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miércoles 11 de diciembre de 2024
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Nota escrita por: Ricardo Monetta
viernes 18 de octubre de 2024
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El Capitalismo y el Neoliberalismo nos cooptaron y robaron la pausa y el silencio

Basta mirar alrededor para darnos cuenta de que la angustia por sobrevivir y la velocidad de consumo capitalista han acelerado la individualización de nuestras vidas y han convertido los momentos de sosiego en un bien de lujo para pocos.

Vivimos en una sociedad bajo el signo de lo hiper: hiperconectada, hiperdiagnosticada, hipermedicada, hipersexualizada, hiperinformada, hiperstresada (¡y cómo!), y así hasta el infinito. Vivimos acelerados, sometidos por las necesidades que nosotros mismos vamos generando. Somos una suerte de idea inacabada, un propósito que no se cumple. Nuestra sociedad es la viva imagen de la insatisfacción. Somos la frustración de una vida que nos consume y nos obliga a cuestionarnos con el propósito de llenar ese vacío como sociedad. Vivimos en un mundo donde el «tener» es más importante que el «ser».

El mundo infinito en el que habitamos sacia transitoriamente nuestra codicia, apaciguando con cada estímulo el ansia de búsqueda infinita, rango distintivo de las sociedades de nuestros días. Sin embargo, como cualquier adicción, cada vez más es el espacio perenne entre malestar y malestar. Nos han robado la pausa y el silencio reparador.

Uno de los progresos que Internet nos trajo con el salto tecnológico es la primacía de la cantidad. La pausa se ha desdibujado, y el apremio se hace cada vez menos amable. Permanecemos en constante movimiento, es decir, una huida perpetua hacia adelante. Huimos para perpetuarnos. Nos organizamos para sobrevivir. Para nuestro cerebro, la tarea más importante es garantizar la supervivencia. Como vivimos enfrentando peligros, las personas segregamos automáticamente hormonas (adrenalina) para aumentar la resistencia y escapar. Así es como los estímulos del estrés permanecen elevados, se estimula el miedo, la intolerancia, la fobia en forma continua, lo que casi es una enfermedad de reacción y nos roba la pausa y el silencio.

En la cultura de la información y del celular, todo es tan rápido que no alimentamos la parte de nosotros mismos a la que le «gusta el silencio». Hay un miedo que surge ante la idea de estar solo y callado, en silencio, como si no quisiéramos que las cosas «estén en silencio nunca más». Por eso, el silencio y la atención se nos presentan como dos pilares fundamentales de nuestra identidad sociocultural.

La presencia del silencio en nuestra sociedad «hiper» no deja de ser vista como un sinónimo de fracaso, de que «algo no va bien». Y es entonces que la duda del aprendizaje desaparece como posibilidad cierta.

Si lo examinamos con detenimiento, vemos que las redes sociales, Internet y, por consiguiente, la velocidad de la comunicación tecnológica son el enemigo número uno del silencio reflexivo. En la sociedad actual, los límites de la individualidad son cada vez más difusos. Una sociedad moderna es un «rebaño domesticado» con connotaciones primariamente consumistas. La digitalización de las relaciones, el declive del contacto físico, «face to face», la supremacía de la imagen respecto de la palabra, o la importancia suprema de las satisfacciones materiales e inmediatas prescinde de la espera, la seducción y el conocimiento pensado y pausado de los demás.

Vivir al límite, en el filo de lo real, produce un sentimiento crónico de vacío y de soledad insaciable. La fugacidad de lo experiencial afecta los vínculos emocionales entre las personas y aún con la «tierra» que los vio nacer. De todo esto se aprovechan las doctrinas totalitarias como el capitalismo y el neoliberalismo al presentarlo como una adicción posmoderna: la necesidad autoimpuesta de «cambios» esenciales en nuestras vidas en breve espacio de tiempo. Esa necesidad ansiosa de cambio no es fruto de una decisión racional, sino del marketing de consumo capitalista, de la cultura del desecho, del desapego que nos hace vulnerables como especie.

Por eso lo «hiper» nos transforma en transeúntes del tiempo, instalados en una búsqueda de lo efímero, donde la conciencia ya no nos pertenece, sino que ha sido secuestrada por esta máquina infernal del neoliberalismo. Y no nos damos cuenta de que existimos nada más que para servir al capital.

Por eso, si les sirve, no dejen que les roben la pausa para pensar y el preciado silencio.

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