Habría que repasar la Historia minuciosamente para encontrar un parangón en la misma similar a este momento distópico, donde el caos político, económico y social se han alineado como una constelación depredadora, donde el poder supura corrupción por los cuatro puntos cardinales, en una gramática que se infiltra masivamente hasta en los consumos sociales y culturales, haciendo ostentación de superioridad moral, despolitización del conflicto evidente, desprecio por cualquier organización popular, sobre todo con un ejercicio de deshumanización que hace dudar de la clase de ideología —si fascistoide o esquizoide—, tal es la sublimación hacia el horror social.
Quizá sea una patología de identificación. Si es así, tal identificación es absolutamente regresiva, en tanto y en cuanto promueve una fantasía de omnipotencia, deshistorizada y despolitizada, hasta provocar el rechazo de la misma Escuela Austríaca de la cual el presidente Milei dice que es su fuente de inspiración ideológica y económica. El mismo Instituto Von Mises le señala su conocimiento superficial y defectuoso sobre las ideas de libertad y la expansión del Estado policial. O sea que tenemos una «falla» de origen en su concepción. Por lo tanto, el resultado será también fallido por error de concepción.
Para el Gobierno, su ejercicio es la lógica del poder sin proceso, del triunfo electoral sin lucha de clases, de la Justicia venal a la injusticia social. Es el culto a la degradación de la política, amoral y corrupta, que se trepa hasta los «hombros» del mismo Gobierno, que ha merecido ser tapa de los principales diarios del mundo, cuyo «barro espurio» nos salpica a todos.
Los delitos humanitarios contra la fragilidad de los más vulnerables les provocan un goce inimaginable por la naturalización de la violencia, del despojo de derechos inalienables que son constitutivos de la condición humana.
Se ha producido en nuestro país una disolución de la praxis colectiva, sustituyendo el poder popular organizado por un poder verticalista, omnipotente y entreguista.
El modelo «motosierra» no es neutro: encarna una simulación de poder destructivo hacia el que se oponga. Es un antihumanismo de masas. No solo porque niega la fragilidad de los vulnerables, la contradicción o el proceso, sino porque propone un modelo de humanidad separado del pueblo, superior a lo humano.
Mientras las luchas históricas reales nos enseñan que la emancipación es un proceso conflictivo, imperfecto y sobre todo colectivo, Milei quiere imponer una solución mesiánica, salvadora, en un solo hombre. Por eso el «payaso» dio lugar a Superman, que se identifica como un significante de seguridad, prestigio, reconocimiento de héroe y salvador de la República.
El problema es que el escenario no es un tablado de circo ambulante, sino la geografía de todo un país al que le han saqueado el presente y le han hipotecado el futuro.
Las últimas imágenes de la «pareja» presidencial con las criptomonedas Libra y el ataire de las «coimas» en todo el espectro gubernamental son el naufragio de la decadencia, donde se confunden vicios con virtudes, y donde no basta con administrar tramposamente la decadencia que deja la dependencia.
Por eso el «amigo» Shakespeare tenía razón: «Algo huele mal en Dinamarca»… ¡Y en la Argentina también el hedor no solo huele, sino que duele!