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domingo 8 de diciembre de 2024
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Director: Claudio Gastaldi
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Nota escrita por: Sergio Brodsky
domingo 17 de noviembre de 2024
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Las palabras y las cosas

Hay que llevar hasta las últimas consecuencias la sentencia que pronunció Freud cuando sus discípulos le propusieron cambiar la palabra sexualidad por erotismo, menos revulsiva socialmente. Allí, en ese momento, dijo, negando de plano: “Uno empieza cediendo en las palabras y termina cediendo en la cosa misma”. Así lo comprendió, por ejemplo, el tenista alemán Zverev cuando no continuó jugando hasta que expulsaran de la cancha a un espectador que gritó: “Alemania sobre todo”. Esas palabras evocan dolor. Hay palabras que lastiman y producen violencia.
Imagen del 2017 de la revista Marca en la que destacados deportista españoles colaboran por el Día Mundial del Síndrome de Down en la exposición #xtumirada.

Así pasó otra vez con Milei, quien utilizó los términos “minusválidos” y “con problemas mentales” de modo despectivo para referirse a opositores políticos, a quienes normalmente —y sin escándalo— denomina “zurdos de mierda”. Además, ha llamado “viejos meados” a los adultos mayores. Esta vez, nuevamente fue repudiado por la Asociación de Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA), quienes dijeron: “Estas palabras, especialmente cuando provienen de una figura de tan alta responsabilidad, refuerzan miradas obsoletas y excluyentes que perpetúan el estigma y la exclusión hacia las personas con discapacidad, sujetos de derechos que merecen un trato digno y respetuoso”.

Es que anteriormente, el presidente de la República había llamado Down, como un insulto, a Ignacio Torres en la disputa que emprendieron por los fondos provinciales. También usó la palabra mogólico para atacar a otro. Por eso, porque perpetúa el estigma y la exclusión, por el uso permanente de la discapacidad como insulto y por sus recurrentes expresiones discriminatorias, desde ASDRA repudiaron estas actitudes, rechazo al que me sumo. Explicaron públicamente —aunque no personalmente al presidente— que el término minusvalía se relaciona con una “percepción de menor valor” o “inferioridad” y, aunque fue utilizado en el pasado, hoy se considera desactualizado y peyorativo. “Una condición no implica ‘valer menos’, ni es algo negativo en sí mismo”. En cuanto a la referencia a la discapacidad como descalificación, agregaron: “No es un insulto, y el término discapacidad no se refiere a una limitación intrínseca de la persona; más bien, se relaciona con las barreras que el entorno impone, obstaculizando su participación plena en la sociedad”.

El 27 de septiembre solicitaron una audiencia con el presidente para dialogar sobre estos temas y sobre las dificultades de inclusión laboral, ingresos y accesos a prestaciones básicas que enfrentan actualmente las personas con discapacidad. Aún no han obtenido respuesta. Soy escéptico en cuanto a que la consigan, con un gobierno que repele el diálogo cuando incluye lo diverso y maneja una lógica binaria amigo-enemigo que desprecia las diferencias constitutivas de los seres humanos y las comunidades democráticas. Tiende a estigmatizar y agredir porque no representa las ideas, sino la muerte de todas las ideas.

Estoy convencido de aquello que dicen desde ASDRA: estas palabras son siempre inaceptables, pero, viniendo de cargos de responsabilidad política, “no son triviales, crean realidades, refuerzan estereotipos y afectan a quienes ya enfrentan barreras”. Estas expresiones habilitan la violencia y todas las formas de discriminación. Naturalizan y validan la conducta de lastimar con las palabras y con los hechos. No sé cómo no se levanta toda la sociedad contra estas agresiones obscenas, cómo desconectan esas expresiones de la profundización de fenómenos como la violencia social, los crímenes de odio, la homofobia, el suicidio y el bullying. En este último caso, en el que soy frecuentemente requerido a colaborar por mi profesión de psicólogo desde las escuelas, es notable que en muchas ocasiones docentes y padres no puedan observar este hecho claro cuando reprochan el hostigamiento, la discriminación, las burlas y las humillaciones entre jóvenes. Estas conductas constituyen una réplica, en la institución escolar, de la discriminación validada por los adultos cuando no reaccionan con escándalo ante palabras cargadas de violencia como las de Milei.

No pronunciarse frente a esa barbarie, no repudiarla, es tomar posición. No es banal recordar experiencias históricas en las que teorías discriminatorias, palabras de odio, leyes y climas naturalizados por la sociedad condujeron a los hechos más atroces, sobre todo hacia los más vulnerables. Por eso, quienes queremos vivir en otro mundo —en el que todos los humanos puedan realizarse desde el amor al semejante, respetando sus diferencias, un mundo en el que quepan todos los mundos— rechazamos las expresiones discriminatorias del presidente y de cualquier persona en el mismo sentido.

Es urgente decirlo a viva voz.

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