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La puta que vale la pena estar vivo
Es la frase icónica que José, personaje encarnado por Héctor Alterio, lanza a los vientos en la extraordinaria película Caballos salvajes, dirigida por Marcelo Piñeyro. No hay argentino que no la haya adoptado en momentos de dificultad, pero también de esperanza. Producto del neoliberalismo de los 90, caracterizado, como hoy, por la estafa, la corrupción, el robo y las injusticias, José se reencuentra en ese momento con la solidaridad y los horizontes nobles como sentidos profundos para volver a celebrar la vida.

Ayer falleció Héctor Alterio, a los 96 años, un extraordinario actor argentino que ha llevado al teatro y al cine los dramas más profundos de nuestra historia, abriendo, con el arte, la ficción y sus actuaciones magistrales, las claves de nuestra cultura e identidad, de la vida social y de los momentos trágicos de nuestra Patria, a los que no estuvo ajeno en su vida personal, dado que sufrió la persecución y el exilio de la Triple A.
Claro que voy a realizar una selección de acuerdo con mis gustos, porque Alterio participó de más de 150 películas a lo largo de su prolífica vida. Elijo primero al “teniente coronel Varela”, el militar que, enviado por Yrigoyen a Santa Cruz para destrabar los conflictos suscitados por los estancieros ingleses con los peones de las estancias que reclamaban mínimas condiciones de dignidad laboral y humana, decide fusilar a 1.500 obreros, en uno de los episodios más espantosos y bárbaros de la historia de la humanidad. El papel de Alterio en el rol de Varela es descollante, consagratorio.
Los hechos de la Patagonia trágica fueron uno de los mojones más significativos de la opresión y la explotación que la oligarquía argentina ha realizado en nuestra historia de injusticias, brutales represiones y genocidios contra la clase trabajadora. Por eso, además de su intrínseco valor artístico, tiene utilidad como un documento histórico inestimable en la construcción de nuestra memoria e identidad.
Vale fijarse nomás en la “reforma laboral” que anuncia hoy el gobierno para comprender que no tiene otra lógica que la opresión y la negación, el desconocimiento de los derechos de los trabajadores que la filmación narra espléndidamente. Lógica que se repite: explotación, injusticia, represión y muerte a los trabajadores que resisten el oprobio del poder.
Hace poco, en un acto de desagravio a Bayer, su guionista, trabajamos en el profesorado de “Sociales”, como cine-debate, La Patagonia rebelde. Me sorprendió gratamente la atención que suscitó en los jóvenes estudiantes, que a lo largo de casi dos horas no se distrajeron un momento, atrapados por las impactantes escenas y brillantes interpretaciones.
Otra obra descomunal que tuvo a Alterio como protagonista fue La historia oficial, que desnuda el genocidio perpetrado por la dictadura cívico-militar, eclesiástica, y los robos y apropiaciones de bebés de las personas secuestradas, torturadas y desaparecidas. Allí representa a Roberto Ibáñez, un empresario que participa del robo y apropiación de Gaby, a quien engaña como su hija adoptiva, sustrae su identidad, hasta que poco a poco su esposa (Norma Aleandro) va descubriendo la siniestra realidad, el drama ominoso que sufrió el pueblo argentino y la heroica lucha y búsqueda de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo por recuperar a sus nietos.
“La puta que vale la pena estar vivo” para ser testigo de ese acto de amor inconmensurable. Esta obra de arte es un documento de identidad que debemos conservar como una reafirmación de la Memoria, la Verdad y la Justicia, como el camino ético y reparador que abrieron las Madres de Plaza de Mayo y que, sobre todo hoy, con un gobierno negacionista, a la par que reivindicador de los crímenes de lesa humanidad, pretende borrar las huellas indelebles de lo que somos y de lo que nos pasó como pueblo, como país.
Por último, y en esta apretada selección de este breve homenaje a un actor maravilloso, recuerdo Vientos de agua, una serie dirigida por Juan José Campanella, fantástica narración de nuestra historia, tan pegada a la inmigración, los exilios, las partidas y las renegaciones.
El asturiano José Olaya (Ernesto Alterio, hijo) debe emigrar en 1934 a la Argentina, perseguido por la Guardia Civil española. Acaba de estallar la mina de carbón en la que murió su hermano Andrés, a causa de querer salvar a trabajadores y niños de un escape de gas del que había alertado a su capataz. La detonación de la mina es un acto de venganza que José paga con el exilio a la Argentina.
Paralelamente, va contando el drama de Ernesto Olaya (Eduardo Blanco), hijo de José, arquitecto que queda desempleado en la Argentina en 2001 y decide irse a España con su familia en búsqueda de trabajo. Sin embargo, sus depósitos quedaron atrapados en el “corralito”, el “robo del siglo” del dinero que la clase media tenía en los bancos argentinos, perpetrado por el gobierno de De la Rúa, del que participaron Patricia Bullrich, Federico Sturzenegger y Toto Caputo, entre otros lobos que hoy han vuelto, mal disfrazados de corderos, en una versión trágica de los efectos de la desmemoria del país esponja.
Es pertinente esta obra hoy, a poco de recordar los trágicos sucesos de diciembre de 2001, aquellos que, como testimonia Bonasso, en forma de saqueos a los supermercados como efecto del hambre y el robo del poder económico y financiero, “comenzó en la provincia de Entre Ríos, provincia gobernada por el radical Sergio Montiel. No fue casual que arrancara el 15 de diciembre en la ciudad de Concordia, castigada por una tasa de desempleo que superaba holgadamente el promedio nacional. El intendente Hernán Orduna, un antiguo militante de la JP, declaró que la gente había salido a saquear porque estaba ‘desesperada’. En Concordia siguió la ola de saqueos el 16 y 17, para extenderse con creciente virulencia a Concepción del Uruguay (18 y 19), Gualeguaychú y Gualeguay (19) y recalar finalmente en la capital, Paraná, donde hubo tres muertos” (Miguel Bonasso, El Palacio y la calle, Editorial Planeta).
Quienes vivimos esa triste época no podemos olvidar las imágenes de personas hambrientas en las puertas de los supermercados, ingresando luego para llevarse lo que pudieran; personas golpeando cacerolas o con palos por haber sido robadas de sus depósitos. La angustia y la desesperación, el hambre y la desesperanza, la miseria, el desempleo, la Patria mutilada.
Volver a ver las películas del gran actor Héctor Alterio, compartirlas con nuestros hijos y nietos, reasegurar la memoria a la par que disfrutar de sus fabulosas actuaciones, es un compromiso ético de nuestra generación para que nunca más se repitan hechos trágicos y nefastos en nuestra sociedad, para poder gritar, en nombre del heroísmo y los ideales de los obreros patagónicos y de las Madres de Plaza de Mayo: “La puta que vale la pena estar vivos”, para aplaudir la vida, para celebrar sus vidas.

2 comentarios
Mariano
Excelente nota !! Muy necesaria la invitación a que veamos con nuestros hijos esos testimonios históricos también plasmados en el buen cine
Martina
Excelente!!!