Cargando clima...

DOS ORILLAS
Director: Claudio Gastaldi
6 septiembre, 2025

Publicidad

Cotizaciones
Cargando cotizaciones...

Última hora:

Luis Caputo anunció que a partir del lunes se levanta el cepo

Nota escrita por: Ricardo Monetta
5 septiembre, 2025
Nos hicieron creer que el voto era la democracia (Parte I)
Por: Ricardo Monetta
En la democracia moderna, el voto ya no es sinónimo de poder ciudadano, sino un mecanismo que legitima un sistema de dominación encubierta. La participación electoral se ha transformado en un ritual simbólico, mientras el neoliberalismo y la psico-política manipulan emociones, datos y comportamientos para controlar a los ciudadanos sin necesidad de represión explícita. La democracia, concebida siglos atrás para sociedades analfabetas, hoy funciona como laboratorio de experimentación conductual, donde el marketing político reemplaza a la política real.
6 min de lectura
Por: Ricardo Monetta

Compartir:

En esta democracia semilíquida, cada vez menos institucional, más vulnerable, más ultrajada por la suma de vicios de toda naturaleza, subordinada a intereses propios y extraños, es que se hace necesario replantearse por qué, bajo su manto nominal, cada vez que acudimos a la exaltación del voto, para que un supuesto «Mesías» político venga a rescatarnos de los «fuegos del Averno», no importa qué nombre salga electo. Las reglas del juego permanecen intactas. La historia nos cuenta que, desde nuestros ancestros y aún más allá en el tiempo, cumplimos el rito sagrado del voto, por el que tanto lucharon generaciones enteras y con una vocación de fe patriótica. O sea, que heredamos eso que se llama democracia como algo obligado, sin tener en cuenta sus imperfecciones y sus limitaciones que, a lo largo del tiempo, la hicieron tan degradada. Y no vayan a creer que me opongo a ella y a sus instituciones. De ninguna manera.

El problema radica en que pareciera que la responsabilidad del ciudadano termina en esa urna, donde se alojan los deseos y todas las esperanzas de quienes creen haber ejecutado el deber cumplido. Pero no es así. El problema es «el sistema», este mismo que perfeccionó el arte de hacerte sentir escuchado, mientras en realidad luego te ignora olímpicamente. Porque hoy, sibilinamente, la opresión mutó en seducción. El cuarto oscuro electoral se convirtió en el confesionario del capitalismo tardío. Porque quien vota en esta democracia lo hace como quien deposita sus pecados, y sale absuelto hasta el próximo ciclo. Pero la absolución es falsa. La participación no es poder. Es el combustible que alimenta su propia dominación.

Es que el neoliberalismo ya no necesita sacar los tanques a la calle cuando tiene algoritmos en sus bolsillos. La opresión mutó en seducción. La dictadura ahora se volvió psico-política. Mira los números que nadie conecta: satisfacción política en mínimos absolutos; manifestaciones públicas que no alteran ninguna ley, porque tienen de rehén a la legislatura corrupta.

Pero el problema no se inicia hoy. Desde la escuela primaria nos enseñan el relato oficial como verdad oficial. Nos enseñan que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo (?). Los manuales de instrucción cívica presentan el voto como la herramienta «sagrada» que nos separa de las tiranías. Políticos de todos los colores repiten el mantra hasta el agotamiento. También el de: si no votas, no te quejes.

La participación electoral legitima el sistema. Pero la abstención es complicidad con el autoritarismo. La narrativa dominante del poder oculto tiene sus villanos favoritos, que son los políticos corruptos de guante blanco; los habitantes apáticos, que no ejercen sus derechos, no se reciben de ciudadanos; los extremistas que polarizan el debate con soluciones superficiales para problemas profundos; y las fake news que distorsionan la información.

Todo esto forma parte de la trampa conceptual. Porque mientras discutimos si los políticos son honestos o falaces, nadie cuestiona la estructura misma del «juego político». El problema no estaría en los jugadores, sino en las reglas del juego.

«Rascando» la historia, conviene saber que la democracia representativa fue diseñada en el siglo XVIII para sociedades donde el 90% no sabía leer. Hoy, con ciudadanos hiperconectados e informados, seguimos usando el mismo sistema obsoleto, creando gente que no sabe pensar. Por eso el capitalismo neoliberal absorbió la democracia y la convirtió en un sistema de dominación. Ya no necesitan reprimir votantes si pueden reprogramarlos.

El marketing político no vende propuestas. Vende entidades emocionales que el capitalismo produce y nosotros consumimos como marcas. El marketing político no es una distorsión de la democracia. Es una evolución lógica bajo un capitalismo tardío en sus últimos estertores. La psico-política opera convirtiendo cada aspecto de nuestras vidas en datos susceptibles de ser explotados. Cuando hacemos un click en una noticia o tenemos una reacción a algo simple como un meme político, todo alimenta algoritmos que saben más sobre tus inclinaciones políticas que vos mismo.

Por eso no somos ciudadanos con derechos. Somos un perfil con patrones de comportamiento predecibles. ¿Se acuerdan de Cambridge Analytica en las elecciones que ganó Macri? Bueno, eso no fue un escándalo. Fue la revelación accidental de cómo funciona realmente el poder hoy: millones de datos con perfiles psicológicos construidos para predecir y manipular comportamientos electorales. Mensajes personalizados que explotan los miedos específicos, los traumas particulares, las esperanzas más íntimas. Muchos se escandalizaban con Facebook, pero las mismas técnicas se refinaban en las plataformas digitales. Google sabe cuándo se duda del voto. Amazon predice las ideologías sobre las compras. Netflix deduce la posición política por las series que consume cada ciudadano.

Es que el capitalismo de vigilancia convirtió la democracia en un laboratorio de experimentación conductual, donde el voto es el resultado predecible de estímulos calculados. La transformación inconsciente es profunda y aterradora. Antes (y ahora) el poder necesitaba de la censura. Ahora te inunda con información tóxica hasta la parálisis cognitiva. Antes el poder prohibía los partidos políticos. Ahora multiplica las opciones hasta que todos parezcan iguales. Antes y ahora compraban votos con dinero. Ahora los manufactura con target emocional.

El ciudadano del siglo XXI no es manipulado en general. Ya es «producido», fabricado, optimizado para votar según «patrones» que benefician al capital. Vivimos en una sociedad del rendimiento, donde cada uno es empresario de sí mismo. La identidad política se convierte en otro dato que optimizar. Se vota ya, no por convicción, sino por coherencia con la marca personal. Por ejemplo: el emprendedor exitoso no puede apoyar políticas sociales sin dañar su pertenencia individualista.

El capitalismo logró algo que ninguna dictadura pudo: hacer que vigiles y disciplines tus propios pensamientos políticos. Las campañas electorales ya no buscan convencer. Buscan activar los disparadores emocionales que el historial digital de cada uno reveló. Es más miedo que propuesta. Un ciudadano enojado es un ciudadano vulnerable; un ciudadano esperanzado es un ciudadano pasivo. La polarización no es un accidente. Es el modelo de negocio. Los debates presidenciales se diseñan como reality show, con momentos viralizables. El capitalismo redujo la complejidad política a un contenido consumible, compatible. Pero lo más siniestro es cómo internalizamos esa lógica hasta en nuestras conversaciones privadas. Ya no necesitas policía del pensamiento, cuando cada ciudadano se convierte en su propio censor.

Continuará…

Fuente: Nota elaborada con información de Rebelión.org

Deja el primer comentario

Escribe aquí abajo lo que desees buscar
luego presiona el botón "buscar"
O bien prueba
Buscar en el archivo