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Enemigos íntimos: dos concepciones distintas definen el futuro del poder en EE.UU. (Segunda parte)
En la primera parte de este artículo habíamos expresado que, en medio de las turbulencias que supone abandonar un mundo unipolar para introducirnos en un nuevo orden multipolar, es que dos fuerzas en pugna dentro del mismo “imperio”, los globalistas (demócratas) y los soberanistas (republicanos), están inmersos en una lucha sin cuartel por el dominio tanto en la política como en la economía: quiénes ejercerán el poder de las decisiones.

Cuando, a finales de los años 90, al fin de la Guerra Fría, EE.UU. se da a sí mismo una misión que consiste en ser el principal ordenador del sistema internacional. Y detrás de esa misión, EE.UU. se expande en distintos ámbitos sin límite alguno. Pero esa misión estuvo signada por fracasos estruendosos, como Irak y Afganistán, entre otros, de tal manera que, en vez de ser un ordenador del sistema, se ha vuelto un “desordenador”, con enormes problemas internos. Y, sobre todo, en la decadencia del sistema institucional y que, junto a las ideas proteccionistas, crece una corriente proteccionista, religiosa, de ultraderecha, que impacta en la discusión geopolítica y propone un orden posliberal.
Hay que recordar que en el nuevo gabinete de Donald Trump existen nombres que no fueron nominados por él y que responden al ala más conservadora del establishment, como lo es Marco Rubio, Secretario de Estado, que ha sido opositor de Trump desde el primer gobierno de este. Para entender el juego de Marco Rubio es necesario adentrarse en la particular economía política de Florida. Conocida como el “Wall Street del Sur”, el estado atrae todo tipo de inversiones, hedge funds y empresas como BlackRock gracias a la ausencia de impuestos estatales sobre la renta y regulaciones financieras laxas. Más de 250 firmas financieras se han instalado, impulsando una economía que muchos analistas vinculan con circuitos de evasión fiscal, capitales offshore, dinero negro del complejo inmobiliario y ganancias del tráfico de drogas. ¿Qué tal? La instalación de fondos de inversión sofisticados facilita el lavado de capitales ilícitos, acentuando el nexo entre élite financiera, narcotráfico y política.
En este contexto, la obsesión de Rubio por desequilibrar a Cuba y Venezuela trasciende la mera retórica ideológica. Responde a una lógica de poder concreta: apela al voto latino —ya sea cubano-americano, venezolano, colombiano— en un estado clave que aporta 30 votos electorales, mientras promueve sanciones que, según sus críticos, benefician a las élites de la Florida. Su imagen de halcón anticastrista o anti-Maduro le genera un capital político y, potencialmente, negocios futuros.
El factor crucial en este juego político no es tanto por dónde sale la droga, sino dónde se “lava” el dinero de los cárteles. El crimen organizado transnacional, que mueve la droga mayoritariamente por la costa occidental, necesita centros financieros sofisticados para blanquear billones de dólares en ganancias. Este “Wall Street del Sur”, o sea, la Florida, con sus leyes laxas y su red de paraísos fiscales, se convierte en el centro clave para este blanqueo. Por lo tanto, la lucha en EE.UU. o en Venezuela y la vigilancia del Pacífico constituyen solo la parte visible de la guerra contra el narcotráfico. El “poder real” reside en la capacidad de controlar o explotar la infraestructura financiera que procesa las ganancias, infraestructura fuertemente anclada en el sur de la Florida, lo que refuerza la posición política de Marco Rubio.
La política soberanista del “America First” busca priorizar los intereses económicos y de seguridad nacional sobre los compromisos globalistas y multilaterales. Tanto Bessent como Rubio, a pesar de servir formalmente en la administración, perjudican estructuralmente esta agenda debido a sus profundos lazos con el capital global y sus agendas. Las declaraciones públicas de Bessent, calificando el enfrentamiento arancelario con China de “insostenible” y procurando una desescalada comercial, no son simples opiniones: utiliza la autoridad del Tesoro y sus lazos con JPMorgan y la banca de Wall Street para presionar internamente por una negociación que reduzca los aranceles, minando así los objetivos de crear cadenas de suministros seguras. Al mantener la puerta abierta para que el capital de Wall Street siga invirtiendo en China, sabotea el reshoring forzado que pretenden los aranceles, priorizando los intereses de la deuda global sobre la soberanía productiva nacional.
Marco Rubio, por su parte, encarna el intervencionismo neoconservador tradicional. Su primer mensaje como Secretario de Estado constituye una declaración de guerra contra el núcleo de la agenda soberanista. Como halcón en política exterior, aboga por una mayor confrontación y presión, incluso con intervención directa, lo que se contrapone al deseo de Trump de reducir compromisos bélicos para concentrarse en la competencia con China y la seguridad fronteriza. Un conflicto regional distraerá recursos y atención del objetivo soberanista principal: ganar el Ciclo Tecnológico. Al mantener una línea ideológica dura, Rubio puede boicotear o entorpecer los acuerdos personales del Presidente. En última instancia, la batalla por el “alma” de la administración, del poder y de qué ciclo prevalecerá es lo que se está dirimiendo en este gran tablero de la geopolítica.
Nota: Marco Rubio es descendiente de cubanos emigrados y exiliados que participaron en los ataques contra Cuba, tanto en Bahía de los Cochinos como en Playa Girón, donde fueron rechazados violentamente; por lo cual guarda un profundo resentimiento hacia América Latina. Es un reaccionario de “pura cepa”.
Recomiendo especialmente el postcad donde el presidente colombiano Guillermo Petro se le para en mano y lo deja humillado ante decenas de periodistas del mundo.
Fuente: El Tábano
