Ayer otra vez la plaza 25 de Mayo se vistió de color, de alegría, de música, de energía creativa, de vida, de libertad. De verdadera libertad, a diferencia de aquellos autodenominados “libertarios”, que vivan la libertad por un lado y se comportan paradójicamente como oscuros reaccionarios, reprimidos y temerosos de la sexualidad, de la voluntad, de la autodeterminación, de la decisión de vivir como cada uno lo desee. Esos “libertarios” temen el amor, el deseo, la vida. En un concepto de libertad muy particular quieren controlar y censurar cualquier manifestación emancipadora e independiente. No les da vergüenza. No manifiestan responsabilidad porque sus conductas alimentan un clima social que propicia la violencia, la discriminación y el odio contra la diversidad en un escenario muy preocupante de crímenes por homofobia, lesbofobia, transfobia, etc.

Asimismo, la segregación y el rechazo configuran factores de riesgo en las elevadas tasas de suicidios que padecen los afectados. El odio es el impulso a la destrucción de lo propio insoportable, reprimido e inconsciente, visto en el otro. En esta emoción no hay construcción de una otredad semejante y a la vez diversa, como lo somos los seres humanos, iguales y distintos, con las mismas necesidades y derechos, pero con la diferencia y la singularidad que nos enriquece.
Esta ideología del odio se avergüenza del sexo y el amor, pero no del hambre. No sienten pudor, preocupación, responsabilidad por las personas que, muertas de hambre, comen de la basura. Ni escozor por la represión a los jubilados. Ni escándalo por la persecución mortífera a las personas con discapacidad. Nada de eso sienten: no se sofocan frente a la corrupción ni se sonrojan frente a la entrega de la Patria.

Los incomodan, eso sí, las manifestaciones del amor, la ternura, las pulsiones del deseo y la vida. Ningún rubor los inquieta frente a la miseria ni a las deshonrosas reformas que se avecinan para profundizar la explotación y la miseria de los trabajadores, los perjuicios a los jubilados y la regresión impositiva. No se avergüenzan del negacionismo y la reivindicación de las dictaduras genocidas, del discurso bochornoso de Baños en la ONU. No se conmueven por el horror y la opresión y lo reivindican en nombre de la libertad.
Se trata, frente a la gravedad de estos hechos, de reprobar ese atropello, de recuperar el sentido y la dignidad. Ahí hay un núcleo de resistencia para reparar lo humano y dar a las palabras plena significación frente al riesgo de su macabro vaciamiento, como lo expresan la confusión entre libertad y oprobio, orgullo y vergüenza.

Ayer, con la marcha, se dio un paso en favor de la igualdad, del amor, del orgullo como afirmación de la libertad. En defensa del sentido de esos valores, los manifestantes pusieron el cuerpo, porque así se sostienen las convicciones y se resguardan las palabras de su perversión: en las calles, con el baile, la alegría, la esperanza de un mundo mejor, sin violencia, discriminación y desigualdades.
Fotos: Juan Menoni







1 comentario
ciudadano conciente
Muy bien desenmascarados los cerebros medievales!