En la larga noche que duró la última dictadura cívico-militar, hubo horas oscuras y tormentosas…muchas. Cada minuto de esa larga noche costo vidas, pero si algo aprendimos los argentinos y argentinas es que aún las noches más oscuras tienen un amanecer, y la luz del sol que ilumina pone claridad sobre la vida y la historia de nuestro país.
En estos días, el cielo se cubre de nubarrones y el atardecer amenaza con una noche sin luna, será momento tal vez de encender fueguitos, de enseñar con mayor ahínco, la historia de juventudes que fueron capaces de dejar el confort de su vida diaria y expresar a viva voz sus demandas. ¡El precio que pagaron fue muy caro! Eso también se debe enseñar, para que las juventudes desarrollen defensas, porque la lucha no solo es castigada, controlada y (a veces) dominada, pero lo más importante es que ese control pretende aleccionar, para que nadie intente volver a luchar, a levantar su voz, ni tan solo se animen a levantar la cabeza.
Una de esas horas terribles fue protagonizada por un grupo de 10 estudiantes secundarios, un 16 de septiembre de 1976, cuando el batallón 601 del servicio de inteligencia del Ejército y la Policía de la Provincia de Bs As, dirigida por el nefasto General Ramón Camps, secuestro, torturó y desapareció a la mayoría de estos jóvenes de 16 y 17 años, estudiantes de la Escuela Normal N°3 de La Plata
La llamada Noche de los Lápices se conoció recién en 1986, cuando en el transcurso del Juicio a las Juntas Militares, la declaración de Pablo Díaz, despejo una de las atrocidades cometidas por la dictadura. Dice Maria Seoane en su célebre libro “La noche de los lápices”, convertido después en película: “La Noche de los Lápices tuvo la virtud de romper con la historia oficial. Lo que hay en La Noche de los Lápices es la demostración del crimen de estado contra adolescentes”
La historia oficial, durante varios años intento instaurar la idea de una“guerra”, que sostuvo la milicia, justificando así su accionar confrontando a la “subversión”. Pero al salir a la luz el secuestro, tortura y desaparición de jóvenes, entre ellas varias mujeres, la teoría tambalea. ¿Cómo explicar que niños (según la Convención de los Derechos del Niño, lo son hasta los 18 años) formaban parte de un grupo armado? También echa por tierra la teoría “de los dos demonios”, que se hace fuerte en los primeros años del primer gobierno democrático, donde se responsabiliza por partes iguales a los que condujeron los diversos “bandos”, unos militares otros montoneros, armados ¿a qué bando pertenecen adolescentes que luchan por el boleto estudiantil? Ambas teorías aún se pretenden sostener desde ciertos lugares políticos, educativos y comunicacionales. Por eso “La Noche de los Lápices” tiene una significatividad supina para revertir argumentos que distorsionan las versiones de los hechos y ocultan las verdades que hubo en la sangrienta dictadura cívico-militar.
Pablo Díaz no solo contó su calvario, sino asumió la responsabilidad (apenas pasado unos años, mientras la sombra de la dictadura aún se erguía grande y fuerte) de nombrar a quienes estuvieron con él, nada fácil por esos días, pues las familias aún permanecían en el silencio, era abrir la puerta a una exposición que podían acordar o no, familias que estaban atravesadas por el miedo y el dolor. Pero Pablo sabía que contar era dejar testimonio para futuras generaciones y también cumplir con el compromiso asumido en el Pozo de Banfield, donde vio por última vez con vida a María Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Horacio Ungaro, Claudio de Acha, Daniel Racero y Francisco López Muntaner. Otra testigo, fue Alicia Caminatti, quien dio testimonio en la denominada “Causa Camps”, detenida también en el “Pozo de Banfield” y que estuviera en contacto con los y las detenidos y desaparecidos de la “Noche de los lápices”.
Si bien, la visibilización de lo ocurrido con estos adolescentes, confrontó la narrativa sobre las causas y consecuencias de la dictadura cívico-militar, y puso en claro las responsabilidades; el hecho jurídico de “inocencia” (pues no se pudo comprobar delito alguno a ninguno de quienes protagonizaron tan terrible destino, con tan corta edad) fue trasladado a la narrativa social y se toma como sinónimo de “inocencia” a lo “apolítico”. Aún se puede escuchar que fueron “inocentes estudiantes que solo luchaban por el boleto estudiantil”, asociando la inocencia con la apolítica. Así por antinomia, la militancia política es considerada causa de culpabilidad. De esta forma, aunque se pudieron derribar las teorías de “guerra” y de los “dos demonios”, es difícil derribar la teoría de “en algo habrán andado o algo habrán hecho”. De esta teoría, muy vigente, se desprende que militar desde un lugar político (partidario, gremial, de género, diversidad y muy actualmente, derechos de la discapacidad) es pasible de ser calificado de “culpable”. Si milita por un derecho, anda en “algo”, ergo es culpable, así la formula.
En 1998, en la provincia de Bs As, reivindicando la lucha de estos jóvenes, se instituye el “Día de los derechos del estudiante secundario” porque el único hecho del que pudieron ser acusados para tan atroz acción, fue el reclamo realizado por el boleto estudiantil, en los medios de transporte.
Históricamente hay que ser lo más verídico posible con los hechos, el movimiento por el boleto estudiantil fue durante 1975, el 5 de septiembre de ese año se reúnen más de 300 delegados de los colegios, representando a más de 3000 estudiantes, organizando una movilización a la casa de gobierno de la Provincia de Buenos Aires hasta que fueron reprimidos con bombas de gas lacrimógeno. El 16 de septiembre de 1976 (un año después) jóvenes que, si bien habían sido parte de aquella movilización, formaban parte de la UES (Unión de Estudiante Secundarios) fueron secuestrados y torturados por efectivos policiales y de personal del Batallón 601 del Ejército Argentino.
El testimonio de Emilce Moler, secuestrada un día después, el 17 de septiembre, da cuenta de una narrativa diferente “No creo que a mí me detuvieran por el boleto secundario, en esas marchas yo estaba en la última fila. Esa lucha fue en el año ‘75 y, además, no secuestraron a los miles de estudiantes que participaron en ella. Detuvieron a un grupo que militaba en una agrupación política. Todos los chicos que están desaparecidos pertenecían a la UES, es decir, que había un proyecto político, con escasa edad, pero proyecto político al fin”[1]
María Claudia Falcone, tenía 16 años cuando fue secuestrada (según el testimonio de su hermano) al ingresar al hall del edificio de una tía, a medianoche, junto a María Clara Ciocchini, cansadas de buscar donde pasar la noche sabiéndose perseguidas. María Claudia era consciente del costo que debía pagar por defender a los más humildes, porque su lucha no fue solo por el boleto estudiantil, durante el 74´y el 75´había realizado trabajos de alfabetización en las villas, lo que la había marcado profundamente al tomar contacto con las necesidades del pobrerío; eso era lo que le apasionaba, lo que la movilizaba, estar cerca de la gente, ponerle voz a las necesidades.
En el año 2006 se declara al 16 de septiembre como el “Día Nacional de las Juventudes” con el objetivo expresado en la ley, de “reivindicar la militancia y el compromiso de aquellos jóvenes que fueron desaparecidos en la última dictadura militar”
Los jóvenes de la “Noche de los lápices” y otros tantos secuestrados y desaparecidos: ¿eran inocentes? Sí, no cometieron ningún delito; ¿eran militantes políticos? Sí, luchaban por una sociedad más justa y equitativa
Vaya esta reivindicación como se puede leer en la dedicatoria del Libro “La Noche de los lápices”
“A los chicos, siempre. Y a todos los adolescentes que, como ellos, se sienten comprometidos con la solidaridad y la justicia, y no consideran una utopía proponer un mundo donde sea más digno vivir.”
La escuela, los profesorados y la universidad tienen la obligación y el deber de enseñar a las nuevas generaciones la verdad de los hechos históricos, pero también tienen que enseñar que hay inocencias que liberan de culpas jurídicas y hay “inocencias” que esclavizan y someten.
Lic. Verónica López
[1] Nota Diario Página 12, 15 de septiembre de 1998.
1 comentario
ciudadano conciente
Muy buena nota. Sería bueno que asimilen su contenido, en primer lugar docentes que gozan de supina ignorancia sobre estos hechos (cuando no los niegan) y luego que lleguen a los jóvenes en las aulas. Una buena idea para los docentes con coraje sería leerla tal cual fue escrita. Cierto que hay colegios cuyos directivos son reactivos a estas ideas pero están felizmente en baja, se les cae la política que los sostienen. Coraje compañeros docentes!!!!