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Nota escrita por: Ricardo Monetta
19 noviembre, 2025
La derecha latinoamericana y la reinvención de un enemigo común
Por: Ricardo Monetta
En los últimos 10 años han sido fructíferos para la derecha latinoamericana. En octubre de 2018, Jair Bolsonaro ganó la presidencia de Brasil. En junio del año siguiente, Nayib Bukele llegó al poder en El Salvador, y en noviembre la derecha boliviana aprovechó una crisis electoral para derrotar a las huestes de Evo Morales. En Perú, luego de que el izquierdista Pedro Castillo ganara por escaso margen la presidencia en 2021, las fuerzas de derecha en el Congreso, apoyadas por las huestes aristocráticas peruanas, paralizaron su gobierno y, a través del lawfare, lo destituyeron poniendo en su lugar a la inútil de Dilma Boularte (sic). Desde entonces han mantenido un control absoluto del país. En Chile, la extrema derecha obtuvo un buen resultado en 2021 y se movilizó en 2022 para rechazar la nueva Constitución. Hoy, tras las elecciones en el país trasandino, el triunfo por apenas tres puntos de J. Jara del PC les da la posibilidad a la extrema derecha, “proto fascistas” (sic) de sus candidatos, sobre todo J. Katz, de alzarse con la victoria en el ballotage. Y, por último, la victoria inesperada de J. Milei en 2023 en Argentina consolidó el giro de la derecha en la región.
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Por: Ricardo Monetta

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Ahora bien, ¿cómo explicar este auge de la derecha? En la política, como en la física, ambas aborrecen el vacío. Y cuando la crisis capitalista empieza a sacudir sus estructuras, como consecuencia de los ’80 con Margaret Thatcher y Ronald Reagan, con sus teorías sobre la globalización, esto trajo como consecuencia una gran desigualdad y concentración del capital en manos de unas élites financieras. Lo cual trajo la casi desaparición de políticas populares de izquierdas. Una nueva derecha, sobre todo en Europa y en EE. UU., en la primera presidencia de Donald Trump; en Asia, por Modi en la India; y en Europa con Orbán, Le Pen, Meloni y Farage.

Existen paralelismos entre estos populistas de derecha y la derecha contemporánea de América Latina porque comparten una animadversión hacia el “globalismo” y la “ideología de género”, así como la convicción (sic) se ha visto marginado de la mayoría de los medios de comunicación y universidades del mundo. Al igual que sus homólogos en otros lugares, la derecha latinoamericana también ha explotado eficazmente las redes sociales para aumentar la polarización y una supuesta indignación. Pero se trata de algo más que simples similitudes externas: reflejan conexiones y alianzas reales. Si el clan Bolsonaro y Milei habían cortejado asiduamente a Donald Trump hasta la casi humillación. Casi tomando como ejemplo a la derecha española, con la reconquista autoritaria de Vox, que ha permitido a los derechistas latinoamericanos forjar conexiones entre ellos.

Así como en Europa existe el apego al pasado imperial de España, no es nada nuevo en la derecha latinoamericana. Desde la Independencia, San Martín, Bolívar, sus élites han mirado con nostalgia al otro lado del Atlántico, añorando el sistema colonial que garantizaba sus privilegios y defendiendo la hispanidad (como Macri ante el rey de España) contra la barbarie de las masas no europeas. La nueva derecha de la antigua metrópolis, el partido Vox, fundado en 2013, desempeña un papel importante en la creación de las redes globales de la extrema derecha a través del Foro de Madrid, con una conferencia de acción política conservadora similar a la de los EE. UU.

Las conexiones facilitadas por Vox a las derechas latinoamericanas han dado nueva energía al “anticomunismo” (?) ya bastante agotado y pasado de moda, tratando de infundirles un triunfalismo pos “guerra fría”. Así como Vox se ha unido a la derecha venezolana en la adopción del término “narco-comunismo”, que combina la anticuada caza de “rojos” con acusaciones de criminalidad. La prominencia de estas conexiones españolas es una característica que distingue a la derecha latinoamericana. Políticos como Milei y Katz han expresado sentimientos xenófobos y favorecen la discriminación racial.

Como dato interesante, vale consignar que entre 1998 y 2015, los candidatos de izquierda ganaron un total de 32 elecciones en 13 países diferentes, desde Hugo Chávez en Venezuela hasta Dilma Rousseff, pasando por Néstor Kirchner en Argentina. A finales de 2011, en el apogeo de la “marea rosa”, alrededor de tres quintas partes de la población de la región vivían en países gobernados por gobiernos de izquierda elegidos democráticamente.

Pero esto nos deja una reflexión: ¿por qué son los grupos de la nueva derecha extrema los que lideran el retroceso de los gobiernos progresistas de izquierda? Fueron los populismos de derecha como el de Sebastián Piñera en Chile; Mauricio Macri, de la derecha neoliberal en 2015; en Perú, un economista del FMI y del Banco Mundial, Pablo Kucunky (sic), superó a Keiko Fujimori; y la “joya de la abuela” en Brasil: cuando no se puede ganar lícitamente, Michel Temer, un hombre de la dictadura militar brasileña, desalojó a Dilma Rousseff.

Un dato importante a tener en cuenta es que después del Covid-19 hubo una reacción a la incapacidad de algunos Estados, teniendo en cuenta la recesión económica que le siguió.

Quizá los interrogantes puedan sucederse es qué tipo de “nueva derecha extrema latinoamericana” y cuál es su posición frente a la disyuntiva de gobernar con un proyecto novedoso y distributivo o si se trata del viejo conservadurismo con un nuevo ropaje. Quizá una mezcla de ambas posturas. Por ejemplo, el “anarco liberalismo” inspirado en la vetusta escuela austríaca, o hasta la mezcla y la persecución y encarcelamiento masivo de Bukele y acoso a través de las redes sociales. Para comprender la forma en que estos aspectos del pensamiento y la práctica de la derecha se interrelacionan, hay que mirar más allá del auge y la caída de los partidos políticos. Fue cuando estos partidos implosionaron por no dar respuestas a las sociedades insatisfechas y cansadas de las promesas incumplidas que aparecen en este “vacío” político organizaciones que defienden las formas desiguales de distribución de bienes, oportunidades y reconocimiento entre clases sociales como máscara de sus verdaderas intenciones, que son la expresión de deseo de las élites. En el ámbito político, el electoralismo de las derechas se ha alternado con las dictaduras, con el neoliberalismo laissez-faire, el desarrollismo estatal y hasta el corporativismo. En el aspecto cultural, hay una centralidad del nacionalismo y la religión ha fluctuado, aunque el viejo tema del “anticomunismo” está a la orden del día.

La clase dominante, a medida que avanzaban las políticas de masas, la derecha estaba obligada a encontrar la manera de confrontarlas. Durante el Plan Cóndor en América Latina, la derecha fue cómplice necesaria para que las políticas neoliberales produjeran la desindustrialización de la región, eliminando toda competencia a los mercados extranjeros. El golpe militar de 1964 en Brasil, desplazando al izquierdista Janio Quadros, fue el primero de una ola de dictaduras que se prolongó hasta la década de los ’80, con Pinochet y Videla como los más brutales, además de estar institucionalizados. La ruptura del régimen democrático abrió un espacio para que las ideas de extrema derecha ganaran terreno para la aplicación del neoliberalismo autoritario, por ejemplo el de los “Chicago Boys”.

La actitud complaciente de tantos conservadores hacia las dictaduras se volvió en su contra cuando estos regímenes, llegados los ’80, se dieron cuenta de que los generales habían sido económicamente incompetentes, además de brutales, y su “fervor antisubversivo” había dejado de ser útil. Pero no nos confundamos: la derrota en Malvinas y la democratización cuidadosamente gestionada de los años ’80 y ’90 no fue una derrota de las Fuerzas Armadas, sino una retirada estratégica. Y en muchos casos los partidos políticos formados durante las dictaduras siguieron siendo actores electorales importantes: la UDI en Chile, el Partido Democrático Social en Brasil, etc.

El sector económico salió indemne de los juicios sucesivos. Nunca se investigó que durante la dictadura militar argentina, la deuda que dejó Isabel en 1976 era de apenas US$ 6.000.000 (sic) de dólares. En 1983 sumaban US$ 42.000.000 (sic), jamás explicados ni cuestionados.

Aunque los medios políticos e institucionales utilizados por los distintos sectores de la derecha han variado con el tiempo, el objetivo primordial es la defensa de los intereses de las élites, que en la mayoría de los casos se agrupan en corporaciones. Los retos que se plantean a los sectores populares no residen en “ganar” la calle, que no está mal, sino en la construcción de ámbitos de discusión profunda para tener en claro el rumbo de una resistencia organizada con ideas profundas de posibilidad de competir con las políticas de entrega, salvo excepciones, en la mayoría de los países de América Latina. Ya no se trata de sobrevivir de las “migajas” que te deja el amo por la falta de coraje de enfrentar la usurpación a las naciones sometidas.

Recuerden bien que “el fascismo quizá esté muerto aparentemente, pero no ha sido enterrado, y muchas veces puede volver con ropas democráticas”.

Fuente: Prensa Alternativa

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