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lunes 9 de diciembre de 2024
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Nota escrita por: Ricardo Monetta
jueves 6 de junio de 2024
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7 de Junio: Día del Periodista – El periodismo en su hora más amenazante

¿Se puede hablar de "poder" sin hablar del lenguaje? Es que es precisamente el lenguaje a lo que más teme el poder. Por eso intenta neutralizarlo primero con la concentración de los "medios", para que respondan a sus intereses. El periodismo ha sido siempre la relación entre el poder y los ciudadanos. Por eso, el lenguaje constituye el mundo que habitamos, de lo cual surge que la disputa por transformarlo debe incluir cómo hablamos, cómo escribimos, cómo pensamos. Entonces nos preguntamos: ¿Qué rol cumple el periodismo en la instalación de determinadas palabras y en la construcción de realidades?

En esa respuesta está enmarcada, en esa disputa simbólica, que no por ello es menos real, que recientemente ha sido bautizada como «la batalla cultural». En poco tiempo, se transformó en el gran eje de la disputa comunicacional en la cual el periodismo, a la larga, solo tiene un «arma» de acción intelectual que es nada más ni nada menos que la credibilidad del periodista.

Por eso, en este nuevo siglo, con la aparición de cantidades inimaginables de medios, el debate se liberó de los claustros académicos o de la imposición de las pantallas de esa «religión sin ateos», que es la TV. El ciudadano común entendió que los medios construyen realidades. En la batalla cultural entre el poder y el periodismo, suponer que está en juego una disputa económica sería empobrecer el debate: está en juego «el horizonte», el lugar en el mundo de todos aquellos formadores de opinión que se ufanaban con el dedo en alto hace algunos años. Eso es lo que molesta a la corporación periodística, que muchas veces actúa como fiscal y juez, inclinando la opinión del lector u oyente.

Estamos en un proceso de recuperación de la palabra y la acción política, ya que la lucha es contra los medios que se articulan en uno de los brazos constituyentes de la idea globalizadora en la que se han gestado las grandes corporaciones de medios. A esta altura de la soirée, creer que el periodismo representa ese imaginario poder, además de los tres poderes constitucionales, y que esa denominación de «cuarto poder», como contrapoder representativo de los intereses de la ciudadanía, es pura ingenuidad. Porque la lucha es tremendamente desigual. Hay que fijarse en que, en los 90, esos medios, con sus periodistas «adentro», fueron cómplices de los gobiernos que, a través de las recetas del Consenso de Washington, lograron una desregulación total del mercado de la comunicación que permitió la formación de enormes oligopolios comunicacionales. Esto puso a los cuatro poderes de un lado, y a la ciudadanía inerme del otro lado, creyendo que los periodistas que admiraba se oponían al modelo neoliberal. La prensa tradicional fue siempre cómplice de ese modelo. Para ser más preciso, el cuarto poder ni siquiera se transformó en uno de los otros poderes, sino en el principal, capaz de imponerles condiciones de subjetividad a los representantes del pueblo.

Quien diga que la prensa «tradicional» fue crítica de los gobiernos argentinos de los 90, miente. La prueba más concluyente de que el modelo neoliberal NO estaba siendo cuestionado es que Clarín apoyó la continuidad de ese modelo a través de La Alianza, vínculo político que quedó formalmente constituido en el canal Todo Noticias, propiedad del Grupo Clarín. Que la palabra del periodista vuelva a tener la misma importancia de la que alguna vez gozó es casi una disputa central. Porque desde allí se eliminarían todas las instancias institucionales de prueba y legitimidad.

Un fenómeno que se ha venido observando es la pretendida instalación de la llamada «neolengua» que algunos periodistas seudoacadémicos pretenden aplicar no solo como un medio de expresión, sino, y esto es lo más peligroso, para imposibilitar otro tipo de pensamiento. Sabemos que el pensamiento proviene de la cultura y del lenguaje. El desuso de la capacidad comunicativa de la palabra viene de la mano de una cultura que desde hace varias décadas viene privilegiando la cultura de la imagen. En ese ejercicio de la comunicación de la imagen, el desprecio por la palabra está asociado a cambios tecnológicos, hábitos sociales y de consumo. Todo eso responde a una lógica del capitalismo modo Siglo XXI, con una sociedad tan estimulada como desinformada.

Si hay una profesión peligrosa es la del periodista de guerra. El maestro Kapuściński, recientemente fallecido, fue el corresponsal de guerra que en más conflictos internacionales estuvo, como así también nuestra querida amiga Stela Calloni, que nos visitó varias veces. Kapuściński decía que cuando hay una guerra, la primera víctima es la «verdad». Y esto se ha demostrado tanto en la Guerra Ucrania-Rusia como en la de Israel-Gaza. En ambos conflictos, los grandes medios corporativos han montado un engranaje de desinformación para que las sociedades crean una teoría maniquea donde de un lado hay «terroristas» y del otro, fuerzas que luchan por la libertad y la democracia. Hipocresía pura. Tanto EE.UU. como la OTAN conformaron un fondo especial de 1.500 millones de dólares destinados a estimular a periodistas de las principales cadenas de TV, radio y prensa. Y a través de esa «información modelada» de acuerdo al medio que la emite, conseguir un curso de opinión respaldatoria a quienes están en estos momentos jugando con fuego, al filo de la Tercera Guerra Mundial, y si Occidente no reacciona es porque se ha producido un fascismo cognitivo, creándoles en las mentes subjetividades banales.

Que lo diga Julian Assange, el periodista australiano, preso durante 10 años en la Embajada de Ecuador en Londres y ahora en una prisión de Inglaterra, próximo a ser extraditado a EE.UU. por el solo hecho de dar a conocer las atrocidades cometidas por las fuerzas militares de EE.UU. en Irak y Afganistán. En Ucrania y en Gaza, hay más de 113 periodistas asesinados por francotiradores para que no revelen la verdad.

Si hasta en nuestro país, actualmente, el impresentable Ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, presentó querella contra la periodista Nancy Pazos y Darío Villaruel por supuesta apología de la violencia, cuando ellos graficaban de manera explícita el momento de tensión en determinados sectores sociales porque no se repartían los alimentos que había escondido el gobierno. Es decir, que eso se llama intimidación y disciplinamiento para que nadie opine con libertad periodística.

Definitivamente pasamos a engrosar la categoría de ciudadanos vasallos donde las libertades democráticas están siendo arrasadas. Por mi parte, y sé que Diario Junio tiene el mismo sentimiento de independencia, seguiremos en el único camino que venimos transitando: ¡la búsqueda de la verdad!

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