Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia: son dos siglos de historia que, comparados con otros procesos históricos, parecen una miniserie. Pero con pocos capítulos basta para saber de qué va nuestra historia. Nos advertía de ello don Arturo Jauretche, por allá por 1957, posterior al derrocamiento del gobierno de Perón:
“Cualquier ensayo de la realidad argentina que prescinda del hecho fundamental de nuestra historia es sólo un arte de prestidigitación que hurta los términos del problema, que están dados por la gravitación británica en sus tres etapas:
1°: Tentativa de balcanización, parcialmente lograda.
2°: Promoción del progreso en el sentido del desarrollo unilateral agrícola-ganadero (para crear condiciones de la granja).
3°: Oposición a la integración industrial y comercial de nuestra economía, para mantenernos en las condiciones óptimas de la segunda etapa, con un país de grandes señores y peones de la plata al suelo, y una clase intermedia de educadores, profesionales y burócratas para la instrumentación”.
Para entender mejor, invito a observar con ejemplos cómo, uno a uno, los puntos de Jauretche tienen su correlato histórico:
1. Balcanización:
Ganan los liberales en Caseros y se esfuma el sueño de Patria Grande de San Martín. Se constituyen varios de los estados nacionales de lo que hoy llamamos Mercosur (a lo que Milei pretende destruir). Entre 1976 y 1983, con los militares en el poder (puestos allí por los liberales, una vez más), perdemos el Canal de Beagle, aunque el Tratado de Paz fue firmado en 1984; el inicio del conflicto fue en 1977. Muchos son los ejemplos de pérdida de territorio asociado al pensamiento liberal. Basta con recordar a Alberdi, quien pensaba que el problema de la Argentina era su extensión.
Viniendo a la actualidad, en estos días se escuchó al futuro embajador yanqui decir que el problema de Argentina es que hay 23 provincias, o sea, que el federalismo que reina en el Norte es un problema en el Sur. Paradójicamente, el embajador se apellida Lamelas. Ironía que lo envíen justo en este momento a la Argentina, con un gobierno tan entreguista.
2. Argentina-granja:
Los gobiernos de la historia argentina pueden fácilmente pensarse en dos metas económicas: los agroexportadores y los industrialistas de la producción con valor agregado. Los primeros, siempre asociados a los gobiernos liberales, fueron quienes favorecieron la producción del campo, los que nos convencieron de que no solo dan de comer al mundo, sino —y más que nada— les dan de comer a los “haraganes” argentinos, que no aceptan ser peones de campo por casa y comida.
Para los segundos, basta nombrar las políticas de sustitución de importaciones y promoción del mercado interno de Perón; el desarrollo de la industria automotriz y pesada de Frondizi; o el fomento de políticas públicas para el desarrollo industrial en provincias que hasta ese momento no lo tenían, entre ellas Entre Ríos, con Arturo Illia.
En este ligero repaso histórico:
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Perón fue derrocado por los liberales de la Revolución Libertadora (1955), luego del bombardeo de Plaza de Mayo.
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Los liberales pusieron a José M. Guido, con homologación de la Corte Suprema, luego del golpe de Estado (1962) que derrocó a Arturo Frondizi.
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La autodenominada Revolución Argentina (también con espíritu liberal) derrocó, en un golpe cívico-militar, a Arturo Illia (1966).
Tres presidentes electos democráticamente durante el siglo XX, con metas industrialistas en sus perfiles económicos, derrocados por golpes cívico-militares donde los terratenientes agrarios manejaban los hilos de la marioneta de turno. ¡No es pura coincidencia!
Ni hablar de la más sangrienta dictadura del ’76, donde los dueños de las grandes explotaciones agrarias se pusieron a su servicio, tal el renombrado caso del Ingenio Ledesma, por solo nombrar uno.
En el siglo XXI, cuando la sociedad se dio cuenta del uso del militarismo para la protección de los intereses económicos agrarios, vinieron las relaciones carnales con el imperialismo del norte (1989–2001). Posteriormente, las políticas de desarrollo industrial del (peyorativamente) llamado kirchnerismo contribuyeron al crecimiento del poder adquisitivo de una importante franja poblacional, con empleos calificados en empresas nacionales, que hoy se ven destruidas masivamente en beneficio de los grandes pools de siembra.
Se le puso fin con la prisión de la expresidenta Cristina Fernández, avalada por la Corte Suprema, en nombre de la Libertad Avanza. Todos estos gobiernos industrialistas fueron atacados, derrocados y detenidos en nombre de la libertad.
3. A toda esta bipolaridad económica contribuyó grandemente la educación,
en primera instancia, en formar el “sentido común” desde la Ley de Educación N.º 1420, sancionada durante el gobierno de Roca (liberal), que concientizaba sobre el rol del campo en la economía nacional. Basta recordar la obligatoria composición “La vaca” o el tema indiscutible de Ciencias Sociales “El campo y la ciudad”.
A esto se sumó la enseñanza secundaria, con una historia sesgada, demonizando a unos y endiosando a otros, y con un concepto geográfico del país balcanizado. El proyecto se completó con las llamadas “profesiones liberales”, que desde el campo universitario promovieron el desprecio por lo nacional, creando en el “sentido común” la idea de que todo es mejor si es extranjero, o acuñando el tan mentado “este país de m…a”.
Con este sintético recorrido histórico, se pretende llegar a relacionar lo que los gobiernos liberales sostienen como políticas económicas y en qué medida esto afecta a la ciudadanía en general. Porque nada de esto tiene sentido si no se comprende que estas concepciones económicas y políticas atraviesan nuestra vida cotidiana y tienen, cada una, objetivos diferentes:
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Para los primeros, la concentración de la riqueza en pocas manos (la agroexportadora).
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Para los segundos, mejorar la calidad de vida de la población en general, pero sobre todo la tan mentada (y ya olvidada) movilidad social.
La pregunta a responder, para terminar, es: ¿Dónde estamos hoy?
No quedan dudas de que estamos en el autodenominado gobierno liberal-libertario (como si hiciera falta la redundancia). Pero ¿en qué etapa estamos del avance del liberalismo? Para ello, nada mejor que recurrir a las palabras de un liberal: Carlos Moyano Llerena, quien fue ministro de Economía en el gobierno de Onganía, advertía a mediados de los ’90:
“Para aclarar este punto puede ser apropiado mencionar algunos ejemplos concretos de las consecuencias absurdas a que puede llevar, a veces, la negativa a poner límites al mercado:
El tráfico de niños para adopción (…) hay economistas que han sugerido que lo ideal sería establecer un mercado de niños en adopción, que facilitaría notablemente las transacciones (…).
La compraventa de órganos humanos (…) la oferta sin duda aparecería si se pagaran sumas suficientemente elevadas a los dueños de riñones sanos.
La transferencia de contaminación a los países pobres (cita las palabras del vicepresidente del Banco Mundial): “La medida de los daños que la contaminación origina depende de las ganancias que se pierden en razón del aumento de la morbilidad y mortalidad. Por consiguiente, esas pérdidas son menores en los países que tienen salarios más bajos, lo que justificaría económicamente la transferencia”.
No es necesario estar muy informado para terminar como comencé: cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.
En tiempos donde el desaliento a la participación política es “sentido común”, cierro con las palabras de don Arturo:
“La revolución, así sea pacífica, no es como la inauguración de una casa nueva (…) Por el contrario estas terminando el comedor y falta el baño, la mezcla anda derramada por el suelo (…) es el momento en que el viejo revolucionario empieza a preguntarse si no era mejor la casa vieja, que con todos sus defectos respondía a los hábitos adquiridos (…) Su actitud de ese momento es la prueba de fuego, ella nos dice si el luchador estaba en lo profundo de los acontecimientos que reclamaba o sólo en lo superficial, pues debe resignarse al drama del silencio, tironeado entre lo que ve que anda mal, y el mal que hará al proceso que contribuyó a crear si lo combate, pues pronto es arrastrado a la posición de sus adversarios irreductibles. Error éste irreparable, porque una cosa son las críticas a las imperfecciones del proceso y otra el plan revanchista de los vencidos por la historia”[1]
El capítulo final de esta miniserie está en manos de la ciudanía: ¿Qué tan dispuesta está a decidirse por ser un luchador de lo profundo de los acontecimientos?
Verónica López.
Lic. en Cs de la Educ.
[1] Jaureche, Arturo (1957) Los Profetas del Odio y la Yapa. Ed. Corregidor.
[2] Moyano Llerena, Carlos (1996) El capitalismo en el Siglo XXI. Ed Sudamericana.
[3] Ob. Cit.