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Nota escrita por: Sergio Brodsky
12 octubre, 2025
El 13 de octubre comienza el genocidio
Por: Sergio Brodsky
El mayor genocidio “de la historia humana”, llamó Tzvetan Todorov en su libro La conquista de América: el problema del otro, al exterminio de habitantes originarios de nuestras tierras, solo negado por quienes niegan los genocidios. Este acontecimiento fue el más importante en la historia de la humanidad y, para los invasores del Imperio español, lo denominaron “Conquista o descubrimiento” de América: la llegada de Colón a Guanahani, al parecer un 13 de octubre de 1492, corregido al 12 para que coincidiera con la fiesta de la Patrona del Pilar, Patrona de los Reyes Católicos, hermosísimas tierras que enseguida rebautizó San Salvador.
4 min de lectura
Por: Sergio Brodsky

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Esas personas, los Taínos, tenían un bellísimo idioma, una lengua cargada de poesía, el arawak, ligada a su armonía con la naturaleza; entonces, el arco iris era llamado “serpiente de collares”, el cielo era el “mar de arriba”, el rayo el “resplandor de lluvia”, el alma era el “sol de pecho” y el amigo “mi otro corazón”.

Esa bondad natural, que anticipaba el buen salvaje de Rousseau, fue percibida por Colón, para quien, sin embargo, solo contaba la perspectiva del oro y el saqueo. Escribía, en su diario, el Almirante:

“Son la mejor gente del mundo, y sobre todo la más amable; no conocen el mal —nunca matan ni roban—; aman a sus vecinos como a ellos mismos; tienen la manera más dulce de hablar del mundo, siempre riendo. Serían buenos sirvientes; con cincuenta hombres podríamos dominarlos y obligarlos a hacer lo que quisiéramos”.

El sometimiento forzado, la servidumbre, la explotación y violaciones más atroces, y el saqueo de las riquezas a través de terribles matanzas, ya estaban claramente perfilados en esta anotación. La perplejidad por la diferencia —a pesar de rescatar, solo retóricamente, el rasgo cristiano de “amar al prójimo como a sí mismo”— que siempre los agentes del Imperio transforman en inferioridad para justificar el dominio y el despojo, se refleja en la descripción de Américo Vespucio, cuando observaba:

“Estos salvajes no tienen leyes ni fe y viven en armonía con la naturaleza. Entre ellos no existe la propiedad privada, porque todo es comunal. No tienen fronteras ni reinos, ni provincias y ¡no tienen rey! No obedecen a nadie; cada uno es dueño y señor de sí mismo. Son un pueblo muy prolífico, pero no tienen herederos porque no tienen propiedades”.

Pronto, el asombro y el deslumbramiento se transforman en desprecio y discriminación, y su “falta de sentido de la propiedad, del valor del oro que cambian por baratijas, su desnudez, se irá convirtiendo en el fundamento de su definición de salvajes, animales, subhumanos”. Su falta de fe, de religión o su idolatría los hace infieles a conquistar, no solo sus cuerpos, sus tierras y sus riquezas, sino también su conversión religiosa; y entonces, a la espada se suma la cruz. Salvo excepciones, el cristianismo fue cómplice del genocidio.

Una de ellas, aun con sus errores, fue Bartolomé de las Casas, quien revelaba y denunciaba, en discusión con Sepúlveda, que:

“Los indios no carecen del uso de la razón; por el contrario, son gente capacísima, por lo tanto carece de fundamento tenerlos por siervos a natura, esclavizarlos o reducirlos a servidumbre; es algo que va contra la religión cristiana. Apelar a que son siervos a natura no es más que un pretexto para tiranizar. Las guerras contra ellos han sido siempre injustas y, no solo, no se les debería despojar de lo suyo sino que se les debería restituir lo que se les ha tomado por haber sido un robo”.

A pesar de su defensa de los indios, De las Casas cometió el error de validar el tráfico de esclavos africanos para sustituir a los indios que ya estaban agotando su existencia por la barbarie a la que eran sometidos, generando otro brutal aniquilamiento.

El capitalismo ha producido en su historia —que comienza por esta época y por estos hechos— estas espeluznantes experiencias de asesinatos horrendos, masivos y espantosos, para robar a otros hombres aquello que es parte de sí y de la naturaleza, en nombre, nada menos, que de la civilización y de Dios. Ha sido su lógica a lo largo de su desarrollo: la explotación del hombre por el hombre, la expoliación y las matanzas “justificadas” por ideas supremacistas y de jerarquías raciales, fundadas en las diferencias humanas.

Deberíamos estar lejos de celebrar estos acontecimientos, de llamar “Día de la Raza” a estos dramáticos lutos, a estas tristes noches de la humanidad, que lejos están de ser pasado; aún más, están en su cenit. Es una fecha para activar la memoria como apego a la verdad histórica, despejando las distorsiones y desmemorias que el poder produce como excusa, repudiar la tragedia del genocidio en América y reafirmar el día de la diversidad cultural como aquella realidad que configura la más bella expresión del hombre y del amor, la mayor de sus riquezas, la extraordinaria diferencia que, como semejantes, nos maravilla y nos eleva.

Sergio Brodsky

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