Esta frase famosa, «Si quieres la paz, prepárate para la guerra», fue pronunciada en el siglo IV después de Cristo por el autor romano Vegelio, y fue y es utilizada por mucho tiempo para justificar una expansión militar o una militarización de una nación en presunción de una agresión externa. En este caso, en tiempos tan oscuros y turbulentos y en un escenario global de colapso civilizatorio y de agotamiento de recursos estratégicos para la reproducción del sistema-mundo capitalista, es «sálvese quien pueda y tenga». Y este juego implica que cada cual, cada élite, cada potencia, cada área geopolítica, se busque su destino con los recursos de que disponga: ya sea reparto por la fuerza, dominio territorial, acceso forzoso a recursos estratégicos, control militar de las rutas oceánicas y violenta acción del Estado. Todo esto con un telón de fondo de colapso sistémico y descomposición de los equilibrios globales.
Por eso, algo grande se mueve bajo la superficie de la «narrativa» oficial europea. Se ha montado, sin razón, un estado de movilización bélica, que tiene constituyentes ideológicos y de desesperación ante el abandono de asistencia financiera y militar por parte de EE. UU., ya que este —o sea Donald Trump— convenciera a Putin para participar en el «desmembramiento» de Ucrania una vez finalizada la guerra. Mientras tanto, van proveyendo de algunos pertrechos militares a Ucrania, con el fin de reanudar las hostilidades contra regiones rusas poco habitadas.
Cómo será la angustia de los líderes europeos —Macron de Francia, Stamer del Reino Unido y Metz de Alemania— que viajaron a Kiev en un tren especialmente blindado para ellos y no se dieron cuenta que había una pequeña cámara de filmación disimulada que demostró las imágenes de los líderes distendidos, en ropa de calle, ante una mesa donde había solamente una botella de agua, tres copas, y un plato chico para cada uno con una servilleta conteniendo un «polvo blanco» y una cucharita. ¿Habrá sido talco? Humm.
Pero sabemos que, por más que amenacen a Rusia con una escalada conjunta de la OTAN, Putin no se inmuta y les ha hecho saber que tiene 13 misiles Oresnhy con un poder destructivo devastador apuntando a las capitales de la OTAN, teniéndolos como «objetivos» de guerra si osan atacar a la Federación Rusa.
Por otra parte, la impresentable descendiente de una baronesa, Von der Leyen, presidenta del Parlamento Europeo, junto con el pro-nazi, hijo de un combatiente nazi, el premier Metz de Alemania, se pronunciaron con un aumento del PBI de las naciones europeas, nada menos que de un 2,3 % a un 5,02 %, para gastos de defensa. Todo eso sacrificando el presupuesto de salud, educación, investigación científica, etc., en aras de un supuesto ataque de la Federación Rusa. Totalmente delirante.
Esto, además de la intención de endeudarse por U$S 800.000 millones emitiendo bonos del Banco Central Europeo. Esta es la contribución de Europa al CIM (Complejo Industrial Militar) de EE. UU., que había quedado sin demanda por culpa de Donald Trump en su campaña en busca de la paz en Ucrania. Sin dejar de lado las jugosas comisiones que se cobran los líderes del Parlamento Europeo, que se atribuyen decisiones por sobre las decisiones de cada país. La baronesa y su marido tienen causas por desvíos de dinero a cuentas suizas, según las investigaciones de Bruselas. Lo mismo que Christine Lagarde, que operó para darle el préstamo más grande de la historia a Mauricio Macri para que se la fugue.
Esta es una historia repetida. La lógica de la guerra se convierte en estrategias suicidas de gestión del colapso. Como no quieren reconocer la derrota, optan por una fuga hacia adelante.
Las más cínicas oligarquías, especialmente las vinculadas al capitalismo más necroliberal, tecno-delirante, financiarizado y especulativo, han decretado un peligroso juego de asegurarse el propio espacio vital —y ajeno— a costa de los de «abajo» y de las naciones que se oponen a la sumisión después de tanto tiempo de extorsión económica y militar.
Los movimientos estratégicos de fondo, que aparentemente sostienen los Estados pero que dirigen las élites parapetadas detrás de ellos, parecen ir en esta dirección: los EE. UU. necesitan quedarse con América, ya sea en forma directa o indirecta, y a través de su incursión colonialista; Israel, con los recursos de Oriente Medio, al mismo tiempo que los yanquis siguen influenciando con sus 800 bases militares por todo el mundo. Por su parte, Europa parece asegurarse el norte de África como su retaguardia estratégica. Rusia pretende afianzar su zona de influencia en el Este de Europa. Los recursos y las rutas del Ártico van a ser compartidos por EE. UU. y Rusia. Y China no va a dejar de cejar en sus intentos por consolidar su dominio sobre el Mar de la China.
Los que más van a sufrir en este reparto del mundo que viene son los europeos, que pagarán las consecuencias de su vasallaje —desde la Segunda Guerra Mundial— al tutelaje de EE. UU., que ahora les suelta las manos. El problema a resolver para todos es el colapso energético, que no es futuro sino que ya está en marcha.
El espejismo del crecimiento sostenible se desvanece. Y ante esta realidad, las élites europeas no optan por transformar el sistema —que se cae a pedazos—, sino por blindar su decadencia a través de dos procedimientos que se complementan y retroalimentan: el giro a la ultraderecha y la guerra preventiva en el exterior, como lo hizo la OTAN en el decenio pasado.
Continuará