Aparte de ello, los laboratorios llegaron a tener tal influencia política que incluso pueden ser partícipes necesarios de desestabilización política, como ocurrió en 1964, durante el ejercicio de la Presidencia del Dr. Arturo Illia, uno de los más honestos que tuvo nuestro país, cuando se enfrentó a las prácticas abusivas de los laboratorios, promulgando una ley que se llamó Ley Oñativia, nombre del entonces ministro de Salud de la Nación.
Esa ley, dentro de sus principios rectores, establecía:
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Regular la importación, estableciendo las condiciones en que se efectuarían los productos.
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Comprobar orígenes y costos, solicitar órdenes de allanamiento, exigir la exhibición de libros y papeles, disponer comparendos y secuestros y todos los actos necesarios para evitar la falsificación de medicamentos.
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Determinar los precios a los que deberán ajustarse en la importación, exportación, producción, elaboración, fraccionamiento y comercialización de los medicamentos, bajo pena de cometerse un delito: la pena de diez años a quien tendiere a la elevación artificial de precios mediante negociación fingida, acaparar o concertar de la misma manera con empresarios tendientes al mismo fin.
En realidad, la ley es mucho más extensa, pero a los fines de nuestra nota, hay que agregar que, por esa Ley Oñativia, que controlaba todo lo relacionado con los medicamentos, y por la anulación de los contratos petroleros con la Standard Oil de los Rockefeller, fue víctima de un golpe de Estado por el miserable Gral. Onganía, que era funcional a los EE.UU., ya que se había formado en West Point.
Pero también a los ambientes honorables europeos llegó la corrupción de los medicamentos, cuando en plena pandemia del Covid-19, la descendiente de la familia Von der Leyen, Ursula, tiene una causa en Bruselas por la compra por millones de euros con sobreprecios al laboratorio Pfizer, porque en Europa no se dejaba comercializar la vacuna rusa Sputnik. Lo mismo en Argentina: los periodistas ingenuos como Luis Majul se pasaban el día gritando Pfizer, Pfizer. O como uno de los hermanos Roemmers, que para festejar su cumpleaños alquiló un avión privado para celebrarlo en Marruecos, con un costo de solo 6 millones de dólares.
Teniendo en cuenta que el costo de un medicamento, en forma general, no supera el 9% del costo final, se comprenderá lo multinacional que es el espectro de los laboratorios.
En la Argentina, el negocio de los laboratorios siempre fue poco transparente, sobre todo en el financiamiento de las campañas políticas, por las decisiones que no afecten a sus intereses. Como el gobierno necesita de fondos para la campaña electoral, se relacionó con un cúmulo de empresas privadas de farmacias, trade financiero, y hasta una aceitera muy importante, cuyo presidente es Miguel Urquía.
Hace unos días, 12 empresas argentinas firmaron un artículo en nada menos que el Washington Post con el título de «El sueño argentino». Elogiaban allí al gobierno de Milei y comunicaban su apoyo incondicional. En el grupo también figuraban el Grupo Supervielle, histórico aportante del macrismo, Laboratorios Elea, Roemmers, Bagó. En los registros de la CNE hay dos montos de dinero muy grandes de dos empresas: Profarma, dueño de unas 3.000 farmacias en la Argentina y con negocios en España, aportando la suma de $25.280.000.
En el sonado caso de las coimas de los laboratorios que se está investigando, aparecen la familia Kovalivker, de la Suizo Argentina, donde el empresario farmacéutico inclusive aportó fondos para fiscalizar en la provincia de Buenos Aires. Y el expresidente Mauricio Macri fue quien acercó a los empresarios farmacéuticos hacia el final de la campaña presidencial y logró que su aporte en el balotaje fuera determinante. Él le presentó a Karina Milei a Nicolás Posse y a Jonathan Kovalivker, quien maneja la Suizo Argentina. Hay que consignar que Milei designó a Sapgnuolo como su apoderado meses después de que el abogado le advirtiera de las coimas (?).
El que tiene la «cola sucia» se desespera e intenta frenar la comisión investigadora por las coimas con las farmacéuticas y el fentanilo contaminado. Estoy hablando del hermano de Lule Menem, hombre más nombrado en las coimas: Martín Menem. En un gesto de desesperación total, el riojano, émulo de Carlos Menem, le impuso a los proyectos de la comisión investigadora girarlos a la Comisión de Asuntos Constitucionales, controlada por uno de sus esbirros, el libertario Nicolás Mayoraz, que es precisamente el que más «pisa» los temas e impide su tratamiento, junto con el impresentable patotero de barrio José Luis Espert, amigo de narcos conocidos.
La primera «víctima» del escándalo que pone en juego la credibilidad de un gobierno, amparado hasta ahora por la justicia, será posiblemente Lule Menem, que nunca sirvió para nada —como la mayoría de la familia—, para «descomprimir» la situación de vulnerabilidad, teniendo en cuenta las elecciones que pronto se darán en la provincia de Buenos Aires y que serán como un termómetro para las elecciones de octubre.
Dentro de su ineptitud política, salvo para vivir en un paraíso de corrupción, fueron los dichos de «Lule», cuando expresó: «La culpa la tiene el kirchnerismo». Resulta que todos los horrores fuera de la ley cometidos por este gobierno los tiene «el kirchnerismo». Si seguimos trasladando culpas, también CFK y sus laderos fueron los autores del asesinato de Julio César en el Imperio Romano. Son mitómanos, corruptos y traidores a la patria en la persona de su presidente.
Llegaron al poder con las manos manchadas del «barro» de la corrupción, y se irán de la misma manera. El dios Cronos es el que desnuda la verdad con el paso del tiempo.