Más tarde, Américo Vespucio hará una descripción que dará palabras a la sorpresa y la encasillará en los significados del invasor: “Estos salvajes no tienen ni leyes ni fe, viven en armonía con la naturaleza, entre ellos no existe la propiedad privada porque todo es comunal, no tienen fronteras ni reinos, ni provincias, y no tienen rey, no obedecen a nadie, cada uno es dueño y señor de sí mismo, son un pueblo muy prolífico, no tienen herederos porque no tienen propiedades”.
Y el mismo Colón escribe su primera impresión en el momento mismo del encuentro en su diario: “Son la mejor gente del mundo, sobre todo la más amable. No conocen el mal, nunca matan ni roban, aman a sus vecinos como a ellos mismos, y tienen la manera más dulce de hablar del mundo, siempre riendo. Serían buenos sirvientes, con cincuenta hombres podríamos dominarlos y obligarlos a ser lo que quisiéramos”, programa del posterior saqueo, cinco siglos igual.
Los fundamentos del genocidio en la necesidad de expandir el espacio vital y en la supremacía racial reiterarán su lógica cuando, en la primera parte del siglo XX, inicien esa dominación internamente. El gobierno de Milei, negacionista de la Dictadura Cívico-Militar-Eclesiástica, denominó otra vez este 12 de octubre como Día de la Raza, exhibiendo una actitud de provocación que ya no sorprende a nadie, aunque repugna y entristece invariablemente por los valores en juego y porque la brutalidad retrocede al tiempo en que la otredad era significada en términos de superioridad y no de diversidad cultural, la más bella y enriquecedora forma de experimentar y definir las diferencias humanas.
El mismo racismo y la misma sorpresa adoptará la oligarquía argentina ante el “aluvión zoológico” que el 17 de octubre metió las patas en la fuente para reclamar por la liberación de quien reconoció sus derechos y su dignidad, fecha que asimismo marcó un punto de inflexión en la historia argentina. Se trata de la esclavitud en el caso de los originarios, del exterminio de su historia, su lengua, su humanidad, su cultura, su religión y su libertad; y, en cambio, de la liberación de la opresión y la explotación, también fundado en sentimientos raciales (los “cabecitas negras”), en la fundación del peronismo que se arranca las cadenas para producir el “hecho maldito del país burgués” (1).
Entre el 12 y el 17 está la historia reconociéndose como dialéctica del amo y el esclavo, está en el centro la lucha del hombre por liberarse de sí mismo, o de su rostro más salvaje de lobo del hombre, excusando el sojuzgamiento y la eliminación del “otro” en la falaz paradoja de hacerlo en nombre de la civilización y el progreso, de defender las masacres de grupos humanos a “causa” de su barbarie e inferioridad racial. En tiempos en que todas las diversidades debieran ser celebradas, y aquellas que por más vulnerables son vapuleadas, la de los pobres, los ancianos, los estudiantes, los niños, los hambrientos, los “locos”, es necesario, en nombre de la libertad, la verdadera, la que se lleva siempre en el corazón, más allá de la corrupción y el olvido, luchar y cantar, de nuevo, una vez más.
(1) John William Cooke.