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La crueldad como método de dominación: del corral indígena al despido sin derechos
Este ensayo, urgente y doloroso, reflexiona sobre la persistencia de la crueldad como herramienta de sometimiento social, desde la conquista colonial hasta las formas modernas de explotación laboral y disciplinamiento estatal. A través de ejemplos históricos y contemporáneos, la autora traza un hilo entre las masacres de pueblos originarios y las violencias simbólicas y materiales del presente, alertando sobre los peligros de naturalizar el horror como “orden”.
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En tiempos donde la crueldad se hace bandera de “orden”, y mientras asistimos impávidos y silenciosos, cada miércoles, a la demostración de la lenta muerte por la tortura mental sobre los ancianos y ancianas, muertes que, más temprano que tarde, sucederán, porque ser apaleado semana a semana calará profundo en el cuerpo, pero más calará en la mente y el alma. Primero serán los ancianos, luego el periodismo (ya estamos asistiendo a la planificada tortura del miedo sobre el periodismo), después serán los trabajadores, los jóvenes, las madres y los niños. ¿Qué exagero? Juntemos todas las partes de la destrucción y verán que no.

Ancianos y ancianas, cada miércoles; la periodista Mengolini, perseguida y vilipendiada; Navarro, golpeado en público; jóvenes médicos residentes del hospital de niños más importante de la Argentina, destratados; mentiras y más mentiras sobre todo el personal que sostiene el hospital público, orgullo del país; discapacitados y discapacitadas obligados a “demostrar” su discapacidad, con demandas de lecturas a ciegos y de “levantate y anda” a una mujer en silla de ruedas, paralítica desde el nacimiento; enfermos de cáncer sin medicación; y niños… niños en el Garrahan, luchando con graves enfermedades y con médicos a medias; niños y niñas discapacitados, donde la respuesta es “¿por qué el Estado debe hacerse cargo de un hijo discapacitado?”. ¿Cuál sería la finalidad de todo esto?

Paso a explicar, y saque el lector su propia conclusión: buscar el origen de la crueldad en nuestra historia es un ejercicio que debería llevar a cabo la escuela, pero, lejos de ello, la educación la manda al arcón del olvido, suaviza y, en el mejor de los casos, justifica. ¿Qué derecho había en dominar a los pueblos originarios? En estos tiempos pienso mucho en cómo se habrán sentido aquellas poblaciones ante el avance desaforado del poder colonial, y creo que tal vez se sintieran como hoy tantos argentinos, que asisten desorientados e impotentes al avance de la crueldad. ¿Será el mismo fin?

Diana Lenton, investigadora del CONICET, en el trabajo denominado “La cuestión de los indios y el genocidio en los tiempos de Roca: sus repercusiones en la prensa y la política”, muestra cómo el diario La Nación (justificador hoy de la crueldad) describía periodísticamente un hecho:

La Nación del 17 de noviembre de 1878, es decir, plena Campaña al Desierto, dice textualmente en primera página bajo el título «Impunidad»: “El (regimiento) Tres de Línea ha fusilado, encerrados en un corral, a sesenta indios prisioneros, hecho bárbaro y cobarde que avergüenza a la civilización y hace más salvajes que a los indios a las fuerzas que hacen la guerra de tal modo”. Y nos preguntamos: ¿y los que defienden hoy todavía ese proceder, también son crueles? Más todavía: la crónica del día anterior (16 de noviembre de 1878) aplica el término “crimen de lesa humanidad”, nada menos, un término que parecería nuevo en la historia, pero que ya se utilizaba en ese tiempo. Dice la crónica de ese día que “la carnicería que se ha hecho con los indios es bárbara y salvaje”, y que “esos indios fueron encerrados en un corral y fusilados, así como animales y peor que animales”. Y se pregunta La Nación: “¿Y se han olvidado las leyes de la guerra y el respeto a la civilización hasta un punto tan deplorable? Esas matanzas deshonran, y la civilización protesta contra ellas”. Bien, hoy, el diario La Nación defiende esa carnicería a través de sus editorialistas y autores de notas. El diario La Nación hoy no muestra horror “civilizado” ante la crueldad. ¿Será que los intereses hoy son menos éticos o más globales?

La crueldad como forma de disciplinar hunde sus raíces en la historia misma de la conquista y colonización, hecho que cíclicamente vuelve sobre las tierras de la Patria Grande, soñada por San Martín, Belgrano, Artigas, Bolívar. Siempre el objetivo es el mismo: apropiarse de las riquezas de mayor valor en cada época: ayer el oro y la plata, hoy el petróleo, el litio y el agua. La metodología, siempre la misma: destruir la identidad cultural y social de la comunidad objetivo; intimidar con muestras de fuerza sobre un grupo puntual, y relatar “la verdad” de la conquista con épica histórica.

La educación nos suele contar someramente sobre aztecas e incas, paradójicamente dos grupos nativos que se entregaron bastante rápidamente al poder colonizador, pero poco nos cuentan de las largas y duras resistencias de los pueblos originarios de nuestro territorio, a los que, en general, se los muestra como poco “evolucionados”, rebeldes y difíciles de dominar.

Los indios quilmes y acalianes resistieron poco más de un siglo el avance colonizador en los Valles Calchaquíes, y cuando finalmente fueron desarticulados, en 1664 se dispuso su destierro, para así lograr el doble objetivo: terminar la resistencia y obtener mano de obra para la región pampeana, donde era escasa. Cruelmente, los quilmes y los acalianes fueron obligados a caminar desde la región del Tucumán hasta Buenos Aires, donde arribaron en 1666. Luego de caminar 1300 km, con hambre y enfermedades, llegaron a la reducción “Exaltación de la Cruz de los Quilmes”. Aun así, a pesar de que se cree (debido a la escasez de datos) que la mortandad rondó entre el 40 y 60 %, siguieron resistiendo, muchos huyendo y muchos trabajando a desgano (esto queda registrado en las crónicas de la época, de allí el mote de “haraganes” de todo aquel que se resiste a la explotación laboral). Nacen aquí, quizás, las raíces nativas de las huelgas.

La mita y el yanaconazgo, las formas más crueles de explotación laboral que se utilizaron durante la colonización, no solo eran formas de trabajo esclavo, eran formas de quebrar la resistencia cultural, de desarmar el sentido colectivo de organización. Cuentan las crónicas que, cuando los hombres eran llevados a la mita, la familia realizaba un ritual de despedida que era el mismo de la sepultura, porque pocos lograban sobrevivir a ella. Al yanaconazgo, sistema muy parecido al régimen feudal, eran destinados los nativos que oponían resistencia a la conquista, y su trabajo, ligado a la agricultura, era de por vida, sin posibilidad de retorno a su comunidad. ¿Que estas formas son parte del pasado? ¿Los Rappi, los Uber o los Didi serían formas semi-esclavas de la colonización? Porque, para las leyes de Indias, aquellos trabajos debían ser remunerados, pero la realidad es que los encomenderos utilizaban la deuda como forma de control social. Hoy, estas nuevas formas “liberales” de trabajo, sin sueldos fijos, sin cargas sociales (conquistas del siglo XX), sin derecho a salud ni indemnización por despidos, serían la forma laboral cruel en la que se encuentra la sociedad. Hoy, estos trabajadores y trabajadoras no poseen recibo de sueldo, por lo que no pueden acceder a un crédito ni a un alquiler.

Tomemos por último el ejemplo de los mapuches que, en la mayoría de la historiografía escolar, continúan llamando “araucanos”. Mapu –tierra–, che –gente–. Este pueblo, durante décadas, fue llamado “araucano” por la colonización española, quitando así la identidad de origen. El pueblo mapuche resistió la colonización. Poco reconoce la historia a Lautaro (por ejemplo), cacique mapuche, quien en la batalla de Tucapel (1554) derrota al ejército invasor y toma prisionero al conquistador Valdivia, a quien ejecuta. Colo Colo también fue un cacique mapuche que logró la alianza entre tribus para defenderse y enfrentar al conquistador.

El caso emblemático es el de Janequeo, esposa de Lonco Huepotaén, cacique de Llifén, quien murió torturado por el gobernador español. Ella toma la conducción del ejército de resistencia y tan grande fue su valentía y liderazgo que aún permanece en la memoria del pueblo mapuche; sin embargo, varios historiadores modernos desacreditan esos relatos diciendo que son una creación ficticia o “fake news”. ¿Que es parte del pasado? A Rafael Nahuel lo mató la policía por la espalda, el 25 de noviembre de 2017. ¡Tan mapuche como sus ancestros! ¡Tan dueño de las tierras como ellos! Tan asesinado cruelmente simplemente por estar en su tierra.

Así está viva en la memoria de Catalina la crueldad colonizadora:
“Ay, para qué le voy a contar, porque a mí me contaba mi abuelita, porque ellos se escaparon de la guerra. Pobrecita, sabía llorar mi abuelita, sabía llorar cuando se acordaba. Ella dice que se escaparon allá, cuando los tenían a todos como animales, dice que los juntaban, los tenían como para toreo. Una galleta le solían dar a la semana… sabía llorar mi abuelita, lloraba, se acordaba… Decían cómo los ataban, cuando los arreaban. Dice que arreaban las personas, las que iban así embarazadas, cuando iban teniendo familia, le iban a cortar el cogote del chico, y la mujer que tenía familia iban quedando tirao, los mataban. Venían en pata, así a tamango de cuero de guanaco, así decía mi abuela. Los llevaban al lugar donde los mataron a todos, de distintos lados, los que se escaparon llegaron para acá. Dios quiera que nunca permita eso de vuelta”.
—Catalina Antilef, pobladora de Futahuao (Pcia. de Chubut).

La crueldad es una forma de disciplinamiento, pero ¿para qué? Para que el avance colonizador sea posible, para que la apropiación de la tierra sea posible, para que la mano de obra sea lo más barata posible, para que las riquezas propias pasen a manos extranjeras. Si no somos capaces de ver la crueldad como un fin, y solo la vemos como una circunstancia, no seremos capaces de construir un futuro nacional, soberano, justo, con derechos y equidad.

Citar las palabras de Osvaldo Bayer me parece oportuno para cerrar:
“Las personas construyen subjetividad en relación con el presente y con ‘sistemas de significación heredados del pasado’, sistemas que afectan el proceso interpretativo porque están encarnados en experiencias sociales. Se trata de experiencias de dominación silenciadas por los procesos hegemónicos y contadas de generación en generación por ellos mismos.”

Verónica López
Lic. en Cs. de la Educación

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