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lunes 2 de diciembre de 2024
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Director: Claudio Gastaldi
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Nota escrita por: Tekoá Cooperativa
domingo 17 de diciembre de 2023
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Educar para el Placer

"Andan el pesar y el placer tan apareados que es simple el triste que se desespera y el alegre que se confía" Miguel de Cervantes

Hacia fin de año, suelen hacerse dos cosas: realizar un balance de lo realizado o pensar en proyectos para lo que se viene.

Tal vez a unas semanas de terminar el 2023, aún con un tiempito para el balance, la propuesta es pensar en qué se podría hacer con miras a los años venideros, no solo en el 2024, sino pensando en nuevas perspectivas educativas para formar a las niñeces y adolescencias, incluso y, porque no, aspirar a la formación de las juventudes universitarias y terciarias.

Nos anuncian tiempos donde la fortaleza frente al malestar será necesaria. La educación, tradicionalmente ha preparado más para afrontar la frustración, los malos momentos, que el placer. Tal vez por eso, pareciera que el umbral de resistencia de la sociedad frente al dolor es bastante alto. Ser sometida una y otra vez al maltrato, la violencia y el ninguneo pareciera no sorprender a nadie ni desestabilizar el humor rápidamente. Nos dicen alegremente que se deberá sufrir, que lo que nos espera es dolor y la sociedad lo acepta con resignación y hasta cierto grado de sentido de merecimiento. ¿Nos merecemos sufrir? ¿Qué rol ha tenido la educación en esto de aceptar el sufrimiento? Hemos sido educados, y educamos aún a hijos y alumnos, a vencer y superar las dificultades de la vida, para soportar el dolor moral y físico, pero nadie nos ha enseñado ni enseña que tenemos que concedernos a nosotros mismo también placer [1]

Considerando que en educación nada es inocente, seguramente tampoco lo fue (es) poner énfasis en educar para el dolor, para aceptarlo, soportarlo y hasta comprender su merecimiento.

Por esto, la propuesta es pensar en un cambio radical en las bases educativas y empezar a educar para el placer, para la satisfacción y el merecimiento. Así seguramente iremos construyendo en las jóvenes generaciones, mayores anticuerpos para confrontar la violencia social del sufrimiento, solo quien conoce el placer podrá distinguir el dolor lo suficiente como para defenderse de él.

Es cierto que el instinto de vida y el instinto de muerte forman parte de la naturaleza humana; y es cierto que, por razones de supervivencia, la evolución biológica ha proporcionado al hombre una reacción emotiva más intensa ante el peligro y el miedo que ante la esperanza y la seguridad. Por tanto, es mucho más difícil alcanzar la serenidad que la depresión, y si por añadidura deseamos sentir más placer, acabamos por permitirnos muy poco por temor a dejarnos llevar por las sensaciones, por miedo de “sentir”, de despertar al “animal” que dormita en nosotros.

Es característica de nuestra cultura la íntima relación existente entre deseo y culpa, entre placer y pecado. Desde los primeros años de la vida se impone al niño que se avergüence de cualquier forma de placer, y esta precoz represión le condena desde la infancia a no desarrollar plenamente sus propios instintos naturales. “Portarse bien” se convierte en sinónimo de reprimir instintos, de modo que la mayoría de los hombres y mujeres no sólo han recibido una educación contraria a sentir y cultivar el placer, sino que hasta llegan a tenerle miedo. Una barrera de vergüenza y de prejuicios gravita sobre las viejas generaciones, pero no sólo sobre éstas. El problema es rara o superficialmente tratado y discutido. Se opta por el silencio y la apatía, simulando desconocimiento[2]

Se pueden escuchar discursos que interpelan a ciertos grupos por desear un par de zapatillas nuevas (“alta yanta”), por sentirse parte con un celular Android, ni hablar si la suerte ha traído a sus posibilidades el acceso a un Smartphone. Irse de vacaciones, comer un buen asado en familia, tener un techo seguro y abrigado en invierno, todos estos aspectos que parecen solo ser parte de los permitidos deseos de una clase social, para el resto son vergonzosos pecados producto, seguramente, de capitales mal habidos. He aquí la educación interviniendo para reprimir el placer, y preparar para el dolor que implica la ausencia de aquello que se desea.

El placer da miedo porque representa algo que no se conoce claramente, aún en el plano cultural. El pensamiento que hasta ahora ha predominado en Occidente ha sido siempre el de dejar de lado el problema del placer, siendo como es una vivencia fundamental de la experiencia humana. ()

Se ha impartido siempre una educación para el dolor, nunca para el placer. Los mismos médicos han sido preparados por los estudios universitarios para curar el dolor, no para promocionar el placer. Y, sin embargo, ya está científicamente demostrado que también el placer contribuye a la salud física y psíquica de la persona.

Supera el miedo al placer, hacer de éste un factor de promoción personal; éste es nuestro programa. El hombre, al aprender a disfrutar del placer que le ofrece la vida puede llegar a convertirse, poco a poco, en más humano; adquiere así esa “vitalidad” que ayuda a aceptarse y a quererse uno mismo, llegando por tanto a una mayor integración de varios factores del psiquismo. Además, estimula la relación interpersonal; es decir, acepta querer también a los demás consiguiéndose una mayor integración social. [3]

La invitación es a pensar nuevas fronteras educativas donde el placer sea parte del aprendizaje, de la enseñanza, también del hacer docente. Porque elevar el umbral de aceptación del placer, dará como resultado equilibrar el permanente sufrimiento al que una gran parte de la sociedad parece querer autoconvencerse que es el único camino posible.

 

Lic. Verónica López.

Tekoá Cooperativa de Trabajo para la Educación

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