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Nota escrita por: Ricardo Monetta
21 septiembre, 2025
La necropolítica de la crisis educativa
Por: Ricardo Monetta
la educación, atravesada por el mercado, la tecnología digital y las políticas neoliberales, se convierte en un dispositivo de control que vacía de pensamiento crítico a las sociedades y profundiza la ignorancia funcional al poder.
4 min de lectura
Por: Ricardo Monetta

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El mundo actual está asistiendo a una crisis educativa sin precedentes, porque ningún ser humano puede lograr concebir el mundo como ente total. Nadie nace sabiendo, pero es responsabilidad de quienes lo trajeron proporcionarle el mínimo conocimiento y orientación para que el saber no quede más que como una representación simbólica.

Ahora bien, no todo saber es ley, pero implica que, en la misma medida, todo saber ha de ser construido desde un marco de comprensión de la realidad tan amplio que limite al máximo las posibles inconsistencias a las que cualquier humano puede quedar expuesto. Sin embargo, negar desde el absurdo, negar la existencia misma de lo real, configura cada vez más la mentira como verdad. Es por eso que la crisis educativa, a través de las narrativas preformadas, llegará siempre a conclusiones equivocadas.

El desarrollo de nuevas tecnologías, que permiten interpretar ingentes cantidades de información en muy poco tiempo y supuestamente en forma exacta, no parece facilitar de manera real las actividades humanas. Por el contrario, implica perder la capacidad de comprender la realidad y, por ende, la capacidad de expresar aquel conocimiento que se incorpora. ¿Y por qué sucede esto? Porque no se enseña a desarrollar el pensamiento crítico.

La crisis educativa en una sociedad deriva, ante cualquier dificultad, en una actitud de desesperanza, que llena ese vacío con las ilusiones creadas por los constructores de la mentira, sostenidas en el supuesto “valor” de la falsedad y en la validación automática de cualquier tipo de afirmación que se realice sobre la realidad.

Existe una afirmación muy difundida, sobre todo en la política: para transformar al mundo es necesario comprenderlo. Pero comprenderlo es muy diferente a interpretarlo. Es necesario que la educación política, que no es una sustancia etérea de voluntad de involucramiento en la arena política, sino que está determinada por la lógica del modo de producción dominante y su ideología, sea entendida en su raíz.

Desde hace décadas, en un mundo globalizado y regido por el capitalismo, la educación está sometida a la dictadura del mercado. Sus sistemas educativos son evaluados con criterios de “eficiencia”, “productividad” y “competitividad”, categorías tomadas de la casta empresarial y aplicadas por los grandes centros de poder a la arquitectura pedagógica. La educación se convierte así en un adiestramiento mercantil y no en una formación humana y universal.

Y uno se pregunta entonces: ¿por qué hay tanta ignorancia en cosas vitales para el desarrollo humano? Nunca hubo tanta información disponible, ni tanto acceso al conocimiento “chatarra”, y, sin embargo, nunca la ignorancia fue tan funcional al poder. En lugar de promover el conocimiento profundo, se fomenta la hiperconexión sin reflexión. En lugar de pensamiento crítico, se impone la lógica del “clic”.

El capitalismo digital, con sus algoritmos de segmentación y control, ha introducido una nueva dimensión en la crisis educativa: la colonización tecnológica de la conciencia. Mucha “basura” en las cabezas para que nada cambie.

No es casual que en los gobiernos neoliberales de todo el mundo se hayan aplicado políticas de austeridad que desfinancian la educación pública (Menem, Macri, Milei). En el Foro de Davos de 2016 recuerdo que Mauricio Macri le quiso vender la educación pública a un empresario en 5.000 millones de dólares.

Desde los años 80, Thatcher y Reagan, siguiendo los dictados del FMI y el Banco Mundial, promovieron el modelo de eficiencia educativa basado en recortes, privatización, descentralización y desfinanciamiento.

En muchas aulas, bajo el disfraz del pluralismo, van penetrando ideologías reaccionarias, discursos de odio y camuflajes ultraderechistas que intoxican. Se simula progresismo mientras se vacía de contenido crítico a las ideas. Incluso, a nivel mundial, se llega a disputar el sentido mismo de la democracia y de los derechos humanos.

No quieren que los jóvenes sean exploradores de la política y la cultura como vehículos posibles para soñar futuros diferentes.

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