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Nota escrita por: Sergio Brodsky
domingo 6 de agosto de 2023
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“Soldados, no sois máquinas, sois humanos”

"El nazismo no fue otra cosa que el neocolonialismo practicado dentro de Europa, conforme a los principios de la misma ciencia colonialista" (Prólogo de Raúl Zaffaroni al libro "Psiquiatría y Nazismo: historia de un encuentro de Daniel Navarro ediciones Madres de Plaza de Mayo).

Es decir que el mismo sometimiento, la misma explotación, el genocidio que las potencias coloniales ejercieron sobre los enclaves que dominaron fuera de Europa, y a los que consideraban inferiores, infrahumanos, y en esa concepción basaban la destrucción de esos pueblos, fue el que ejecutó el Nazismo contra esos países europeos. Fue esa lucha por el poder y el dominio, que las potencias centrales justificaban en las colonias, la que desató la Segunda Guerra Mundial. Finalmente los aliados, en nombre de la humanidad, la democracia y la libertad, y contra el fascismo, derrotaron el horror del nazismo, que masacró millones de personas, en los campos de concentración, buscando la pureza de la raza.

Nos liberaron del espanto lanzando, un día como hoy, pero de 1945, una bomba atómica sobre la indefensa ciudad japonesa de Hiroshima. En nombre de la libertad, la democracia, y los derechos humanos, aviones norteamericanos descargaron una bomba atómica que borró en cinco minutos, la vida de doscientas mil personas. La guerra ya había terminado, Alemania e Italia ya se habían rendido, Japón estaba vencido, por lo que no cabe ninguna justificación de este hecho espeluznante, horroroso, que nos hace sentir, parafraseando a Primo Levi, que si existió Hiroshima, no existe Dios. Esa bomba, con la que Estados Unidos exhibió su poderío, marcó el inicio de la guerra fría. Fue arrojada en Japón, pero dirigida a la Unión Soviética.

Como fuera, los aviones no se manejan solos, y quienes arrojaron las bombas, esas cuya creación fue alentada por grandes científicos como Einstein, fueron soldados norteamericanos. Soldados que se «entregan a esos individuos inhumanos, hombres máquinas, con cerebros de máquinas y corazones de máquinas» («El gran Dictador» Charles Chaplin). Pero cada uno de ellos siguió su derrotero, a partir de este hecho, arrojar la primera bomba atómica en la historia de la humanidad, que lógicamente marcaría sus vidas para siempre.

Para el General Paul Tibets, ese acto significó el honor de haber luchado por su patria, y la masacre que desató la operación que comandó, no impidió que durmiera con la conciencia tranquila, el resto de su vida.

El otro piloto, Claude Etherly, sin embargo, no tardó en hundirse en una profunda depresión, que lo llevó a la locura, cuando dimensionó la tragedia que ocasionó, al apretar un botón que dio muerte a cientos de miles de seres humanos. Se sintió responsable, y nada pudo justificarlo frente a su conciencia atormentada, de la trágica muerte de hombres, mujeres, ancianos, y niños, masivamente, en cinco minutos, tal como lo había hecho el nazismo, contra el cual, supuestamente combatían.

Sin duda que la locura de Etherly representa en algo el culpable desgarro de la consciencia humana, cuando puede comprender el carácter destructivo de la aniquilación de sus semejantes, en las guerras y en todo acto de violencia y represión. El orgullo de Tibets, por el contrario, representa la consciencia adormecida, la alienación profunda de aquellos que justifican la crueldad y el asesinato de otros humanos. Lo justifican miserablemente cosificando a las personas, despojándolas de su carácter de semejantes, cosificándolos. Así hicieron con los pueblos originarios a los que mataron porque no tenían alma, a los negros porque eran inferiores, a los judíos porque los consideraban impurezas de la raza, insectos (como la oscura percepción que tuvo Kafka al escribir «La Metamorfosis»), y a todas las víctimas de Hiroshima, porque inventaron que eran, todavía, una amenaza.

Siempre «esos hombres con cerebros de máquinas» hacen creer a los soldados que deben matar a otros, porque no son humanos y atentan contra aquellos valores amenazados, con los que justifican la guerra y la destrucción. «Nosotros no matamos personas, matamos subversivos», decían los genocidas argentinos, durante la Dictadura. Es necesario deshumanizar al semejante para aniquilarlo, como lo hacen los poderosos que deciden las guerras y matanzas. Es necesario hacer creer a los soldados que están cumpliendo un deber, al reprimir o asesinar a aquellos que son contrarios a los valores de la patria, la libertad o alguna abstracción semejante. Les hacen creer que esos, a quienes deben masacrar, son sus enemigos, son diferentes y traducen esa diferencia como inferioridad y amenaza que hay que eliminar.

Pero en el mismo acto se deshumaniza el soldado, el gendarme, el policía, y debe, para no desconectarse de su consciencia, de su pérdida de la humanidad, como la que percató y comprendió rápidamente Etherly, enloqueciéndose al instante, también él deshumanizarse, y ponerse así, como lo hacen ahora en Jujuy, cascos y escudos y uniformes, que los transforman en enormes tortugas represoras y asesinas, despersonalizándose y reprimiendo con palos, con balas, con gases, a sus hermanos, por humanos y porque son hermanos de clase, vecinos del barrio a los que el Poder manda a golpear y torturar, anestesiando su consciencia.

En un día tan triste como hoy, en el que se conmemora un acontecimiento en el que la humanidad ha manchado su consciencia para siempre, en el que una bomba mostró la cara más espantosa y degradada de la condición humana, aquella que llenó de orgullo la conciencia anestesiada de Tibets y de los que lo mandaron a arrojar la muerte de miles, en este día tan triste y espacial, en el que recordamos que existió Hiroshima y por eso, difícilmente exista Dios, apostamos a que, sí exista algo que se llame humanidad, y que tenga otra cara, más amable, asociada a la búsqueda de la felicidad a través del amor, y repudie todos los acontecimientos que los bestializan, tal como, en este hermoso alegato, un antibelicista extraordinario como Charles Chaplin, los hace en el discurso final de «El gran Dictador»:

Soldados:

No os entreguéis a ésos que en realidad os desprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas y os dicen qué tenéis qué hacer, qué decir y qué sentir.

Os barren el cerebro, os ceban, os tratan como a ganado y como carne de cañón. No os entreguéis a estos individuos inhumanos, hombres máquina, con cerebros y corazones de máquina.

Vosotros no sois ganados, no sois máquinas, sois Hombres. Lleváis el amor de la Humanidad en vuestros corazones, no el Odio. Sólo los que no aman odian, los que nos aman y los inhumanos.

Soldados:

No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. En el capítulo 17 de San Lucas se lee: «El Reino de Dios no está en un Hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres…» Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravillosa aventura.

En nombre de la democracia, utilicemos ese poder actuando todos unidos. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, las fieras subieron al poder. Pero mintieron; nunca han cumplido sus promesas ni nunca las cumplirán. Los dictadores son libres sólo ellos, pero esclavizan al pueblo. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todos a luchar para liberar al mundo. Para derribar barreras nacionales, para eliminar la ambición, el odio y la intolerancia.

Luchemos por el mundo de la razón.

Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todos a la felicidad.

Soldados:

En nombre de la democracia, debemos unirnos todos.»

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