisis a repetición, que no son más que la oportunidad de privatizar ganancias, socializar pérdidas y tomar más deuda a cuenta de la Nación. Modelo este iniciado por Duhalde-Cavallo.
A través del tiempo, el mensaje de la oligarquía es claro: «Estamos dispuestos a soportar un desequilibrado en el gobierno, para garantizar nuestra tasa de ganancias y aumentarla si es posible». Si ya pusimos asesinos como Aramburu y Rojas, así como genocidas como Videla y Massera, ¿qué parte no entienden? Nuestra propiedad privada es inviolable, sagrada, y vamos por más. Acaso, luego de cada dictadura o «dictablanda», aparecen los mismos civiles de siempre en los equipos políticos y económicos de los gobiernos.
Hay que recordar que luego de las bombas de junio y septiembre de 1955, en 1956 llegó el endeudamiento con el Club de París, rematado con la entrada al FMI en 1958. Porque el asunto consiste en mantener bajo control a la sociedad civil argentina de modo tal que no interrumpa las bondades y bonanzas del saqueo planificado, a través del argumento del sufragio universal como derecho inalienable del pueblo.
Por eso es necesaria la «guerra» de baja intensidad a la que estamos sometidos y no nos damos por aludidos. Y si es necesario, hay que recordar que la supuesta «guerra contra la subversión» fue la que permitió aplicar la política de Martínez de Hoz en 1976 —con 30.000 desaparecidos mediante—, y fue la Guerra de Malvinas la que intentaron los cívico-militares de entonces para durar más allá de la inviabilidad, aun al precio de sacrificar una causa nacional en interés propio.
Los años 90 nos trajeron la participación en la Guerra del Golfo, de modo que no haya dudas de nuestro alineamiento occidental. Costó dos atentados, 117 muertos, más el asesinato de 39 civiles en diciembre de 2001 cuando «cayó» el uno a uno, Menem-De la Rúa. Macri, como De Petri, compraron aviones inservibles y obsoletos, pero se les «perdió» el submarino ARA San Juan, aunque siempre supieron dónde estaba. ¿Para qué guerra nos preparan? Mientras, ¡viva el carry trade!.
Porque la guerra, la verdadera —como la política— la hace el que puede, no el que quiere. Porque las guerras las hacen quienes son incapaces de mantener un orden económico, ya sea a nivel mundial o nacional. También se puede utilizar la guerra para «ordenar» a la sociedad mediante el control o la represión, ¿o no, Patricia?
El problema es cómo hacer cuando no existen las posibilidades de librar una guerra concreta, pero sí contar con las funcionalidades del ordenamiento bélico y de los servicios de inteligencia para construir un «enemigo» funcional al Gobierno.
Por eso se la inventa; por eso el Estado Nacional está en guerra contra los jubilados. ¿Cómo se les ocurre pedir un aumento, si no hay «plata»? Está en guerra contra los médicos del Hospital Garrahan, modelo en Latinoamérica, cuyas exigencias pueden desequilibrar las cuentas fiscales, que son el sacrosanto del anarcocapitalismo.
Pero hay que tener una guerra que sea identificable. Porque sin enemigo no se puede.
Así fue como Milei, con alma de «perrito faldero», declaró que «Irán es el enemigo de la Argentina», y como la guerra de los 12 días entre Israel e Irán por ahora duró poco, se revivirá la causa AMIA a través de un juicio en ausencia (¿?) cuya sentencia solo falta traducir al castellano; lo mismo con el «Memorando con Irán», que fue aprobado por el Congreso pero nunca se llegó a firmar.
En fin, pareciera que quien se oponga a «las guerras» del Occidente liberador de causas justas, es un ciudadano traidor. Estamos, como decía Thomas Hobbes, en un «mercado donde prima la violencia sin política, que nos lleva a una vida individual, solitaria, pobre, desagradable, brutal y muchas veces injustamente breve».