Compartir
La Memoria Del Olvido: ¿resiliencia o resistencia?
El pueblo argentino está triste; el verdadero pueblo, con conciencia nacional, está en un estado de resiliencia casi sumisa. Acude al exilio de la memoria para resignarse en los recuerdos del pasado nostálgico, poblado de acontecimientos ya desdibujados y hoy reinterpretados. Pero lo que se hizo en el pasado fue de acuerdo con el nivel de conciencia que se tenía en ese entonces. Ahora ese nivel no existe y se busca lavar su responsabilidad a través del ego y su arma más poderosa: la no culpa.

Siempre, casi desde su nacimiento como país, una de las angustias en que nos sumió la Historia fue el ser o no ser. Como nunca fuimos absolutamente libres, porque el cipayismo nació con nosotros, nunca se pudo alcanzar ese “estado de gracia”, a pesar de la declaración de la Independencia, de ser dueños de nuestro propio destino.
Si uno recorre el trasfondo de la Historia, donde se plasma el pensamiento de la mayoría de los grupos políticos, sociales e intelectuales, vemos que en general tienen una vocación servil para ser un “producto” de un coloniaje. Resulta casi imposible haber proyectado un modelo auténtico que sea común al interés de las mayorías y enfrente al colonialismo con perspectiva de éxito, si no se lo plantea integralmente; es decir, si no se afecta al mismo tiempo la estructura económica neoliberal y sus disvalores filosóficos.
Para lograrlo hay que entrar necesariamente en conflicto con sus creencias y propósitos, porque la Historia, nuestra Historia, demostró repetidas veces que el objetivo del “bando antinacional” es destruirnos económica y socialmente como Nación, y además distorsionar y aniquilar el alma de lo que somos como comunidad. Todos los años se emiten encendidos discursos acerca de los hombres de Mayo de 1810. ¿Les explicaron a los alumnos, futuros ciudadanos, el porqué esa “llama revolucionaria” duró tan poco tiempo y quiénes fueron sus responsables?
Luego, cuando el Gral. Roca quiso romper la estrecha estructura de las factorías propugnadas por el colonialismo y salió a conquistar el desierto aniquilando a los pueblos originarios para ampliar las fronteras, lo hizo sin entender el espíritu, la fe y la cultura de las masas nacionales, para entregar la inmensidad de la “pampa húmeda” a una élite ganadera cuyo poder de decisión llega hasta nuestros días. Con Yrigoyen sucedería algo parecido, aunque en sentido inverso: fervorosamente nacional en el plano espiritual y en los valores identitarios del argentino, resultó débil a la hora de tocar los intereses oligárquicos. Ni hablemos de Mitre y Sarmiento, quienes pusieron sus “conquistas” al servicio de la estructura colonialista y de los intereses extranjeros; el “pueblo” fue excluido de la participación política y, sobre todo, del reparto de la renta, lo que ahora llaman la distribución de la riqueza. Las provincias, como ahora, fueron paralizadas y condenadas al atraso, a la miseria, y el sistema educativo fue dispuesto para facilitar el pensamiento antinacional y elitista. A pesar de eso, con todas las herramientas que manipuló a su antojo, el “pueblo” no se hizo liberal. Hasta nuestros días.
Porque esa memoria “ausente” de lo que NO se enseñó fue una frágil barrera que, en las dos últimas décadas, esa superioridad, bajo el “tecnofeudalismo”, se impuso largamente sobre la sociedad electrónicamente domesticada discursivamente; sobre todo, como siempre digo, es “religión sin ateos”, que es la TV, con la cultura de la imagen. Podría decirse que la captación que consiguió a control remoto generó algo así como un “rebaño humano” que, acompañado de comida chatarra, acabó ese grupo mediatizado, mediocrizado, idiotizado.
Aunque el sistema educativo que rige en la Argentina, en todos los niveles, pretenda ocultarlo, los programas de enseñanza, que deberían ser depositarios del pensamiento nacional, la Historia archiva mucha información acerca del daño sufrido por el país como consecuencia del paso de verdaderas “pandillas políticas” que han vivido en permanente conflicto con el pueblo, saqueándolo impunemente, amparados por altos cargos judiciales que les otorgan una impunidad obscena. A estas pandillas políticas se les sumaron las pandillas de los grandes grupos económicos, que han llegado hasta imponer legislaciones que los favorezcan, tanto nacionales como provinciales.
Esta temática, la que no se cuenta, comenzó con los mancebos del puerto de Bs. As.: Rivadavia, Mitre y Sarmiento, que se prostituyeron para servir al extranjero, a los que se prestaron al papel de gerentes de la sucursal británica, regente en la Argentina hasta la Segunda Guerra Mundial; a los que, de tanto odio, no dudaron en crucificar las experiencias populares del yrigoyenismo y, sobre todo, del justicialismo, trasladándole esa épica a las corporaciones transnacionales, verdaderas asociaciones de explotación de los pueblos, hasta imponer la última fase de la nueva “civilización” que se proponen establecer bajo la tutela de un “imperio” que pierde cada día las hilachas de su decadencia.
Por eso, el noble ciudadano común, engañado o no, debe comprender que esta circunstancia es una “guerra” larvada, que surge del fondo de nuestra Historia.
Es mentira que los argentinos no somos capaces de SER. Por el contrario, debemos dejar la resiliencia para pasar a la “resistencia”, desenganchándonos del último vagón de cola de los poderes dominantes.
Que no se cumpla lo que dijo Alberdi antes de morir a su secretario: “Si lo ves al futuro, decile que no venga”.
Ricardo Monetta
