La lucha por la geopolítica del dominio de los recursos naturales implica tanto las amenazas coercitivas como la técnica usada por el Imperio durante décadas: la fabricación de actos de “falsa bandera” como pretexto de invasión a quien no se discipline a sus intereses. El caso de Venezuela es paradigmático, ya que está a pocos kilómetros de los EE. UU. y posee lo que más desea Trump: el petróleo, que es como la “sangre” para un sistema neocolonial tipo “vampiro”, cuyo único objetivo es el dominio del mercado energético. Como dijo el genial estratega —pero criminal a la vez— Henry Kissinger: “El que domine el mercado del petróleo dominará el mundo”.
Es cierto. Pero eso fue hasta hoy. Porque ahora se enfrentan, por un lado, el capitalismo financiarizado de Occidente, obsesionado por la extracción de valor y los rendimientos espectaculares a corto plazo; y por el otro, el chino: el capitalismo productivo estatal, enfocado en la creación de capacidad material y la dominación tecnológica a largo plazo.
No se trata solamente del choque geopolítico de dos naciones, sino del choque de dos futuros capitalistas realmente distintos, donde el futuro del empleo, la soberanía tecnológica y el propio estatus civilizatorio de Occidente están en juego, nada menos.
Por eso hay que conocer la historia de un ocaso hegemónico anunciado por los “patrones” de la Historia, y acelerado por la miopía de las élites que confundieron la ingeniería financiera con el progreso real.
El capitalismo occidental, particularmente en su versión anglosajona, ha experimentado una mutación fundamental desde la década de 1980, abandonando progresivamente su alma productiva para abrazar las finanzas y la especulación. Este modelo —que alguien denominó “capitalismo de casino”— se caracteriza por la primacía absoluta del valor para el accionista sobre cualquier otra consideración, ya sea productiva, social o estratégica.
Este dogma se traduce en un conjunto de prácticas extractivas que han “vaciado” la capacidad industrial de Occidente. En lugar de invertir capital en investigación y desarrollo, en la modernización de plantas de producción obsoletas o en la capacitación de una fuerza laboral de alta calidad, las corporaciones destinan sumas astronómicas a recomprar sus acciones en el mercado abierto (“timba financiera”).
Este artificio contable, legalizado en 1982, no crea ni un solo bien tangible ni un nuevo proceso productivo. Este “cortoplacismo”, como doctrina, originó una presión por generar rendimientos trimestrales cada vez más altos, que han impuesto una tiranía del presente. Eso ha llevado a una desinversión sistemática en la economía real. Las áreas productivas son desmanteladas, no por ser inviables, sino por no ser suficientemente rentables en el horizonte miope (o especulador) de Wall Street.
Frente a este modelo, China ha construido, con una disciplina espartana, un capitalismo de Estado orientado a la producción y la investigación. Su sistema no niega el mercado, pero lo subordina de manera incuestionable a los objetivos estratégicos de la nación. Aquí la lógica no es la maximización del valor para unos pocos accionistas de las élites, sino la maximización de la capacidad productiva nacional como pilar del poder geopolítico. Un verdadero nacionalismo patrio.
La narrativa de que la “financiarización” es una fase superadora o más evolucionada del capitalismo fue una ilusión peligrosa, ya que este dogma ha sido un patrón recurrente que inició el camino del ocaso de una potencia hegemónica.
Resumiendo la historia: recordemos que fue Génova (los banqueros) quien controlaba las finanzas; Gran Bretaña impulsó la Revolución Industrial y se convirtió en el “taller del mundo”; y luego fue EE. UU. quien dominó la producción “fordista” en masa y la línea de montaje. O sea, el crecimiento era tangible y se basaba en una ventaja productiva clara.
Cuando la economía del “hegemón” se financiariza, el centro del sistema deja de ser la producción de bienes para convertirse en la acumulación de dinero a través de instrumentos financieros cada vez más complejos y especulativos.
El problema llegó cuando la expansión de la deuda externa le hizo saber al poder financiero que estaba alimentando a su propio verdugo. Pero ya era tarde.
Por lo tanto, la pregunta final es: ¿puede el capitalismo occidental, en su forma de financiarse actual, superar su lógica suicida?
“El error fue confundir riqueza con dinero.”
Fuente: El Tábano – Prensa Alternativa







1 comentario
HUGO
Para mi , no existe el enfrentamiento EE UU versus China. Son países capitalistas los dos. Además no te vas a pelear con tu principal comprador, de los dos lados. Lo que si les conviene es tener a la gilada ocupada con estas dudas.