Verónica López – Lic. en Cs. de la Educación
Es domingo, día de votación. Recuerdo que, de niña, para mis padres votar era una fiesta: me levantaban tempranito, los escuchaba reír mientras preparaban el mate. Se notaba que estaban emocionados, ansiosos. Mamá me peinaba y me ponía un bonito vestido. No sabía por qué, pero ella me vestía como si fuera un día importante. Al final, para nada, porque ella entraba sola a ese lugar que llamaban “cuarto oscuro”. Era como un paseo; lo raro era que íbamos de paseo a escuelas que no eran la mía. Papá un día me tomó de la mano y me dijo: “Vos calladita, no me sueltes”. Se hizo el sota y me metió medio de contrabando en el cuarto extraño. No entendía por qué estaban todas las ventanas tapadas con diario y las luces prendidas. ¡No era oscuro! Solo había una mesa larga con muchas hojas con fotos. Papá fue derechito a una, sin dudar; la puso en un sobre, me guiñó el ojo y me hizo seña de silencio con el dedo sobre su boca. Mamá era más formal, y cuando salimos le puso cara de que algo habíamos hecho mal. Solo eran gestos: papá me miró y entendí que habíamos hecho una travesura. ¡Ese fue mi primer voto!
Después venía lo más lindo: volvíamos a casa, papá ponía la carrera de Fórmula 1 en la radio y hacía el fuego para el asado. Siempre que iban a votar, el mismo ritual: había alegría en mi casa.
Pasó el tiempo, estudié Historia y entendí muchas cosas. Mis viejos habían pasado las dictaduras: no solo la del ’76, también la del ’55, la del ’62 y la del ’66. Votar para ellos no solo era un derecho, sino casi un privilegio. Me transmitieron la emoción, la alegría, la libertad que otorga el voto.
Seguramente hoy muchos pensarán que no vale la pena ir a votar. ¿Por qué? Porque llevamos cuarenta años de democracia. En cuarenta años naturalizamos un derecho y ya ni siquiera nos preocupamos por informarnos… Algo que está ahí y que, cuando quiera, si quiero, lo tomo. Tal vez alguien crea que su acto no es necesario, que total otros lo hacen por él o ella, o que el día que sí tenga ganas lo hará; que mejor no cambia la rutina del domingo. Hay tantas cosas que todos pensamos que cualquiera puede hacer, que alguien lo hará, pero al final nos damos cuenta de que nadie lo hizo. La verdad es que este derecho se ganó, y no fue fácil.
La historia nos refiere que el primer gobierno nacido de las mismas entrañas del pueblo fue luego de que se aprobara el sufragio universal, secreto y obligatorio para los varones, en 1912; y también que a las mujeres les costó muchos años más ese derecho.
En los inicios del siglo XX, la Argentina daba sus primeros pasos. Una élite conservadora y anglófila se había instalado en el poder y no estaba dispuesta a dejar sus privilegios ni sus negocios. En 1905, Pellegrini se dirige a los jóvenes diciendo:
“Todos estos males, mis jóvenes amigos, reconocen una sola y única causa y tienen un solo y único remedio: es que todo nuestro régimen institucional es una simulación y una falsedad. Nuestra Constitución proclama como base institucional la soberanía popular, y la soberanía popular no existe; declara que el voto popular es fuente de toda autoridad, y esa fuente está cegada o cubierta de malezas… (…) Vamos, pues, mis jóvenes amigos, a prestarnos para la gran tarea, y llamo a alistarse no sólo a vosotros, sino a las nuevas generaciones en toda la República. No las convoco a una campaña electoral inmediata con el solo propósito de hacer triunfar una tendencia, sino a una cruzada política contra la indiferencia que pesa como manto de plomo sobre nuestra vida pública” (Rivero Astengo, A. J. Pellegrini).
Carlos Alfredo D’Amico, gobernador de Buenos Aires entre 1884 y 1887, describía así a la ciudadanía:
“Ahí está el pueblo completamente indiferente, porque juega, porque especula (…) dejando que haga y deshaga, recogiendo las migajas que deja caer de sus banquetes, que representan fortunas. Ese pueblo se conmueve solamente cuando le tocan el bolsillo (…) El poder llama en nombre de una persona, para adorarla con títulos de supremacía, para que su voluntad omnímoda no tenga impedimento alguno, ni en las muchedumbres, que deben continuar silenciosas, ni en los gobiernos locales, que deben continuar obedientes, ni en el Parlamento, que debe resolver afirmativamente y sin observaciones, ni en el pueblo cuya voluntad se falsifica en favor del supremo absoluto gobernante. Los que acuden a colocarse bajo la sombra de esa bandera sin colores definidos, en la que solo se ve escrito el nombre del que manda, son los sueldistas del presupuesto, los procónsules de las provincias, los favorecidos de los bancos oficiales…”.
En ese panorama se vuelve imperioso empoderar al pueblo, educar cívicamente, despertar la participación política; y el sufragio universal, secreto y obligatorio fue el instrumento. La Ley N.º 8.871, llamada “Ley Sáenz Peña”, se aprobó en la Cámara de Diputados con 49 votos a favor y 32 en contra en relación con el voto universal y secreto; pero en relación con la obligatoriedad fue rechazada. El Senado pudo revertir la votación y así finalmente fue ley como universal, secreto y obligatorio.
Algunos de los discursos que se escucharon en el debate expresaban el pensamiento de la élite de la época. Benito Villanueva (senador del P.A.N.): “El voto obligatorio es un peligro para la libertad del sufragio”. Ignacio Irigoyen (senador del P.A.N.): “Nuestro mal político está en la falta de fiscalización de las elecciones por la oposición y el indiferentismo de la gran masa de inmigrantes que ha llegado al país”. Joaquín V. González (senador): “¡En este país no se ha votado nunca!”. En relación con el sufragio universal dijo: “Es el triunfo de la ignorancia universal”.
¡Solo bastan estas pocas palabras para saber que, desde los albores de la patria, un sector de la sociedad consideró que el voto universal y secreto ponía en riesgo su poder real! No fue sencillo lograr el derecho, y vale saber que los derechos que no se ejercen se pueden perder.
Apenas aprobada la ley, en el primer acto eleccionario donde se garantizó la universalidad, el secreto y la obligatoriedad, Hipólito Yrigoyen fue elegido presidente. Con él llegó por primera vez al gobierno el deseo y el interés de las grandes masas trabajadoras, comerciantes y pequeños empresarios. Nacía el primer movimiento de base en el país.
Carlos Pellegrini reconoce el cambio que significó la implementación de la Ley Sáenz Peña:
“En 1916, todo cambió. Por primera vez la aritmética electoral, maniobrada por un nuevo sentido colectivo, se impuso secamente sobre los valores consagrados por un largo examen de capacidad ante la opinión. El imperio de la mitad más uno, decisivo (…) gravitó en la balanza de nuestros destinos. Extrajo de la oscuridad o del misterio en que vivían a los nuevos rectores de la nación. Con la irrupción de las masas, la política comienza a hacerse de abajo para arriba…”.
Pero aún había una deuda grande: el voto femenino.
En 1907, Alicia Moreau de Justo fundó y lideró el Comité Pro-Sufragio Femenino. Desde el Partido Socialista presentaron varios proyectos de ley (al menos ocho) que fueron rechazados en el Congreso y un total de veintidós que ni siquiera llegaron a tratarse.
Cuando se aprueba la ley de confección del padrón electoral, en 1911, Julieta Lanteri (también integrante del comité) se percata de que la ley no especifica género, por lo que interpone un recurso de amparo para ser incorporada al padrón. Fue la primera mujer que figura en un padrón electoral argentino, y en las elecciones del 26 de noviembre de ese año se convirtió en la primera mujer sudamericana en votar.
Pero esto fue excepcional. Con la ley de 1912 se deja claro que solo votan los varones; es así que la lucha continúa para las sufragistas. En 1920 llevaron a cabo dos simulacros de elecciones con campaña electoral incluida. En estos ensayos se daba lugar a la palabra de las militantes en los espacios de trabajo y en las calles. Además, se realizaban charlas, conferencias y veladas literarias. Aunque las leyes no se lo permitían, Julieta fue la primera mujer candidata a diputada por el Partido Socialista. “Los derechos no se mendigan, se conquistan”, repetía. Julieta Lanteri murió en febrero de 1932, sospechosamente atropellada por un auto conducido por un activista de la ultraderechista Liga Patriótica, luego de haber sido reiteradamente amenazada. El accidente nunca se investigó.
Alicia Moreau expresaba: “Lo que pretendemos es despertar la atención de las mujeres, es interesarlas en el movimiento, es provocar una manifestación de opiniones”.
Fue Eva Duarte quien tomó la posta de las sufragistas cuando Perón llegó al gobierno. ¡Incansable! Hasta lograr la sanción de la Ley 13.010, que otorga el derecho a elegir y ser elegidas a las mujeres. Al ser promulgada la ley, Evita expresó:
“Aquí está, hermanas mías, resumida en la letra apretada de pocos artículos, una larga historia de lucha, tropiezos y esperanzas (…) Hemos llegado al objetivo que nos habíamos trazado, después de una lucha ardorosa. Debimos afrontar la calumnia, la injuria, la infamia. Nuestros eternos enemigos, los enemigos del pueblo y sus reivindicaciones, pusieron en juego todos los resortes de la oligarquía para impedir el triunfo. Desde un sector de la prensa al servicio de intereses antiargentinos se ignoró a esta legión de mujeres que me acompañan; desde un minúsculo sector del Parlamento se intentó postergar la sanción de esta ley (…) Pero… ¡bendita sea la lucha a que nos obligó la incomprensión y la mentira de los enemigos de la Patria! ¡Benditos sean los obstáculos con que quisieron cerrarnos el camino los dirigentes de esa falsa democracia de los privilegios oligárquicos y la negación nacional! (…) ¡Con nuestro triunfo hemos aceptado esta responsabilidad y no habremos de renunciar a ella!”.
Votar no es una elección: elegir es una obligación moral, ética e histórica. La memoria nos lo demanda.
¡Hoy se vota!
Verónica López – Lic. en Ciencias de la Educación







1 comentario
Ruben
Hermosa reflexión que me retrotrae a los sueños de aquellas jornadas de octubre de 1983. Pero lamentablemente la militancia luego se encargo de destruirlos cuando pude vivir de cerca como se confeccionaba el listado de «personajes» que integrarian las opciones de los ciudadanos. Creo que desde el Menem-Calderón a la actualidad solo nos han presentado personas que no estuvieron a la altura moral y capacidad para ejercer esos cargos. Unos demasiados capaces otra defender «sus» intereses y otros demasiado obsecuentes de alguien como para defender los nuestros. En ese punto deberán trabajar en el futuro.