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Nota escrita por: Ricardo Monetta
domingo 20 de agosto de 2023
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«A los tibios los vomitan las urnas»

En Política, todo es posible si se cuenta con imaginación y decisión. Las PASO son el instrumento que inventó el sistema político para evitar la fragmentación y generar mayor estabilidad en el sistema a través de la consolidación de la "oferta". Es decir, de su concentración en pocas opciones. Una especie de blindaje, por arriba, para encerrar el "ganado" en ciertos rediles predefinidos. Sin embargo, no siempre sale bien. Estas primarias que debían "purificar el espectro político, terminaron siendo la oportunidad para que el profundo malestar que se acumula en la sociedad se exprese con toda su fuerza de corrosión y de manera sorpresiva. Una especie de grito desesperado de quienes han quedado marginados del sistema y que perciben que ya el "futuro no es como antes". Frente a esa manifestación, que se dio en 2019 y 2021, y sobre todo con un "golpe de urnas desesperado", que dejó un tendal de heridos que ya se probaban los trajes del "poder", se plantea un nuevo escenario donde hay que "barajar y dar de nuevo" entre los sobrevivientes de una tormenta perfecta.
tibios urnas

Yo solo describo una situación. No puedo adherir de ninguna manera a un neoliberalismo neo fascista, ni a una ultraderecha irracional con promesas de punitivismo estigmatizante, ni a una entrega de soberanía de los últimos retazos de una República que fue saqueada impunemente, ante los ojos de una Justicia cómplice y venal, dejando acumular los procesos que garantizan la culpabilidad de las élites saqueadoras desde hace décadas.

Lo primero que hay que hacer es lo imposible: introducir a esa voluntad popular que se quedó en un cono de silencio intentando reducir daños, procurar que no cunda el pesimismo y ayudarla a pensar para que recapacite y concentre en descifrar el mensaje de las urnas con mucha atención, sin miedo, sin anteponer los intereses propios y con la mayor sinceridad.

El primer dato relevante de estos comicios es el aumento récord de los votos no positivos desde que se instalaron las PASO en 2019. Como dato podemos decir que en 2011 las cifras de abstención fueron del 24%; junto con los impugnados pasamos al 36,5% en la primaria del Domingo pasado, por encima del 33% de 2015 y del 30,3% en 2019. ¿Qué significa esto? Que estamos frente a la proliferación de ciudadanos afectados por su realidad social y económica, y que además no coincide quizá con quienes no ejercen su derecho a voto. La desafección es la etapa superior al descontento, en tanto va más allá del «voto castigo» (que a veces se convierte en un «tiro en los pies» como en el 2021), que es un voto para cuestionar al gobernante de turno, aunque los anteriores hayan sido los que «armaron la bomba» que estalla ahora. Y también está el «voto bronca», que manifiesta su disconformidad con la totalidad de la «oferta», para expresar algo así como una desconexión respecto de la lógica misma de la representación política. Eligen no creer. Ya no esperan nada. Tal vez algunos de ellos se definan a último momento, pero se rigen por parámetros que nada tienen que ver con la deliberación ideológica o programática. Para reconstruir el vínculo entre estas personas y la decisión colectiva de los asuntos comunes de la sociedad, es necesario un profundo reseteo del sistema político.

¿Por qué ganó Milei se preguntan azorados, aquí en Argentina como en gran parte del mundo? ¿Por qué ganaron Bolsonaro y Trump en violenta disrupción con lo que presuntamente debería haber sucedido y no sucedió? Porque la política concierne al poder. Al poder de los grupos sociales de mantener o modificar los modelos de convivencia y las modalidades de distribución de los recursos que ese poder otorga. Y los dos modelos o ideas antagónicas, estrictamente desde el punto de vista ideológico, no supieron, cada uno a su turno, construir consensos, articular hegemonía, para promover relaciones significativas con el «cuerpo social», o sea el ciudadano marginado, y los jóvenes desencantados, para conformar una «masa crítica» de pensamientos amorfos pero inoculados de una dosis de rebeldía social en medio de la frustración y la desesperanza.

El poder nunca es poseído a la manera de una mercancía o un bien. El poder tiene una concepción. Puede responder a la concepción de prever servicios y perseguir fines sociales colectivos, aunque sean a través de una ideología diferente, o puede responder a una concepción contraria: negar todo lo anterior. Eso es Milei. El aprovechamiento de un sentimiento de incertidumbre de la población, como constante de la existencia, constituye una especie de hábitat de la gente en la que presiente que «el futuro ya no es como antes». Y eso produce angustia, desasosiegos sociales, cognitivos (relativos a la comprensión real de la situación) y sentimientos psicológicos negativos.

El dato central quizá es la emergencia, en el doble sentido de la palabra «emergencia», de una nueva fuerza política que en apenas dos años se convirtió en la más votada a nivel nacional, pese a todos los pronósticos e incluso en contra de los deseos del establishment local, ya que preferían a H. R. Larreta que les aseguraba una gobernabilidad tranquila donde podrían continuar con sus oscuros negocios de siempre.

El libertario pone a sus rivales a la defensiva ya que sus rivales lo combaten cuestionando su ideario de una insólita plataforma, o no explicitando con claridad qué es lo que realmente ofrecen que ilusione a la ciudadanía. Este envión de legitimidad electoral le otorga al líder ultraderechista un poder inmediato para decidir sobre el curso de los acontecimientos, lo que se verificó con la devaluación que adoptó el Banco Central, acorralado por el FMI que operó sobre las debilidades en cuanto a las Reservas del Banco Central, como condición para desembolsar los DEG Derechos Especiales de Giros, que tenían que haberlo hecho anterior a las PASO. Pero el FMI quiso abrirle la puerta a la «derecha», pero no a Milei. Craso error. Ahora están preocupados por un posible triunfo en las generales del «ilusionista» de la política debido a su escasa argumentación de mantener una «gobernabilidad» sustentable de acuerdo a sus intereses.

Por otra parte, la derecha ideológica es mucho menor que los votantes de la derecha, aún cuando es posible que haya crecido en los últimos años. Lo podemos ver en un candidato «trucho», totalmente ajeno al distrito de CABA como Jorge Macri, que solo dice «hola que tal» y ya tiene 28% de los votos. Eso es voto «ideológico». Tradicionalmente, en el distrito porteño, la «derecha pura ideológica» era del 25%, aunque puede haber crecido un poco más por el papel desinformativo de los medios concentrados de comunicación, con esa fórmula identitaria que han logrado al atraer a todo el antiperonismo, o usando su nuevo logro comunicacional de los últimos años: el «antikirchnerismo». Un absurdo total.

Un ejemplo de la minusvalía electoral del peronismo clásico es lo que pasa con el PJ porteño. Incapaz de hacer un trabajo sistemático en función de un proyecto estratégico en relación a un distrito muy complejo, pero en el cual se pueden formular reivindicaciones legítimas que convoquen a una parte importante de la población. En CABA reaparecen cada 3 años y medio para pedir los votos y comprobar que nada ha cambiado… porque nada se hizo en el medio, para organizar, concientizar, generar sociedad civil y aprovechar las demandas ciudadanas.

De golpe, el PJ se ha dado cuenta de que no tiene una estructura política que tome los valiosos y desafiantes planteos que realizaba en cada planteo en sus intervenciones públicas y privadas. ¿O es que acaso sobran «bastones» y faltan Mariscales? Y ahora, en penumbras, le reclaman un acto sacrificial para que se inmole a lo «Juana de Arco» en el altar de la decadencia política de un partido que cuenta con el mismo número de electores, pero cada vez con más intérpretes de actores de reparto y con una ausencia de líderes que tengan representatividad.

Si algo parece demostrar esta elección, es que de la «grieta» no se sale por arriba construyendo puentes en las alturas, sino que la salida es por el «costado», donde está el pueblo en una especie de éxodo respecto de lo políticamente correcto. Para las fuerzas populares progresistas, esta elección ha sido un golpe duro de asumir. La función que no se ha querido ver o asumir está siendo usufructuada por una narrativa de la peor calaña. Pero no todo está perdido. Recordemos que Macri salió segundo de Scioli y luego ganó. Hay que relanzar un proyecto de resistencia y creación, cuya fidelidad esté atada a las necesidades del pueblo, más allá de cualquier cálculo de gobernabilidad o beneficio político sectorial. Eso es lo urgente y más importante. No olvidemos que: «A los tibios, los vomitan las urnas»…

 

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