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Nota escrita por: Sergio Brodsky
10 agosto, 2025

10 agosto, 2025

10 agosto, 2025

Niebla en agosto (*)
Por: Sergio Brodsky
Recuerdo al Padre Servín celebrando la apertura del comedor, con matices, porque decía: “En definitiva, que se abra un comedor es una desgracia, porque significa que una familia no comerá en su hogar”. Se lo escuché decir hace muchos años, en una entrevista que le hicimos en "Desde Adentro", que era el taller de radio que coordiné durante 18 años en la cárcel.
Padre Andrés Servín, histórico referente social de la zona sur de Concordia
Por: Sergio Brodsky

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Dentro de ese grupo de privados de la libertad que oficiaban de periodistas estaba Martín, que no faltaba nunca; escuchaba atento y preguntaba poco. Martín no había elegido nacer en la extrema pobreza, ni sufrir todas las carencias de una existencia que lo predeterminaba. Esas carencias que marcan un destino. La miseria lo puso en la cárcel y la cárcel lo devolvió a la miseria.

Unos días atrás, triste y gris como siempre, a pesar de su ancha sonrisa y sus ojos ávidos, lo encontré revolviendo basura en el contenedor de calle A. del Valle.
“¡Ey, Sergio!, ¿no tiene nada?”, preguntó alargando el paso. Rogó él, a ese Dios en el que aún confía, que me bendiga por la ayuda exigua. Yo sentí vergüenza, dolor, impotencia.

Así como Martín y su condenada infancia, miles de niños son condenados al hambre y la pobreza. A existencias-destino, como decía José Pablo Feinmann: una existencia ya decidida, trazada, sin retorno. El hambre y la falta de educación limitan sus horizontes, sus posibilidades, sus intenciones, sus voluntades y anhelos. Eso sucede en Latinoamérica estructuralmente.

Países como el nuestro, con capacidad para alimentar por cuatro veces más a sus habitantes, empujan a la mayoría al hambre, porque unos pocos se apropian de la riqueza. En Brasil, Jorge Amado denunció esa injusticia en sus novelas: denunció la miseria de los trabajadores explotados en las plantaciones de cacao y el abandono total de los niños de Bahía, en una obra fulgurante y conmovedora: Los capitanes de la arena.

Ese libro, escrito con emoción y lirismo, fiel relato de los niños de la calle —plenos de ternura, crudeza, inocencia, desolación y resentimiento—, arrojados al delito para sobrevivir, fue confiscado y quemado en su totalidad en la plaza pública de Bahía, porque evidenciaba las injusticias y desigualdades que las élites culturales del país solían obviar.

Esas infancias son iguales, en su mayoría, a las que han vivenciado, como Martín, los que han caído tras las rejas por delitos callejeros, propios de la penuria y la escasez. Sirva este recuerdo de homenaje para Jorge Amado, genial escritor brasileño que nació un 10 de agosto de 1912, a quien los críticos denostaban como un “escritor de pobres y putas”. Amado no solo fue, por eso, censurado y sus libros quemados, sino que también sufrió la cárcel y el exilio.

El hambre es un límite, una calamidad. Un millón de niños se acuestan en nuestro país con una sola comida. Es decir, con hambre. En nuestra ciudad, una de las más empobrecidas, los porcentajes se incrementan de un modo alarmante, intolerable. Los despidos masivos de trabajadores, la desocupación, el impedimento estatal del trabajo de carreros y cartoneros, y el ajuste brutal sobre los salarios agravan un panorama desolador.

Lo vemos cotidianamente en la gente que vive en la calle, expulsada y excluida de la sociedad, degradada de su humanidad, desasida de su dignidad. En la enorme cantidad que asiste a los comedores para no morirse de hambre. Esos comedores tomados por una burocracia cruel. Otra vez el comedor de Gruta de Lourdes sin alimentos. Otra vez un sacerdote anuncia, con el corazón angustiado, que no podrá dar de comer hasta que se firme el convenio con Nación.

Pero es que el hambre no espera. Ya el Ministerio de Capital Humano —oxímoron furibundo, irónica paradoja— retuvo y dejó pudrir alimentos en una oportunidad. Incluso ese hecho fue denunciado. No pasó nada, claro.

El hambre no espera. Desespera en su agonía. Ya los responsables de una de las más trágicas experiencias de la historia de la humanidad y del racismo daban a los niños con discapacidad y a los enfermos mentales, a quienes consideraban indignos de vida, la “sopa del hambre”, un caldo sin nutrientes que ingerían hasta la muerte. Eso debería bastar para tomar conciencia de que no se juega con el hambre.

Eso sucedió en agosto, bajo nieblas y tinieblas infernales. Sucedió a la humanidad en agosto, en agosto de 1939.

(*) Referencia a una película dirigida por Kai Wesell y basada en la novela de Robert Domes.

2 comentarios

  • SE LO EXTRAÑA A ANDRES…SEGURO HOY ESTARÍA CONVOCANDO A LOS VECINOS…PARA VER QUE HACEMOS COMO COMUNIDAD…UN GRANDE…

  • Felicitaciones Bosky por traer a nuestras frajiles memorias aquel cura del pueblo que cuando hablaba temblaba la tierra hasta llegar al las catedrales y el mismísimo Vaticano! Cuánta vergüenza nos invade de solo entender que solo luchando se transforma una sociedad!

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