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La deuda siempre toca el timbre
Desde la última dictadura militar hasta el presente, la deuda externa marcó la economía y la vida cotidiana de los argentinos, multiplicándose de 8 mil millones de dólares en 1976 a más de 581 mil millones en 2024. Este recorrido expone una polarización profunda que atraviesa la historia nacional: deuda o desendeudamiento, dependencia o independencia, Estado subsidiario o Estado de bienestar. Entre modelos de apertura financiera y períodos de renegociación soberana, la “sostenibilidad” de la deuda se convirtió en un concepto instalado en el discurso oficial, mientras sus consecuencias golpean directamente en el salario, las condiciones de vida y la posibilidad de desarrollo del país.

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Sociológicamente se habla de polarización cuando determinados grupos se identifican y definen dentro del marco de posicionamientos rígidos antagónicos. La sociedad argentina tiene, casi como mandato fundacional, la polarización política: federales–unitarios; radicales–peronistas; agroeconomía–industrialización; kirchneristas–macristas/mileístas. Las características de estas polarizaciones son constituyentes de marcos referenciales que se definen por oposición: ser federal implica necesariamente no ser centralista; ser peronista implica necesariamente no ser radical; ser mileísta implica ser antikirchnerista. De esta forma, no existe uno sin la definición del otro. Se podría tomar cada perfil sociológico de estos grupos y definirlos por intereses comunes.

Hay un antagonismo del que poco se habla: el de deuda vs. desendeudamiento, o como lo plantea Susana Torrado: Estado subsidiario–Estado de bienestar (2004). Estimo que cualquier persona considera saludable vivir sin deuda; poder abastecer las necesidades sin tomar deudas es el ideal. Claro que, ante determinados gastos abultados, la deuda es ineludible para adquirir un bien durable. Por ejemplo: ¿quién no tomó deuda para comprar un auto, una moto, una casa o una heladera? Tomar un crédito controlado, con un fin específico, no es estar endeudado. El endeudamiento conlleva varios frentes de pagos que no pueden ser solventados con los recursos adquiridos. Por otro lado, su antagonismo, el desendeudamiento, permite proyectar, crear e invertir los recursos sobrantes para obtener nuevos ingresos con perspectiva de mejorar la calidad de vida.

Esto que se aplica como deber ser en la vida diaria no es tan claro ni lineal en lo que se refiere a lo social. La historia argentina ha mostrado que un alto porcentaje de la sociedad ha apoyado y apoya a gobiernos que tienen como programa económico endeudarse. Lo mismo que no consideran para su vida, sí lo aprueban para su país, aunque parecen no tener conciencia plena de que esa deuda también les pertenece.

Tomemos como período de análisis los procesos de toma de deuda desde la década del ’70 hasta la actualidad:

  • Desde 1976 a 1983. La dictadura militar inicia un proceso de apertura y desregulación financiera, que termina con el período de sustitución de importaciones iniciado con el gobierno de Perón en 1945, aproximadamente. Argentina toma el modelo chileno y sanciona la Ley de Entidades Financieras, entrando así en las aguas turbulentas de la globalización comercial y el mercado financiero. En 1976 la deuda era de 8 mil millones de dólares, la cual se multiplicó por cuatro en tan solo cinco años, alcanzando en 1981 los 36 mil millones, de los cuales 20 mil millones correspondían al Estado nacional y 16 mil millones eran deuda tomada por empresas privadas.

  • Desde 1983 hasta 2001. Los gobiernos democráticos se encuentran con el avance vertiginoso de la tecnología, entrampados en la desregulación de los mercados y la liberalización financiera. Por esos tiempos, conceptos como nacionalismo, cierre de importaciones e incentivo a la industria nacional eran considerados casi malas palabras. Aquí la polarización era aperturismo–nacionalismo. Cuando Menem llega al gobierno, la deuda había escalado a 60 mil millones de dólares. Durante los años ’90, la liberalización y desregulación del mercado financiero internacional y los avances en las técnicas de procesamiento y transformación de datos permiten movilizar instantáneamente grandes sumas de dinero, dejando rastros difíciles o imposibles de seguir (Sevares, Julio). Entre 1998 y 2002, el PBI per cápita había caído el 24 %, es decir, la renta de cada habitante del país se redujo en un 24 % en solo cuatro años. En este punto es cuando la economía llega a la puerta del ciudadano y la deuda toca el timbre. Cerrando este ciclo de endeudamiento sostenido, el Estado había acumulado un total de 165.541 millones de dólares en deuda.

  • Desde 2003 a 2015. Mediante una dura y ardua negociación con organismos de crédito internacionales, uno a uno, luego de 50 años de dependencia, en 2006 se paga al FMI, poniendo en orden el sistema económico y saliendo finalmente del endeudamiento. ¿Qué no se toman créditos? Sí, pero dentro de lo que se describió como deuda controlada; con fines específicos y apuntando al desarrollo económico del país. La consecuencia es la independencia económica, fuertemente polarizada con la dependencia.

  • Desde 2016 a 2025. Entre 2016 y 2019, Argentina no solo vuelve a solicitar préstamo al FMI, sino que la deuda, con todos los organismos de crédito, en cuatro años crece en 100 mil millones de dólares. En esta época empieza a divulgarse un concepto bastante contradictorio: sostenibilidad de la deuda, expresión que escuchamos mucho en los medios de comunicación y analizamos poco. ¿Qué significa? Al decir del buen vecino es “vivir endeudado”. En nuestro diario transcurrir no tenemos un buen concepto de quien vive endeudado, y menos tratamos de estar cerca por miedo a que nos pida prestado lo que intuimos no podrá devolver; sin embargo, escuchamos una y otra vez que debemos conseguir una deuda sostenible. Eso pasó más o menos entre 2019 y 2023: frente a una deuda impagable, y ante el dilema de tener que gobernar en un estado de cierto bienestar, se negocia de forma tal que la deuda sea sostenible. En 2024 entramos nuevamente en un vertiginoso estado de endeudamiento, llevando la deuda a 581 mil millones de dólares.

Brevemente y resumiendo: en 1976 debíamos 8 mil millones y hoy debemos 581 mil millones de dólares. ¿Qué nos pasó? Dice Susana Torrado: “La pregunta debería ser ¿por qué lo que nos pasa reviste aquí rasgos tanto más fundamentalista…? Para Torrado, comprender cada extremo de la antinomia podría ser una respuesta: ‘(…) desde mediados de los ’70, (…) se inicia un proceso de flexibilización del trabajo y de protecciones cuyos efectos se van adicionando en un “círculo vicioso”. La principal tendencia de este proceso es la degradación de la condición salarial y, consecuentemente, de todos aquellos atributos que garantizaban el acceso a las prestaciones sociales. Se replantea así la cuestión social en términos de un ascenso de la vulnerabilidad social y de un neopauperismo que se creía superados’”. Esto es lo que ella denomina Estado subsidiario: “…connota una visión residual de las políticas públicas: al Estado solo le corresponde actuar allí donde el mercado no llega o donde no haya mercado”. Con la sostenibilidad de la deuda emergen los excluidos, los subocupados, los y las marginales, los emprendedores, cuentapropistas, asalariados precarios. En el Estado subsidiario, todos ellos y ellas no tienen “necesidad” de la intervención del Estado, porque están jugando las leyes del mercado.

En el otro extremo de la polarización, en los tiempos históricos de desendeudamiento, emerge el Estado de bienestar. Expresa Torrado que se plantea en esos momentos “un debate en torno al siguiente interrogante: ¿cómo proteger al ciudadano y a su familia sin socializar los derechos? O sea, ¿cómo implicar al Estado en la cuestión social? La respuesta pasó por la reformulación del vínculo social en la sociedad moderna: ésta ya no se piensa como la suma de individuos aislados, sino como un conjunto de ciudadanos desiguales pero interdependientes que se prestan ayuda recíproca (…) De ahí a que se aceptara que el Estado podía cumplir una función reguladora de los intereses de las distintas clases sociales solo había un paso.”

En síntesis, la polarización deuda–desendeudamiento está en línea directa con antinomias como nacionalismo–aperturismo, independencia–dependencia, Estado subsidiario–Estado de bienestar. En la historia argentina hubo períodos (mucho más breves que en los que reina la polarización) donde se pensó y aplicaron políticas públicas en búsqueda de una tercera posición. Abrir vías de comunicación entre las polarizaciones, planteando integración de ideas superadoras, sería un camino. Pero para entender la larga historia de antagonismos, los intereses que los mueven, la apretada red que sostiene los mismos, cómo sirven para la geopolítica de las disputas de los países poderosos, todo exige una educación en lectura e interpretación de la realidad, la historia y la geografía, que no puede lograrse sin un sistema educativo y comunicacional afín al interés de la clara comprensión. A pesar de algunos lapsos de esfuerzos frustrados, la generalidad es que el sistema educativo y comunicacional han sido instrumentos de disciplinamiento y manipulación para vivir endeudados, con el fin de la dependencia. No debatir, acordar y diseñarlo tal vez sea la madre y el padre de todas las deudas.

Verónica López
Lic. en Ciencias de la Educación.

[1] Sevares Julio (2005) Historia de la deuda. Dos siglos de especulación. Capital Intelectual.

[2] Torrado Susana (2004) La herencia social del ajuste. Capital Intelectual.

1 comentario

  • No hay u a p investigación que informe con seriedad que pasa con la deuda durante el gobierno de Miley, ahí te das cuenta que todos los medios están comprados, y solo interpretan si rol dentro de la comedia nacional

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