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Nota escrita por: Sergio Brodsky
28 septiembre, 2025
La fiesta del monstruo
Por: Sergio Brodsky
“Para sembrarte de guitarra / para cuidarte en cada flor / y odiar a los que te castigan, mi amor / yo quiero vivir en vos.” María Elena Walsh, Serenata para la tierra de uno
4 min de lectura
Por: Sergio Brodsky

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Esa idea, la de una celebración monstruosa, vino a mi cabeza al ver, estupefacto, el espectáculo de entrega de la soberanía y el goce, realmente grotesco y atroz, burlón y humillante, del emperador anómalo y contrahecho, dueño de los hilos del títere que sonreía triunfal su bufonesca indignidad, la semana pasada, en el festín de la entrega.

 

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Sin embargo, La fiesta del monstruo es un relato de Bioy Casares y Borges, en el que asocian a Perón y sus seguidores a la barbarie, a la monstruosidad. En ese relato, el pueblo salvaje, brutal y primitivo se moviliza para adorar a su líder, presentado como un gran manipulador.

Es la operación ideológica del Poder: designar un significante, siempre desplazado —para seguir la lógica de Marcelo Valko en su brillante exposición en las Jornadas de Sociales en Concordia— para representar el mismo significado: la deshumanización y cosificación que le quita a ciertos prójimos su carácter de tales. En el caso del cuento, a los trabajadores peronistas, con el fin de explotarlos y dominarlos.

Esos significantes atravesaron, como un hilo rojo de sangre, la historia argentina en una cadena sustitutiva con el mismo significado. Ellos fueron: los pueblos originarios aniquilados; los esclavos afrodescendientes masacrados; los inmigrantes anarquistas asesinados, perseguidos y expulsados; los cabecitas negras fusilados; los jóvenes militantes, estudiantes, trabajadores secuestrados, torturados y desaparecidos.

Hoy son nuevamente las personas que habitan los barrios humildes (en un desplazamiento de sentido racista desde la denominación de los esclavos afros de fines del siglo XIX a los pobres actuales, a quienes también el Poder y cierta clase media desprecian denominándolos “negros”) quienes asumen el significante mortífero.

El Monstruo descripto por Borges y Bioy, en el que se aprecia esa deriva significante que reproduce la misma lógica simbólica de El matadero de Esteban Echeverría —mismo perro con otro collar— fue, paradójicamente, el líder de un movimiento que plantó, por primera vez, las banderas de justicia social, independencia económica y soberanía política.

Significó, por primera vez, para los trabajadores, los peones, los pobres, las mujeres, la posibilidad de sentirse Patria, sentirse parte, sentirse humanos, sentirse derechos. Significó, para la Patria, un momento histórico de soberanía plena.

Esa que había entregado ya Rivadavia a la Baring Brothers, o más cercana y festivamente, Julito Roca con el Pacto Roca-Runciman, cuando declaró con la felicidad del payaso, del mercachifle, que —salvo por un error de la geografía— la Argentina pertenecía al Reino Unido. Más aún: era su joya más preciada, dijo, la “joya más preciada de su graciosa Majestad”.

Es el antecedente más fresco, más desnudo de una entrega descarada de la soberanía. Sucedió en el año 1933, durante la Década Infame, en la que los dueños de la semicolonia agroexportadora salvaban algo de su decadencia humillándose, a costa de la miseria y la infelicidad del pueblo.

Las risas burlescas de los engendros advierten —monstrum significa en latín avisar, una señal de los dioses sobre algo inusual o de mal augurio— quiénes pagarán la fiesta del saqueo imperial, del vasallaje abyecto, ahora indisimulable.

Serán los mismos, ahora al desnudo, con más decisión y violencia, los dañados y perjudicados: los pobres, los trabajadores, los desocupados, los jubilados, los discapacitados, los hospitales, las escuelas, las universidades y el futuro. Sobre todo, el futuro, que se dibuja como un horizonte aún cada vez más oscuro y tormentoso, si no recuperamos la dignidad y honradez.

Esa que se entona como emblema en cada marcha, en cada manifestación, en cada repudio y en cada deseo; esa determinación por la que aquello que es lo más íntimo —nuestras raíces, nuestro idioma, nuestra tierra, la de uno, nuestra familia, nuestros hermanos, nuestra Patria—, aquella que hoy más que nunca es lo que está en riesgo, nuestra Patria, no se enajena, no se traiciona y no se vende.

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