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Nota escrita por: Ricardo Monetta
22 septiembre, 2025
Palestina, el genocidio y la hipocresía internacional
Por: Ricardo Monetta
En los próximos días se realizará la Sesión Anual de Naciones Unidas donde se tratarán aspectos de resolución de trascendentes situaciones del orden internacional, como por ejemplo, la resolución del Consejo de Seguridad sobre la posible incorporación de Palestina como Estado miembro de la ONU. En realidad, no creo en esta posibilidad porque una cosa es la votación en general de todas las naciones, y otra en el Consejo de Seguridad, donde votan solamente EE.UU., China, Rusia, Francia y Reino Unido. Para que el voto sea positivo, se necesita unanimidad absoluta. Para ello, Israel tiene garantizado el voto negativo de su Estado cómplice, que es EE.UU.
5 min de lectura
Por: Ricardo Monetta

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Por otra parte, en forma sorpresiva, tanto Francia, Reino Unido, Alemania, Portugal y España se habían pronunciado en favor de Palestina (?), lo que tomó por sorpresa a la comunidad internacional ya que todos estos países, y el resto de Occidente, no solo miraron para otro lado, e incluso apoyaron armamento al ejército israelí, y ahora, para «limpiarse» el rostro de la vergüenza ante tanto horror a ojos vista del genocidio en Gaza, aparecen cínicamente disfrazados como países «humanistas» ante la comunidad internacional.

Muchos son los Estados que participan de esta brutal colonización en tierras palestinas. Por supuesto que el principal sostén ideológico, financiero y bélico es el mismo EE.UU., cuyo presidente Donald Trump y el lobby judío sionista del Congreso vienen desde hace años desarrollando una política colonizadora no solo en Palestina, sino en todas las naciones que se opongan a sus políticas terroristas de ocupación y saqueo.

También Gran Bretaña no es ajena al genocidio sobre el pueblo palestino. Es que la Rubia Albión quiere ocultar sus crímenes escondiendo la verdad de todas las maneras, aunque no aparezcan publicadas, en que ayuda a Israel a cometer sus crímenes al aportar sus bases aéreas, sus servicios de inteligencia y las generosas exportaciones de armas, además de proporcionarle cobertura política. También pretende silenciar a la militancia a favor de Palestina al considerar actos «terroristas» la desobediencia civil que lleva a cabo Palestine Action con penas de hasta 14 años de cárcel. Este planteamiento censor y draconiano sigue un manual que usan los británicos para negar, minimizar, tergiversar u ocultar el papel que ha desempeñado el país a través de los años en sus políticas coloniales en todo el mundo a lo largo de la historia.

El hecho de que los medios de comunicación no saquen a la luz el sangriento historial de Gran Bretaña también les permite a sus políticos salir inmunes, con una retórica como la del actual líder Keir Starmer, que afirma que Gran Bretaña está junto a Israel contra el «terrorismo», a favor del Derecho Internacional y de la protección de la vida de los inocentes. (¿A eso le llaman «diplomacia»? ¡Más cinismo no se consigue!) Tanto le ha gustado a Netanyahu este discurso que lo ha adoptado diciendo que Israel libra una guerra de «civilización frente a la barbarie». (¿Lo habrá leído a Sarmiento?)

La lógica que subyace en estas afirmaciones es que el pueblo palestino no forma parte de la civilización occidental y, por lo tanto, son «subhumanos» (?). Que no son personas dignas de tener los mismos derechos o la misma igualdad.

Por suerte para el mundo, Palestina deja de ser un «conflicto» para convertirse en una interpelación histórica. Una ruptura, más allá de lo simbólico, entre el pueblo y las élites. El genocidio palestino no es nuevo, es la continuidad de un proyecto colonial que desde su origen necesitó negar al otro para justificarse. El sionismo no solo se impuso sobre una tierra habitada, sino que lo hizo, y eso es lo grave, con el respaldo del orden internacional dominante y bajo la lógica del despojo. Hoy, como ayer, Israel no actúa solo, sino como avanzada militar, tecnológica y simbólica del llamado Occidente colectivo en uno de los territorios más estratégicos del planeta. Y como todo proceso colonial, para sostenerse necesita exterminar.

No es una simple ocupación o asentamiento. La ocupación implica borrar, reescribir, hacer desaparecer incluso la evidencia de que ese territorio alguna vez estuvo habitado. De ahí que el genocidio no sea un accidente, sino una fase más de ese proyecto, que además tiene grandes connotaciones económicas, por lo que ya se están loteando sus tierras. De ahí también el silencio lúgubre, la complicidad y la cobertura política de quienes siguen considerando que Oriente Medio debe ser administrado desde afuera, como si el siglo XX no nos hubiese enseñado nada.

Pero este proyecto colonial forma parte del capitalismo occidental, que ha estado siempre anclado en una lógica de centro y periferia. O sea, unos pocos países concentran la tecnología, la industria y los bancos, y los demás quedan condenados a la exportación de materias primas. Así, mientras los mercados celebran beneficios, las sociedades acumulan precariedad. Palestina es una víctima no del ocaso del colonialismo del viejo orden mientras asistimos al derrumbe de una ética universal, sino del consenso que lo sostenía.

Durante siglos, la Europa liberal se presentó como un faro de derechos humanos y civilización. Pero ese relato funcionó como ideología legitimadora de un orden mundial basado en el saqueo colonial, el racismo estructural y la supremacía imperialista. No hay traición, porque nunca hubo un compromiso real con esos valores, sino una construcción propagandística para consolidar hegemonía.

Lo que Palestina «rompe» es ese pacto tácito entre dominantes y dominados, entre opresores que simulaban cínicamente humanidad y pueblos sometidos que aún concedían legitimidad moral a sus verdugos.

Hoy, frente al genocidio televisado, la farsa se desmorona. La violencia fundacional capitalista sale a la superficie. Se quiebra el consenso y con él se abre una brecha histórica para la lucha que viene contra el imperialismo global.

Palestina es un ejemplo de resistencia humana y social.

Ojalá que la «riviera con playas doradas» con que sueña el empresario inmobiliario Donald Trump y su cómplice Benjamín Netanyahu no se tiña de sangre roja de miles de niños inmolados por la crueldad humana.

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