En la alocada carrera hacia la autodestrucción, el Homo sapiens comenzó el 6 de agosto de 1945 a sacralizar un genocidio de manera nunca hasta ese momento conocida. Cuando la Segunda Guerra Mundial fenecía, y una de las potencias del Eje, Japón, casi agonizaba militarmente, surgió el águila imperial de los campeones de la democracia y el humanismo: el mismísimo EE.UU., que había entrado tarde a la contienda, pero quería entronizarse como el nuevo Imperio Guerrero de Occidente.
Para eso, no tuvo mejor idea que lanzar primero una bomba nuclear, con una potencia de más de 20.000 toneladas de TNT. No contento con esto, el miserable presidente Harry Truman, 48 horas después, ordenó un nuevo lanzamiento sobre la indefensa ciudad de Nagasaki, cuando en realidad Japón ya estaba dispuesto a rendirse, pues la barbarie de fuego había empezado mucho antes, cuando el Gral. LeMay, el cerebro que planificó el bombardeo de varias ciudades niponas como Nagoya, Osaka, Yokohama y Kobe, entre febrero y mayo de 1945, tres meses antes de las bombas atómicas antes mencionadas.
En la noche del 10 de marzo de 1945, LeMay ordenó arrojar sobre Tokio 1.500 toneladas de explosivos desde 300 bombarderos B-29, que llovieron desde la 1:30 hs hasta las 3 hs de la madrugada, por lo que 100.000 hombres, mujeres y niños murieron en pocas horas, y otros como 1 millón quedaron heridos, como si fuese una previa del horror que les continuaría. Eran un precedente de las bombas de napalm que se usarían en Vietnam y Camboya. Una testigo declaró: «Las mujeres corrían con sus bebés como antorchas de fuego en sus espaldas». Sin embargo, el ruin Gral. LeMay expresó: «No me preocupa matar japoneses». Su estirpe racista lo define.
Pero el horror no había terminado. Cuando la guerra estaba decidida y acabada, después de las bombas atómicas, cientos de aviones de los EE.UU. «regaron» con otras decenas de miles de bombas diferentes ciudades de Japón, dejando otro tendal de víctimas innecesarias. El general Carl Spaatz propuso arrojar una tercera bomba atómica sobre Tokio. La propuesta criminal no prosperó porque Tokio estaba totalmente destruida. El mismo sanguinario Gral. Curtis LeMay repetirá esta estrategia de masacre indiscriminada y a distancia en Corea del Norte y en Vietnam.
Lo de Hiroshima y Nagasaki fue un genocidio planificado, donde años más tarde sobrevivientes despellejados en su cuerpo y en su alma peregrinaban por el mundo buscando una explicación del porqué de tanto horror.
Poco después de los bombardeos sobre civiles inocentes e indefensos, el “heroico” Gral. LeMay reconocería: “Si hubiésemos perdido la guerra, yo hubiese sido condenado como criminal de guerra”. Este individuo, junto con otros altos jefes criminales nazis, fue promovido como alto jefe de la OTAN. Años después, este Gral. recomendó al joven presidente Kennedy lanzar bombas atómicas sobre La Habana, Cuba, a fin de prevenir males mayores. Luego, el Gral. Alexander Haig (¿recuerdan que vino como intermediario en la guerra de Malvinas, y le entregó información secreta a los ingleses?) le dijo al presidente Ronald Reagan: “Solo deme la orden y convertiré esa isla de mierda en un estacionamiento vacío”. ¡Son todos iguales!
¿Por qué se tiraron dos bombas atómicas? Porque Japón fue el campo de experimentación: la primera bomba contenía uranio enriquecido y la segunda bomba contenía plutonio enriquecido.
El colmo del cinismo fue que el presidente Harry Truman dijo sin sonrojarse: «Le damos gracias a Dios porque esto haya llegado a nosotros antes que a nuestros enemigos». Se refería a Hitler e Hirohito. Él se refería a “nosotros” como los protegidos de Dios.
Las manifestaciones en Japón sobre el genocidio de Palestina la ven como la fachada del recuerdo de la tragedia atómica en su país, para que se manifiesten en el mundo contra la guerra nuclear que preconizan el imperio de EE.UU., los restos del británico y el pasado nazi que quiere retornar, junto al fundamentalismo sionista de Israel.
Nosotros sabemos que es difícil interpretar la historia a través de categorías modernas.
Que esta terrible experiencia del recuerdo nuclear no nos haga retroceder a la época de las cavernas, porque la naturaleza en su evolución biológica solo nos dará una oportunidad de supervivencia si la irracionalidad de los supuestos Homo sapiens encarnados en los líderes mundiales alcanza a comprender que de eso… no se vuelve.