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“El partido que invoca la ilustración, la decencia, el progreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas.” Así escribe, en los primeros párrafos, José Hernández en su libro Vida del Chacho Peñaloza, en referencia a la brutal muerte a la que el Ejército de Mitre sometió al caudillo.
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La Argentina ha votado, y el cuarenta por ciento de la población ha reconocido al verdugo de viejos, discapacitados, niños enfermos, trabajadores de empresas que cierran, y dueños de pymes que ven fundirse sus emprendimientos. ¿Serán estos los enemigos de la Patria? Es difícil entender, y en estos días miles de análisis han surgido, de una y otra línea de pensamiento.

El desafío que enfrenta la ciudadanía —y que la lleva a expresar su voto de forma errática (errática por desorientada, por votar en una misma boleta a dos proyectos totalmente opuestos, no por errónea)—, para muchos es acertada y para otros equivocada. Pero lo que ha quedado claro, como nunca antes, es que estamos inmersos en un gobierno mundial.

Gobierno mundial, ya existe, aunque no de la forma que algunos lo hubiesen deseado y otros temido. No se trata de un directorio elegido por un demos mundial y con funciones definidas con precisión. Este ‘gobierno’, del que todos hablan pero al que resulta difícil definir, no se concreta en una sola institución ni tiene una suerte de líderes exclusivos con atribuciones propias y ajustadas con claridad a las exigencias de la globalización. En la práctica, el mundo está gobernado por una doble red de instituciones globales: de una parte, jurisdicciones territoriales cooperativas y, por otra, organizaciones especializadas a nivel global. Por tanto, sin que haya formalmente un gobierno mundial, sí puede hablarse de la presencia de algo que al menos se le parece, en tanto que el mundo está gobernado por unas pocas decenas de burós, uniones, organizaciones, agencias, fondos, bancos, tribunales y directorios autoproclamados del ámbito global.”

Votar es un acto de responsabilidad civil, es una acción de voluntad, deseo y compromiso. Un acuerdo mutuo entre electores y elegidos, donde lo que se vota será respetado. La pregunta que hace varios años ronda es: ¿los elegidos son real y verdaderamente elegidos por el electorado? ¿O elegidos y electores son simples engranajes de un gobierno mundial que se presiente, pero que no se puede describir ni visualizar?

Estos interrogantes han intentado ser respondidos desde los inicios mismos de este siglo. Tal vez lo que ha progresado es que lo que antes se intuía, en estas elecciones ha quedado totalmente al descubierto. Sin prejuicios, sin ocultamientos, el gobierno global hizo sentir que si se le oponían serían “cosidos a puñaladas”, como al Chacho Peñaloza.

La democracia, aun así, funciona en ciertos estamentos de la organización internacional. Hay votaciones en organismos internacionales para emitir sugerencias, acordadas o incluso sanciones.
Pero las estructuras de otras organizaciones de la gobernanza mundial se limitan a funcionar gracias a la presencia de personas designadas en exclusiva por los respectivos Estados participantes, sin que estas pasen ningún tipo de filtro democrático, más allá del indirecto de la designación por responsables sí electos. Sin embargo, lo cierto es que, en todas estas organizaciones, los líderes políticos mundiales participan, impulsan, comunican y contribuyen a legitimar el funcionamiento mismo de aquellas.

Ejemplo de esto es el nuevo canciller argentino, designado en reunión entre el Gobierno Nacional y representantes del J.P. Morgan, de Estados Unidos, entidad financiera y una de las grandes acreedoras de nuestro país, que intervino fuertemente para asegurar la victoria del partido gobernante. Pablo Quirno Magrane es, desde el 28 de octubre, ministro de Relaciones Exteriores, Comercio y Culto.

Volviendo a la pregunta de si elegimos o nos hacen elegir desde la gobernanza mundial, la respuesta tal vez no sea un simple sí o no. La respuesta, quizás, ante la complejidad, pueda estar en la capacidad de construir un liderazgo y sostenerlo; que sea capaz de interactuar desde la defensa de los intereses patrios, reconociendo el nuevo orden mundial, con la inteligencia suficiente como para no someter al pueblo a ser “cosido a puñaladas”.

Ante la complejidad, que siempre nos parece única y nunca vista, la historia tiene algo para contarnos, aunque casi nadie quiere escucharla, porque la complejidad no es nueva: quienes tomaron decisiones en cualquier época siempre lo hicieron en escenarios complejos.

La vida del Chacho Peñaloza nos enseña al respecto. En los avatares de las guerras entre unitarios y federales, el Chacho se exilia, pero el exilio le resulta intolerable y, con tal de volver a su tierra, se entrega —a riesgo de ser ejecutado— ante el general Benavídez, del ejército porteño, quien lo recibe con respeto, como se respeta al contrincante.

Entre ambos, aun perteneciendo a bandos distintos, crece una amistad de mutua aceptación, a fuerza de cumplir cada uno con la palabra y con lo que la regla de la guerra imponía. Tan fiel es el Chacho a la amistad que, luego de Caseros, se une a Benavídez. Urquiza lo nombra primero coronel y luego general del Ejército. Pero Pavón otra vez dividió las aguas. Peñaloza y Benavídez, quienes habían sido enemigos pero leales, terminan “cosidos a puñaladas” por el ejército de Mitre.

Peñaloza tenía amplio liderazgo, respeto y, fundamentalmente, fidelidad entre el pueblo. Sabía de las reglas de la guerra y acataba firmemente sus postulados. Conocedor de esto, Mitre y el Gobierno Nacional, sintiéndose desgastados en los infructuosos intentos de vencer al Chacho, le ofrecieron un trato.

El Tratado de La Banderita se firmó en 1862; fue una negociación de paz. Firmado el tratado, Peñaloza, cumpliendo y confiando en las reglas de la guerra, entregó a los prisioneros del Ejército Nacional expresando:

“Es natural que, habiendo terminado la lucha por el convenio que acaba de firmarse, nos devolvamos recíprocamente los prisioneros.” (Hernández, J. Vida del Chacho)

Los prisioneros, en perfecto estado y sin maltratos, fueron entregados. Esperaba lo mismo el Chacho, pero al ver que sus compañeros de lucha, prisioneros, no aparecían, insistía preguntando: “¿Dónde están los míos?”.
De los soldados solo recibió como respuesta el silencio, porque todos habían sido fusilados sin piedad. El general Sandes, del ejército de Mitre, había “ensangrentado el Puerto de Valdez, sacrificando a su rabia multitud de indefensos prisioneros” (Hernández, J. Vida del Chacho).

¡El Chacho no lo podía creer! ¡El enemigo había matado a los suyos! Tristemente se lo escuchó decir:

“Después dicen que yo soy el bandido y el salteador…”

El final del Chacho es hartamente conocido:

“Los salvajes unitarios están de fiesta. Celebran en estos momentos la muerte de uno de los caudillos más prestigiosos, más generosos y valientes que ha tenido la República Argentina.” (Hernández, J. Vida del Chacho)

El Chacho confió, creyó que, aun en las diferencias, el interés por el bien de la Patria era común. No fue así. Tal vez la ciudadanía debiera aprender de estos eventos históricos.

Quien pretenda defender ciertamente la soberanía popular, quien pretenda representar los intereses de la Argentina profunda, deberá tener en cuenta que liderar “en campo abierto” exige proyectarse trascendiendo lo local y lo estatal-nacional para aportar respuestas integrales y geopolíticas, no solo desde la problemática económica, sino en relación con temas tales como el calentamiento global, el narcotráfico, las energías no convencionales, etc.

Estos abordajes superan la exclusividad del Estado nacional, y el papel de quien se proyecte como el o la líder de la defensa de los intereses ciudadanos deberá estar orientado a interrelacionar con el gobierno mundial, sabiendo que se han desdibujado los límites de la confianza, incorporando actitudes colectivas y colaborativas entre las bases.

El mayor problema que enfrenta hoy la representación política partidaria es la lejanía que tiene con su electorado. Aspirar a una sana convivencia con otros líderes políticos y sociales es imprescindible. Pero también es imperioso que la ciudadanía comprenda que la gobernanza ya no es solo de quien lidera, sino de la multiplicidad de actores sociales, de lo que debe responsabilizarse en el lugar que le atañe.

Verónica López
Licenciada en Ciencias de la Educación

[1] Aliende, J. y AAVV (2017) La transformación de los sistemas políticos y de los estados. Ediciones UNL

[2] Ob. Cit.

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