La realidad bélica que se vive en el Caribe es una nueva oleada de hegemonía que el imperialismo intenta imponer desde tiempos remotos. Y Venezuela no es la excepción.
Donald Trump está desesperado por ofrecerles a las élites globalistas un triunfo que lo legitime como el arquitecto de una nueva política de recuperación de una hegemonía que se viene cayendo a pedazos, lenta pero inexorablemente. En su primer intento de llevar a cabo la invasión, dos senadores republicanos se opusieron y le cuestionaron no pasar por el Congreso, exigiendo pruebas y certezas sobre el cálculo de costos y beneficios de la operación.
Para colmo, a la vista de los preparativos de la presunta invasión, aparecen Rusia y China exhibiendo acuerdos estratégicos, económicos y militares. China le ha proporcionado a Venezuela un impresionante aparato de radarización para todo su espacio aéreo. Por su parte, anticipándose al futuro, desde Rusia e Irán, desde 2023, han enviado misiles de todo tipo a Venezuela. Hace solo tres días, un gigantesco avión ruso, con 40 toneladas de carga cuyo contenido no se dio a conocer —aunque es fácil imaginarlo—, aterrizó en Caracas.
Estados Unidos ha contratado a un grupo de mercenarios, como el Grupo Wagner, porque en una invasión terrestre siempre hay bajas de ambos lados, y Trump no quiere que se repita lo de Vietnam: los cadáveres llegaban de noche a San Francisco, lo que irritó a la población civil estadounidense, que no comprendía la intervención de su país en aquella región remota.
Trump también desató su furia sobre Gustavo Petro, cuando este le replicó que el 87% del narcotráfico pasa por el Pacífico y que Estados Unidos es el principal consumidor de drogas de todo tipo, mientras los bancos operan como “lavadores” del dinero de los cárteles. Además, por confesión de un ex agente de la CIA, se supo que esa agencia financió al llamado “Cartel de los Soles” para justificar y legitimar una invasión.
En estos momentos estamos asistiendo a la primera fase de una futura invasión. Es hora de desenmascarar la falsa narrativa sobre la situación del conflicto en el Mar Caribe, que se propaga por todo el mundo desinformando sobre la génesis del mismo. La opinión pública internacional pesa mucho a la hora de justificar la violación del Derecho Internacional. Hoy no es lo mismo que cuando se atacó a Vietnam, Afganistán o Irak mediante la fabricación de “peligros inexistentes”. Además, Trump autorizó a la CIA a realizar tareas de sabotaje con el objeto de crear caos en la sociedad venezolana.
La última acción de “falsa bandera” se realizó con la complicidad de Trinidad y Tobago, a quien se le prometió ayuda para su desarrollo. La primera ministra, extorsionada por Marco Rubio —quien odia a los latinoamericanos—, tuvo que ceder y prestarse a esa operación. Pero nada es gratis en una guerra: toda acción tiene su respuesta, porque detrás de cada conflicto bélico hay grandes intereses geoestratégicos y económicos en disputa.
Por eso la respuesta de Venezuela no se hizo esperar: canceló la provisión de gas a Trinidad y Tobago, recurso que era utilizado para la generación de energía eléctrica.
Por ahora son maniobras de intimidación. ¿Qué esconde la presencia del enorme portaaviones Gerald Ford en una zona de paz? ¿Qué mensaje envía el buque más grande del mundo, con sus 337 metros de eslora y capaz de operar 75 aviones de combate al mismo tiempo? Todo es geopolítica. Al final, el desenlace es impredecible. Trump sabe que ahora es el momento, que quizá no tenga otra oportunidad. No le sirve una victoria a lo Pirro, porque el coste sería muy grande: un bloqueo marítimo “suave”, en el mejor de los casos.
Un conflicto bélico en América Latina recuerda las épocas en que los países sufrían las políticas de las cañoneras. Todo puede ser. El escenario cambia minuto a minuto.
Las guerras tienen un principio de certeza, pero un final impredecible.
Fuente: con información de Rebelión/ Opinión






