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Concordia
domingo 13 de octubre de 2024
Nota escrita por: Fosforito
domingo 18 de junio de 2023
domingo 18 de junio de 2023

Abrazo de oso

“Oh Padre…/ Veo el mundo, siento el frío/ Qué camino seguir/, al borde de la ventana/ Veo al mundo sobre un estrepitoso caballo de tiempo/ Veo los pájaros en la lluvia/ Oh querido padre, ¿podés verme ahora?/ Soy yo mismo, como vos de alguna manera/ Voy a montar la ola, adonde me lleve/ Voy a aguantar el dolor/ Libérame” (Canción “Release” de Pearl Jam)

Por Fosforito

Personas que tienen a su padre vivo y lo aman, personas que lo han perdido y lo extrañan cada día de su vida. Personas que lo sufren, que lo enfrentan, que reniegan de él o que nunca lo conocieron. Personas abandonadas por su padre, personas buscadas por su padre. Personas que se lo quieren sacar de encima, que ven un ser despreciable. Personas que construyeron un vínculo frío y distante. Personas que sienten que, además de padre, es su mejor amigo… 

-El Tano dice que sólo deberían votar los que pagan impuestos, los que tienen alguna propiedad, que…

– O sea que tu amigo el Tano, que no sabe hacer la O con el culo de un vaso,  dice que él sí puede votar porque heredó la casa de la mamá y yo no porque a mi nombre sólo tengo el documento.

Dicen que lo primero que uno olvida de las personas es la voz. Lo comprobé tiempo después. 

Tengo una memoria de su tono, de su timbre, de la manera en que articulaba las palabras, pero no puedo recordarlo con fidelidad. Hay algo que falta, una nota que se fue con él.

Sin embargo puedo recordar con precisión, e incluso imitar, el modo en que impostaba la voz para llamarme con tono burlón por el seudónimo con el que solo él me llamaba: -“¡Fosforito!”, gritaba escondido detrás de la puerta o del auto. Le gustaba provocarme, hacerme calentar, y esperaba con ansiedad mi embate furioso de niño fastidiado, para contenerme entre risas hasta que su abrazo de oso me recordaba quien era el hombre fuerte en esa casa. 

Las palabras eran escasas entre nosotros. Las conversaciones profundas siempre necesitaban de un testigo, alguna interpósita persona, para darme lecciones de la vida por elevación. Para hablarme como si no estuviera hablándome a mí. O decirles cosas a sus empleados, a mis amigos, para que luego me las dijeran a mí. 

Yo era uno de esos hijos que critica mucho y admira a regañadientes y en silencio. Lo amaba, pero no quería parecerme a él. 

Para mi su amor estaba en lo que hacía todos los días: El trabajo duro por la familia; las veces que llegaba cansado y me pateaba unos penales en el patio; cuando en su único día para descansar salía de la cama para llevarme a remontar barriletes; cuando me dejaba correr el techo del auto y pasear por la ciudad con la cabeza afuera aunque hubiera una temperatura bajo cero; cuando me enseñaba a pelear para tomar represalias contra los que me boludeaban por ser gordito; cuando me llevaba a verlo jugar al fútbol y comíamos mandarinas sentados en la caja de la camioneta del Gringo; cuando me hacía parte de sus pasiones para ver si me enganchaba y lo acompañaba en alguna; o cuando alzaba y jugaba con sus nietos, y ya mucho más viejo, intentando hacerlo mejor que conmigo.

Creo que eran las mejores maneras en las que podía decir: «Estoy aquí para ti, hijo». A veces, simplemente estar presente y hacer lo mejor que se puede es suficiente.

Nunca me hizo sentir que estaba solo. Siempre podía contar con él… hasta que se marchó una noche, de imprevisto, muy inoportuno, y para siempre.

Dos veces lo vi frágil: la vez que murió el abuelo, la otra cuando la cosa con mamá – yo ya viviendo en mi casa- parecía no tener arreglo.

Lo vi llorar, entonces, dos veces: por el miedo a la soledad y el dolor de la muerte.

Fue un alivio cuando pude ver a papá sin la coraza, con la voz de mando quebrada…

Y ver a un hombre de carne y hueso. Parecido a mi.