Cuando las nieves del tiempo pretenden exiliar la memoria de un acontecimiento del cual fui un protagonismo minúsculo, pero que desde el punto de vista social y político marcó un cambio trascendental, que culminó con la caída del régimen dictatorial de Juan Carlos Onganía. Compañeros que aún sobreviven de esa época, para decirme si había tomado conciencia de la importancia que tuvo esa manifestación colectiva de obreros fabriles, estudiantes universitarios, integrantes de la cultura, y sobre todo, de dirigentes orgánicos de un gremialismo combativo liderado por el inigualable Agustín Tosco, Atilio López, Rebe Salamanca, Raymundo Ongaro y otros que se escabullen de la memoria.
Sabemos que en todo hecho social y político, la historia de los mismos está cruzada por la subjetividad de los que la protagonizaron y de los testigos de época.
Cronológicamente, el Cordobazo estuvo precedido un año antes por el «Mayo Francés» de 1968. Pero esta rebelión contestataria fue un intento, desde un espacio civil intermedio como los estudiantes, una clase media burguesa y otros actores sociales, de romper la presión de un espacio familiar y un espacio político-cultural retardatario que empezaban a ser un obstáculo para el desarrollo de una sociedad moderna.
Es que EE. UU. y Europa vivían una época de prosperidad, y los jóvenes querían pensar en algo más que en su subsistencia. Los gobiernos no se daban cuenta de que las sociedades cambian, las universidades crecían y se masificaban, y el choque del «viejo orden» y los jóvenes estudiantes era inevitable. Es que Occidente estaba atrapado por las ideas liberales del consumismo como meta primera y última de su vida.
Pero tanto en las sociedades como en la política nada es para siempre, y los jóvenes estudiantes buscaban crear espacios libres para romper la «moral dominante». Y el Barrio Latino de París fue declarado «territorio libre», en el cual todos podían expresar libremente sus emociones y sus ideas. Por eso el «Mayo Francés» fue, más que nada, un inicio de una «revolución cultural» que terminaría con la caída del Muro de Berlín. Pero jamás ese movimiento tuvo un ánimo destituyente del poder político.
Ahora bien, la diferencia con el Cordobazo estriba en que nuestro país venía signado hacía tres años por una dictadura, la de Onganía, en la cual se habían conculcado todas las reivindicaciones laborales, sociales, educativas, sanitarias, que asfixiaron a una sociedad que toleraba pero no compartía la rigidez de un régimen corporativista, apoyado por la cúpula mayor del clero, a pesar de los sacerdotes del Tercer Mundo, que eran muy numerosos en Córdoba.
Es ahí que el gobierno militar, con su política de censura a la prensa, del control de la vida cotidiana y de brutal intervención a las universidades (recordemos «La Noche de los Bastones Largos»), había tensado la tensión al máximo.
Ya en 1966, en una manifestación estudiantil, fue asesinado un estudiante, Santiago Pampillón, lo que desató una reacción en cadena en muchas universidades del país.
Ya en marzo de 1969, la lucha estudiantil volvió a recobrar fuerza en Corrientes, donde fue asesinado el estudiante Juan José Cabral por una protesta contra la privatización de los comedores universitarios. Luego las protestas se extendieron a Tucumán, Rosario, Mendoza, y es en Córdoba donde se desarrollaron los acontecimientos que culminaron el 23/05/69 con el ya famoso Cordobazo.
Todos intuíamos que algo iba a pasar. Había algo así como un sentido de «inminencia». El 26 de mayo decretaron un paro «activo» nacional para el día 30, mientras las dos regionales cordobesas, más combativas, lo dispusieron para el 29.
El jueves de ese día comenzó en Córdoba el paro activo de 32 horas. Ese día, a las 11 de la mañana, las columnas, desde las fábricas en la periferia de la ciudad, se dirigieron hacia el centro de la ciudad, y a medida que avanzaban se engrosaban con ciudadanos y estudiantes. Todo se realizaba en forma pacífica. No había el más mínimo deseo de crear disturbios ni ningún tipo de violencia.
Pero cuando una columna llegó al Boulevard San Juan y La Cañada, fue repelida cobardemente por la policía y cae herido de muerte el obrero de IKA Renault, Máximo Mena. La noticia se disparó rápidamente y los manifestantes prácticamente tomaron la ciudad de Córdoba, incluido el famoso Barrio Clínicas, habitado por estudiantes de todo el país.
Rápidamente se procedió a vallar el barrio, y un ingenioso escribió sobre la pared de la Maternidad Nacional (donde nacieron mis dos hijos): «Barrio Clínicas, único territorio libre de América». A la noche se cortaba la luz, y los techos fueron tomados por los universitarios, y la policía ni pudo entrar.
Mientras tanto, los disturbios proseguían por toda la ciudad. El gobierno nacional envió las tropas del III Cuerpo de Ejército, y ahí la correlación de fuerzas hizo que los estudiantes y los obreros fueran cediendo posiciones.
Si bien el gobierno recuperó el orden, el futuro siguiente no fue el mismo. Este mayo cordobés supuso un fenómeno único en América Latina, que fue la unión espontánea de obreros, estudiantes y pueblo en general, en una simbiosis con distinto componente ideológico, pero con un objetivo común: la lucha contra la dictadura militar.
Y vaya si se consiguió. Al poco tiempo, Onganía tuvo que renunciar. El Cordobazo fue el producto de una generación formada en un vertiginoso proceso de transformación, contra un sistema caduco, opresor, producto de un conservadurismo que había posibilitado el retraso de nuestro país.
Eso fue en un tiempo donde los procesos colectivos con mentalidad revolucionaria marcaron un camino que al final dice:
«La mejor lucha es la que no se abandona…»