Es así como surge el lenguaje inclusivo, en el intento de representar, en el idioma y en el habla, aquellos sujetos, experiencias y realidades que quedaban excluidas de las palabras y del lenguaje, sobre todo binario. El lenguaje inclusivo se ha expandido principalmente en sectores como las mujeres, la juventud y la diversidad sexual.
Al comienzo, buscaba visibilizar a las mujeres y las diversidades sexuales, borrades de unos lenguajes sexistas, machistas y heteronormativos, y de ese modo se crea, por ejemplo, la expresión todes, para nombrar las exclusiones y darles existencia.
Esta operación generó un gran escándalo en los fanáticos de la Real Academia Española, aquellos que gustan someterse a los carceleros del lenguaje, según la contundente definición de Gabriel García Márquez.
El lenguaje inclusivo aspira, entonces, a dotar de existencia simbólica a los que quedan por fuera, no solo del lenguaje, sino también del sistema del poder sociopolítico, cultural y económico. Aquellos mismos excluidos y marginados que Manuel Belgrano, a cuya memoria nos dedicamos sobre todo en junio, intentó integrar centralmente a su proyecto político, que no imaginaba las fragmentaciones y menos aún las discriminaciones y genocidios que esperaban a esos grupos marginalizados en el triste derrotero de nuestra historia.
Por esa visión inclusiva del mundo, estoy convencido de que nuestro más grande prócer no dudaría en hablar el lenguaje que intenta representar a todes. Su pensamiento y su proyecto, aquel que compartía con Moreno y Castelli, entre otros, contemplaba un lugar decisivo para los pueblos originarios, las mujeres y los indigentes. Con respecto a los primeros, dictó en Tacuarí el Reglamento para los naturales de Misiones, el 30 de diciembre de 1810, en el que les reconoce su plena igualdad y libertad.
El registro de la importancia y significación que esos pueblos, luego víctimas del intento de exterminio, tuvieron para la construcción de la patria de Manuel Belgrano se refleja en su propuesta, en el marco del Congreso de Tucumán que proclamó la independencia, de una monarquía incaica, con el elocuente apoyo de San Martín y Güemes, idea que naufragó cuando la asamblea se trasladó a Buenos Aires.
Con respecto al rol de las mujeres, Belgrano hacía gran hincapié en su educación (ya de las niñas) y formación para la independencia, además de su función decisiva en la formación moral e intelectual de los hombres.
Respecto de pobres e indigentes, su integración se revelaba en sus intenciones de igualdad, bebidas de la Revolución Francesa y de su conocimiento del pensamiento de Adam Smith, que escribía ya por 1776, que “la riqueza de las naciones” estaba fundamentalmente en el trabajo de sus habitantes, en la capacidad de transformar las materias primas en manufacturas, es decir, en un proyecto de industrialización que lograra la independencia económica y la inclusión de los trabajadores a la vida productiva, en condiciones de dignidad, camino que lamentablemente no recorrerá nuestra patria.
Es tan impresionante el pensamiento revolucionario de Belgrano, su visión política y económica de avanzada, que imaginó, como estrategia integradora de los marginados de la producción, una reforma agraria basada en la expropiación de las tierras baldías para entregarlas a los desposeídos, que, a fines del siglo XVIII, anticipara toda experiencia posterior: “Es de necesidad poner los medios para que puedan entrar al orden de sociedad los que ahora casi se avergüenzan de presentarse a sus conciudadanos por su desnudez y miseria, y esto lo hemos de conseguir si se les dan propiedades (…) que se les podría obligar a la venta de los terrenos que no se cultivan, al menos en una mitad, si en el tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios, y mucho más se les debería obligar a la venta de los terrenos que no cultivan, al menos en una mitad, si en un tiempo dado no se hacían las plantaciones por los propietarios y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colindantes con nuestras poblaciones de campaña cuyos habitantes están rodeados de grandes propietarios y no tienen ni en común, ni en particular, ninguna de las gracias que les concede la ley, motivo por el cual no adelantan” (Manuel Belgrano, “Memorias del Consulado”).
Es esta lógica de la integración en el lenguaje inclusivo por un lado y en el proyecto político y de su extraordinaria visión de estadista que tuvo Manuel Belgrano de aquellos marginados y excluidos del sistema, lo que me hace pensar que el creador de la bandera no tendría la obcecación de saludar al pueblo que amaba, referenciándolos en todos, todas y todes.