Nuevos aires vienen para el país, para la mayoría la esperanza esta puesta en un cambio de rumbo ha futuro, para la minoría una lúgubre visualización de épocas pasadas, pero lo que sabemos claramente en educación es que, de alguna u otra forma, atravesaran las aulas.
Lo que recorre los pasillos de las instituciones hoy son, básicamente, silencios respetuosos y, en ciertos casos, cruces de miradas (algunas sonrientes y desafiantes, otras serias y desconfiadas). Pero más allá de las individualidades, las instituciones se transitan en comunidad, por lo que abordar temas que acompañen los procesos de construcción, de aprendizajes, de revisitar viejos espacios y resignificarlos en nuevos contextos es tarea de la escuela.
En este marco es oportuno compartir con las y los lectores el pensar de Mercedes Álvarez, profesora de Filosofía, especialista en ESI, quien aborda el concepto de la pedagogía del cuidado en el libro “Pedagogía del Cuidado. La construcción de la cultura del cuidado en la escuela actual” (2021 – Ed Crujía- AAVV)
Expresa Mercedes Álvarez: Resulta fundamental comprender cuál es la manera en que debemos aprender a utilizar el espacio del aula para escucharnos y reflexionar sobre las prácticas cotidianas. Por ellos es importante mantener una pedagogía del cuidado entre docentes y alumnos para que la experiencia educativa se enriquezca.
Durante el proceso de trabajo en el abordaje integral en prevención de consumos problemáticos y adicciones en ámbitos educativos, en el grupo de trabajo al que pertenecía aprendimos que la prevención viene de la mano del cuidado. Descubrimos que de ese modo se posibilita la apertura de puertas desde donde abordar situaciones que cada día se nos presentan a quienes trabajamos con niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Encontramos en la idea de cuidado una roca firme que funciona como cimiento para trabajar diferentes situaciones complejas que se presentan día a día en las escuelas. Este concepto nos lleva a cuestionar nuestras ideas y preconceptos y a reflexionar sobre ellos.
Entendemos la cultura del cuidado como un paradigma que propone un modo de ser y estar en el mundo en relación a uno mismo, al otro y al ambiente. Incluye desde cuidados físicos hasta emocionales y sociales, asumiendo la doble función de prevención de daños futuros y regeneración de daños pasados. Su construcción reclama un abordaje colaborativo que integre las diferentes áreas del Estado, la comunidad, la familia y todo el entorno vincular de los sujetos. Este enfoque propone un abordaje comunitario e integral de distintas temáticas, problemáticas sociales y vulnerabilidades para la construcción de una cultura del cuidado que contrarreste la propuesta dominante del consumismo, una tendencia al consumo innecesario e irreflexivo que compromete el bienestar de las personas, las comunidades y el ambiente.
Para trabajar desde este enfoque es necesario mirar y repensar nuestras representaciones, nuestras prácticas y vínculos. Realizar un recorrido desde lo personal, pasando por lo interpersonal y hacia la comunidad para registrar qué escenarios de cuidado estamos construyendo y qué camino nos queda para seguir fortaleciendo una cultura del cuidado.
No hay educación sin cuidado ni cuidado sin educación. Son nociones que se encuentran íntimamente relacionadas; sería muy difícil poder concebir una sin la otra. Son prácticas sociales inseparables y necesarias para el desarrollo pleno e integral de todo niño, niña y adolescente. En este sentido, toda actividad educativa implica acciones de cuidado y, a su vez, todas las acciones de cuidado poseen en sí mismo un valor educativo. La institución escolar es uno de los espacios más valiosos para ofrecer y recuperar sentidos, resignificar el encuentro y la palabra, y poner en valor la afectividad y el cuidado.
Los cuidados serán posibles con el sostenimiento y la presencia significativa de adultos. Así surgen muchas preguntas: ¿Qué lugar le damos como adultos a la construcción del vínculo con los y las estudiantes? ¿Desde dónde los miramos y nos relacionamos con cada uno de ellos? ¿Con qué gestos los recibimos? ¿Qué lugar le damos a los intereses, necesidades y opiniones de los chicos y las chicas en las propuestas escolares? ¿Sabemos qué les preocupa, qué necesitan y qué motiva a nuestros estudiantes?
Pensamos la presencia significativa de adultos como un modo de estar en el rol que no es la currícula, o sea, como algo más que los contenidos. Porque los y las estudiantes aprenden de nuestros actos, de nuestras actitudes, de nuestros gestos, de las broncas y de las alegrías. Somos ejemplo, nos escuchan y sobre todo nos miran, nos buscan como referencia. Podemos, entonces, ofrecer modos de estar cerca -por fuera de la simetría- que sean capaces de oficiar de soporte en tiempos de cambio y pasajes.
Si como docentes instalamos prácticas cotidianas, experiencias donde los chicos y las chicas puedan transitar la diversidad de las emociones y los estados de ánimo, pongan palabra y den lugar al conflicto y al malestar, estaremos trabajando desde una lógica que contempla el cuidado. Desde esta lógica, en vez de acallar y evitar, habilitamos a la vez que sostenemos; en vez de promover el individualismo y la competencia, promovemos la cooperación y la promoción de valores y prácticas solidarias.
Promover la participación activa, el desarrollo de la autonomía y la toma de decisiones de los y las estudiantes será una de las dimensiones esenciales para transformar la cultura institucional de la escuela en una cultura institucional del cuidado.
Que los y las estudiantes se apropien de las propuestas y proyectos escolares es algo que necesitamos y deseamos que surja al interior de las escuelas; apropiarse significa que nos sentimos parte de algo y que somos protagonistas de ese mundo. Brinda y da sentido a aquellos que son parte. Sentirse incluidos y reconocidos dentro y desde de un proyecto que los convoque es base y cimientos para el fortalecimiento de la cultura del cuidado que proponemos se habite y se sienta en el ámbito de cada escuela.
Creemos que este presente es un buen momento para promover un espacio y un tiempo donde cuestionarnos, dialogar colectivamente y acercarse de modo reflexivo a la pregunta por la educación que queremos hoy y en el futuro. El escenario actual en la educación, nos está mostrando lisa y llanamente que existen otros modos de enseñar, educar y cuidar. Porque hoy toca hacer pedagogía de los cuidados. Una mirada educativa que es urgente incorporar en nuestro sistema de enseñanza, evitando las respuestas cerradas y siempre haciéndonos preguntas.
La propuesta es seguir incorporando herramientas a medida que seamos cada vez más quienes miremos con los “anteojos del cuidado” las escuelas en las que nos desempeñamos.
Las escuelas son un reflejo de los tiempos que se viven, ha proliferado el bullying, la discriminación, la violencia verbal y física, no solo entre estudiantes, sino también entre docentes, entre padres-madres y directivos. La cultura que las y los adultos le mostramos a las nuevas generaciones, desde hace décadas hace mella en la vida social, ya no nos sorprenden muertes por peleas a patadas, ni nos duelen feminicidios en noviazgos violentos. Todo parece ser válido y poco a poco naturalizado.
Solo empezando por una cultura del cuidado tal vez logremos un diálogo intergeneracional, como proponía el gran Paulo Freire “No hay pedagogía emancipatoria que no tenga como base el diálogo, pues significa encuentro entre seres humanos y es condición fundamental para su verdadera humanización” (Freire 1971)