HABÍA UNA VEZ
Había una vez un árbol. Un árbol habitado por muchos, muchos pájaros. El gorjeo multitudinario era un bochorno de alegría en el lugar que más necesita alegría: el hospital. Estaba en un patio interno, eso que los arquitectos llaman “pulmón de edificio”, porque saben muy bien que los edificios y sus gentes necesitan respirar.
El árbol había pujado durante una veintena de años para tocar el cielo y estaba a punto de lograrlo. Sus ramas más altas se estiraban hacia lo alto, como tirando de toda la estructura. Le faltaban centímetros para superar los tres pisos de ladrillos y cemento que lo envolvían.
Los pájaros, de todos los colores y de todas las voces, habían venido a ayudarlo. Los cantos bochincheros de las madrugadas y de los atardeceres lo alentaban. Árbol y pájaros, pájaros y árbol, fueron una sola cosa. Gritaban vida en un lugar de desolación, en el que siempre hay alguien que necesita un cachito de esperanza.
Para los enfermos y los enfermeros, para los familiares angustiados y los médicos de guardia, el árbol y los pájaros eran el oráculo que inyectaba fe en la vida. Alguien lo llamó el Árbol de la Vida, y cada martes por la tarde y cada miércoles por la madrugada, el verde y el trinar, entre cemento y ladrillo, le devolvían oxígeno para una semana más.

Algunos dirán que primó la cordura: los que vieron la mierda en el piso y pasaron por alto tanto verde y tanto canto entre cemento y ladrillos. Son los que miran al piso y no al cielo. Y decidieron, porque pueden decidir y pueden matar en nombre de la salud.
Y en un acto de venganza a aquella vez en que el hombre y la mujer tuvieron que dejar ese otro Árbol que daba frutos prohibidos, decidieron expulsar al Árbol de la Vida del hospital y a sus pájaros.
El respeto a la vida es integral, o no es.







1 comentario
Samuel
Quería dejar el patio limpio el hombre dodorrico antes de irse ..y arrasó con la vida … Sejemante fantasma . Ojalá planten diez árboles más