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Cinco Siglos Igual: Colonia, violencia y espejitos de colores

La herencia colonial sigue latiendo en la violencia estructural, en el machismo y el desprecio por los pobres y excluidos. El 12 de octubre, lejos de representar un encuentro de culturas, marcó el inicio del mayor genocidio de la historia. Cinco siglos después, los discursos de odio, el antifeminismo y la entrega de soberanía reeditan la lógica colonial que aún define nuestras violencias.

Sergio Brodsky

19 octubre, 2025

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5:59 pm

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El Gobierno Nacional interpreta la llegada de Colón, el 12 de octubre, a estas tierras como un acontecimiento civilizatorio. Según esa mirada, los europeos trajeron a partir de ese día la cultura y la civilización a los “salvajes” recientemente “descubiertos”, e insiste en volver a llamarlo “Día de la Raza”, ya que lo que está en juego es la supremacía europea.

Tzvetan Todorov, en su libro La conquista de América: el problema del otro, considera que ese día inauguró el mayor genocidio de la historia de la humanidad, en el que los habitantes originarios fueron saqueados, dominados, explotados, masacrados, violados, deshumanizados, sometidos y aniquilados. Aunque el verbo debería estar en presente, ya que las injusticias y vejaciones hacia los pueblos originarios continúan.

El ensañamiento del “conquistador” fue particularmente violento hacia las mujeres, y en ese sentido, la ideología dominante en el Gobierno es consecuente con ese pensamiento. De muestra, un botón que parece salido de la cruzada machista oficial y, sin embargo, es un relato de Michele de Cúneo, hidalgo de Savona, de un episodio ocurrido en el transcurso del segundo viaje. Una historia entre mil, contada por su protagonista:

“Mientras estaba en la barca, hice cautiva a una hermosísima mujer caribe, que el susodicho Almirante me regaló, y después que la hube llevado a mi camarote, y estando ella desnuda según es su costumbre, sentí deseos de holgar con ella. Quise cumplir mi deseo pero ella no lo consintió, y me dio tal trato con sus uñas que hubiera preferido no haber empezado nunca. Pero al ver esto (y para contártelo todo hasta el final), tomé una cuerda y le di azotes, después de los cuales echó grandes gritos, tales que no hubieras podido creer tus oídos. Finalmente llegamos a estar tan de acuerdo que puedo decirte que parecía haber sido criada en una escuela de putas”.
(Todorov, “La conquista de América: el problema del otro”)

Si bien pasaron más de cinco siglos, el relato parece extraído de alguna pluma de los “machos unidos” actuales que laboran en las altas esferas gubernamentales y se declaran misóginos, antifeministas, homofóbicos y partidarios de todas las violencias surgidas del odio y la discriminación que podamos imaginar. También esas ideas fascistas han sido proferidas por el Presidente argentino, con particular claridad en Davos.

Además de la gravedad que, en sí mismas, como expresiones apologéticas, tienen estas manifestaciones, tienden rápidamente a traducirse en actos. Ya lo decía Freud: no hay que ceder en las palabras, porque se termina cediendo en los hechos. Y los espeluznantes y brutales femicidios actuales lo comprueban.

Las palabras —que nunca son inofensivas ni banales— llevaron al nazismo, por ejemplo, en forma de discursos raciales y supremacistas, en forma de leyes y reglamentos, a las operaciones concretas de exterminio: primero de discapacitados y enfermos mentales, después de todos aquellos que el odio delirante de Hitler y sus aliados consideró inferiores: judíos, negros, gitanos, homosexuales, disidentes políticos, etc.

Esa rápida traducción de las palabras y los símbolos en hechos concretos es la razón por la que no son permitidas, en los países “civilizados”, las manifestaciones de adhesión a esa barbarie. Un episodio ejemplar sucedió en un torneo de élite del tenis mundial: Zverev, concentrado para el saque, escucha desde las tribunas que un individuo grita “¡Alemania sobre todo!” y se detiene. No va a seguir jugando, dice, si no sacan del estadio al individuo.

En cambio, aquí, los “intelectuales” del Gobierno Nacional realizan —a la par que negacionismo— una reivindicación expresa del terrorismo de Estado, del genocidio, del antifeminismo, de la misoginia, de la homofobia, del odio y la discriminación. Y la “Justicia” hace mutis por el foro, para que enseguida aparezca, entre muchos otros, un episodio aberrante de doble femicidio, secuestro de su hijo y asesinato de un taxista, perpetrado, sin más, por uno de los aliados de lo que llaman —con demasía— la “batalla cultural”.

No solo en la violencia ejercida por el conquistador hay un hilo de continuidad histórica desde ese acontecimiento que los vencedores insisten en llamar “descubrimiento” de América —el principal en la historia de la humanidad— y no, como fue, el inicio de un genocidio y un saqueo con el que se estableció la dominación colonial.

Así vivimos hoy la tragedia, con distintos personajes pero con la misma lógica de apropiación del Imperio de las riquezas de nuestra Patria, a cambio de espejitos de colores celebrados por los cómplices y cipayos locales, que festejan jubilosos y serviles la entrega.

Esa fue la lógica histórica y hemorrágica de un enclave colonial al sur, que fue Colonia en lugar de una Patria, y que quiso dejar de serlo hace ochenta años, cuando el pueblo —el sufrido pueblo sometido, explotado y colonizado— decidió rebelarse en una manifestación épica, gloriosa de lealtad absoluta a tres ideas que la definieron y al líder que las encarnó: Independencia económica, Soberanía política y Justicia social.

Eso, solo eso, tiene sentido que sea el Peronismo, y no otra cosa, y nada más: eso y solo eso, lo que falta en esta hora, lo que falta hoy, en el Día de la Madre, que es la Patria, de todos.

Sergio Brodsky

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