Pero Netanyahu no es el único. El primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, desempeñó un papel decisivo en las sombras. Quiere que se olviden de los vuelos de reconocimiento de los británicos sobre Gaza, que aportaron información precisa a las fuerzas de operaciones de Israel. También resulta muy extraño ver al emir de Catar, Tamim ben Hamad Al Thani, y al presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, manteniendo relaciones con la rama de la Hermandad Musulmana y firmando la paz en presencia del presidente de Egipto, Abdel Fattah al-Sissi, quien considera que tanto esa cofradía como Israel son enemigos de su país.
La firma del documento de Sharm el-Sheij fue una trampa para Donald Trump, porque ninguno de los firmantes quería realmente la paz.
¿Cómo fue que Trump logró evitar esa trampa diseñada por los británicos para que durara lo más posible y poder sacar provecho con el principio de “divide y reinarás”?
Para entenderlo, hay que empezar teniendo en cuenta que Donald Trump se había percatado de que detrás de ese conflicto interminable está el “Estado Profundo”, en forma omnipresente en el Reino Unido con la City de Londres (la banca Rothschild) y el sionismo israelí. Trump ha luchado durante 24 años contra los straussianos (discípulos de Leo Strauss, casi nazis) y ha descubierto al norteamericano Elliott Abrams como el verdadero jefe de la coalición que manda en Israel.
De la misma manera, cuando Joe Biden se planteó sacar a Netanyahu del poder y poner en su lugar al general Benny Gantz, en marzo de 2024, el equipo de Biden entendió que los británicos lo impedían porque no deseaban que Gantz acabara con Hamás. Por eso el doble rasero del Reino Unido: proteger la franquicia de la Hermandad Musulmana, pero también apoyar a Israel militarmente para que los dos bandos se neutralicen entre sí.
Pero Donald Trump también utilizó a sus enemigos para llegar al acuerdo de Sharm el-Sheij. Incluyó en ese acuerdo a Tony Blair, que se unió a los straussianos de EE. UU. para desatar la guerra contra Irak, inducida previamente por Israel. Trump también utilizó a Netanyahu, de quien conoce sus obsesiones desde hace tiempo.
El ya fallecido presidente francés Jacques Chirac decía que Netanyahu era un mentiroso patológico, obsesionado por expulsar a los palestinos. La jugada de Trump se basaba en partir del principio de que Netanyahu no se convirtió en sionista nazi de la noche a la mañana, sino que está siguiendo las directivas de los sionistas revisionistas sobre los hechos del 7 de octubre de 2023, al igual que George W. Bush seguía las órdenes de los straussianos de EE. UU. sobre los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001.
Donald Trump no se detendrá en su empeño. Ahora buscará poner fin a la guerra de Ucrania contra Rusia, aunque llegará tarde para el Nobel de la Paz “trucho”, y con Rusia terminando de aplastar a Ucrania y a la OTAN, ya sin el paraguas de EE. UU.
Su enviado especial, Steve Witkoff —el único diplomático de jerarquía que tiene Trump en su gabinete—, declaró que los nacionalistas integristas ucranianos (como el Batallón Azov, por ejemplo) y los sionistas revisionistas israelíes son aliados desde 1921, cuando tuvo lugar el acercamiento entre Symon Petliura y Vladímir “Zeev” Jabotinsky, que masacraron a ucranianos prorrusos y a judíos no sionistas.
En Kiev, los nacionalistas integristas pronazis manipulan, junto con los británicos, a Volodímir Zelenski, al igual que los sionistas manipulan a Netanyahu en Tel Aviv. En Kiev, los nacionalistas integristas se infiltraron en las instituciones ucranianas con Andriy Biletsky —quien se hace llamar “el Führer Blanco” y hoy dirige el Tercer Cuerpo del Ejército ucraniano—, junto a Dmytro Yarosh y Andriy Parubiy (asesinado hace dos meses), mientras que los straussianos de EE. UU. se han infiltrado en las Naciones Unidas y los británicos imponen su voluntad en el Grupo de Contacto sobre la Defensa de Ucrania.
El 17 de octubre, después de una conversación telefónica con Putin, Donald Trump le informó a Zelenski que tendrá que aceptar la pérdida de los territorios que se hallan bajo la Federación Rusa. Esto implicaría que el Grupo de Contacto sobre la Defensa de Ucrania, regenteado por el Reino Unido y Alemania, así como el Tribunal Especial para el Crimen de Agresión contra Ucrania, creado por el Consejo de Europa, pierdan toda razón de ser y carezcan de valor legal y jurídico.
Lo curioso es que no hay ningún tribunal internacional para juzgar los crímenes de lesa humanidad cometidos por la OTAN desde 1949 hasta la fecha.
¡Y claro, es la “justicia del Occidente cristiano y democrático”!
Fuentes: Prensa Alternativa / Red Voltaire






