Todas las épocas han sido y serán de incertidumbre, el gran desvelo del ser humano siempre fue su conciencia de futuro; es el único ser de la naturaleza que tiene dos certezas: una, que la vida tiene un final y otra que cada día vivido es un día menos. Esto conlleva una permanente ansiedad por el mañana, fluctuando entre el deseo de que sea mejor que ayer y el miedo a que sea peor que hoy.
Ahora bien, partiendo de esta incertidumbre irresoluta, el ser humano a escrito la historia con la búsqueda de encontrar formas adecuadas de sobrevivir lo más dignamente en medio de esas fluctuaciones, esas formas a lo largo del tiempo se pueden englobar en lo se ha dado que llamar “orden social”.
¿Qué es el orden social? Para Durkheim (1858- 1917) La sociedad ideal no está por fuera de la sociedad real, sino que forma parte de ésta. Lejos de que estemos repartidos entre ellas como se está en frente de dos polos que se rechazan, no se puede pertenecer a la una sin pertenecer a la otra, pues una sociedad no está constituida tan sólo por la masa de individuos que la componen, por el territorio que ocupan, por las cosas que utilizan, por los actos que realizan, sino, ante todo, por la idea que tiene sobre sí misma. Y es indudable que llega a dudar sobre cómo debe concebirse: la sociedad se siente arrastrada en direcciones divergentes. Pero cuando estos conflictos estallan, no se desarrollan entre el ideal y la realidad, sino entre ideales diferentes (Durkheim: 1992) Para Karl Marx (1818-1883) el orden social es una estructura de clases y relaciones de producción que beneficia a la clase dominante, dado que la estructura económica influye en gran medida sobre las otras esferas de la vida social y explota a la clase trabajadora; mientras que para Max Weber (1864-1920) el orden social es el resultado de las relaciones de poder y autoridad en una sociedad, donde las diferentes instituciones y estructuras sociales mantienen el equilibrio y la jerarquía, estas instituciones constituyen lo que Weber denomina “burocracia” que son quienes imponen comportamientos que evitan la conflictividad entre los intereses individuales.
Someramente se pueden leer aquí las tres grandes concepciones sociológicas de “orden social”: la positivista de Durkheim, la materialista de Marx y la hermenéutica de Weber. Los tres fueron contemporáneos y realizan sus análisis en relación a un ciclo que se inició en el SXVIII: el capitalismo.
Avanzado el SXXI podemos decir que el orden social del capitalismo dista mucho de aquellas épocas, pero dentro de sus coordenadas se fueron logrando ciertos acuerdos sociales que se consideran en tensión permanente para sostener la estructura social vigente.
¿Cuáles serían esos acuerdos? El valor de la vida, el cuidado de la casa común (ambiente natural), el respeto por las diferencias y la conciencia de construir un sistema social más humano e igualitario, lo que no quiere decir que todos reciban riquezas por igual, sino que, se basa en el hecho de que el aporte que realiza el individuo sea según sus posibilidades y lo que éste reciba sea según sus necesidades, este postulado dio origen a los grandes logros de fines del S XX y principios del S XXI que se podría englobar en el sistema social de derechos.
Pero este postulado también puso en alerta a quienes quieren un cambio radical del orden social actual. ¿Por qué? Porque la concepción en donde las personas aporten según sus posibilidades y reciban según sus necesidades, puso en evidencia las grandes desigualdades sobre el que sentó sus bases el capitalismo. El crecimiento económico de algunos en desmedro de la salud física y psíquica de otros, quedó al desnudo cuando los grandes teóricos de la sociología empezaron a desmenuzar cómo funcionaban las relaciones sociales y cuáles eran sus consecuencias. Promediando el SXX, estas teorías empiezan a recorrer las sociedades que, agrupadas en diferentes instituciones (a saber: gremios, escuelas, universidades, mutuales, bibliotecas públicas, clubes, etc.), se transforman en materia de análisis, reflexión, debates y, fundamentalmente, demandas y exigencias, hasta obtener logros que paulatinamente fueron achicando la brecha diferencial.
Fue entonces que presurosos por romper la cohesión social aparecen los profetas del odio (para que se entienda, los antiderechos), con el fin de poner límites y, en lo posible, fin a ese “orden social” que cada vez ven como más amenazante para sus intereses económicos de concentración y privilegios.
¿Para qué? Para imponer un orden social que garantice la continuidad de lo iniciado en el SXVIII. Entonces ¿qué podemos hacer? Poner nuestra mirada en “aquel orden social”, cómo se fue gestando inicialmente en la relación feudal “siervo/señor” donde las familias respondían a un señor dueño de tierras quien, a cambio de casa, comida, y protección exigía fidelidad (hasta entregar la vida) y trabajo a destajo para que su producción sea recogida en beneficio del terrateniente. Esto derivó en la llamada “modernidad” donde los recursos comienzan a concentrarse en manos de los propietarios y aparecen nuevos recursos entre los que se encuentra “el conocimiento” y su consecuencia, la gran “industrialización”. Para ello era necesario que mayor cantidad de personas accedan a manejar “algunos” conocimientos, siempre controlados desde la mano invisible del capitalismo. Hasta que, como agua entre los dedos se le comienza a escapar el control y se encuentran en el dilema de continuar concentrando capital a cambio de ofrecer reconocimientos según las necesidades y por lo tanto resignar cierta parte de la riqueza o volver al sometimiento feudal apostando a que las necesidades básicas satisfechas (de la gran mayoría) sean suficientes para mantenerse vivos y conformarse con eso.
Esta tentativa de resolver el dilema con la relación “siervo/señor” tuvo varios intentos desde mediados del SXX entre la que podemos destacar dos: la dictadura cívico militar de fines de los ’70 y el descarnado avance neoliberal de los ’90. Sabemos ambos como terminaron: en un baño de sangre y dolor (del que aún seguimos intentando sanar heridas) y una transferencia de riqueza fenomenal de la clase media/trabajadora y media baja hacia el reducido grupo de clase alta. En ambos casos obtuvieron una gran victoria, la ruptura de las redes sociales de contención: corrompieron los gremios, desarticularon las mutuales, vaciaron de ideas las escuelas, desfinanciaron a clubes y universidades, alimentaron (de la mano del gran hermano invisible, los medios de comunicación y las redes sociales) el mayor temor del ser humano, la incertidumbre y el temor al futuro.
El terreno está preparado, ya arrasaron con lo que obstaculizaba sus intereses, están sembrando, vienen por el orden social de la cooperación, la equidad, la igualdad de oportunidades, el reparto justo de la riqueza para imponer el “orden social” que les permitió a unos pocos concentrar la riqueza que nos exhiben, pero que no están dispuestos a distribuir.
¿Qué podemos hacer? Defender lo logrado y reparar la red social que han destruido.
Lic. Verónica López
Tekoá Cooperativa de Trabajo para la Educación