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La realidad sin las tres banderas
A pasado mucho tiempo, en el que el peronismo supo ser una usina de ideas, una herramienta de transformación social y una expresión genuina de los sectores postergados. Hoy, en cambio, se ha convertido en una parodia de sí mismo, atrapado en una espiral de personalismos vacíos, pactos de supervivencia y un cinismo político tan explícito que ya ni siquiera intenta disimularse. Que lejos quedaron las tres banderas, un símbolo de dignidad y lucha de millones de compañeros y compañeras.

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La decadencia no llegó de golpe, donde se premia la obsecuencia y se castiga la capacidad. Figuras que ya han demostrado su insolvencia, tanto moral como intelectual, son recicladas sin pudor, con el único mérito de su lealtad a un caudillo de turno o de haber sido funcionales al gobierno anterior o al de turno. El resultado es una oferta política que oscila entre el patetismo y la negligencia.

El personalismo ha vaciado al peronismo de debate interno, de pensamiento estratégico y, sobre todo, de futuro. El verticalismo, otrora eficaz en tiempos de conducción férrea, hoy se reduce a la aclamación automática de decisiones erráticas, donde la rosca suple a la construcción política real.

Los cargos públicos se han transformado en una especie de recompensa simbólica por la lealtad ciega, sin que medie evaluación alguna sobre la trayectoria, la idoneidad o la capacidad de gestión. Así, se multiplican en las listas los nombres que fueron sinónimo de fracaso y de gestión opaca. Y no solo eso hoy integran el gobierno de turno sin importar las políticas que se llevan adelante.

Lo más preocupante no es la decadencia de una dirigencia anquilosada, sino el daño colateral que esto produce: se desalienta a las nuevas generaciones, se expulsa a los cuadros valiosos y se profundiza el desencanto social. Se construye, sin quererlo (o queriéndolo), la narrativa perfecta para quienes hoy capitalizan la bronca.

¿El peronismo puede reinventarse? Tal vez. Pero para eso deberá hacer algo que ha evitado sistemáticamente: mirarse al espejo sin autoindulgencia. Abandonar la lógica del reparto feudal de poder, recuperar el debate ideológico y, sobre todo, dejar de premiar la mediocridad como si fuera virtud.

¿Sorprende el gobierno actual? A algunos sí. A mí no. Porque quienes hoy nos gobiernan no llegaron solos. Alguien les dejó la puerta abierta. Es más: se la abrieron con amabilidad, les tendieron la alfombra y hasta les entregaron las llaves del futuro, mientras discutían negocios y se negaban a asumir errores. No fue un descuido. Fue complicidad. En el mejor de los casos, una ceguera política que hoy resulta imperdonable.

Hoy, los dirigentes tradicionales se comportan como pinos: altos, rígidos, convencidos de su grandeza, pero sin permitir que nada crezca debajo. No hay lugar para nuevas ideas ni para nuevas personas. El resultado: un ecosistema político monocorde, sin aire ni renovación. Y lo peor es que muchos lo prefieren así. Les aterra lo nuevo porque amenaza con poner en evidencia lo obsoleto de su liderazgo o las sociedades comerciales interpartidarias que todavía hoy sostienen.

A los que todavía tienen responsabilidad política: háganse cargo del desastre que dejaron crecer. Basta de excusas. Basta de escudarse en la historia para justificar la inacción presente. Hay tiempo para rectificar el rumbo, pero hay que abrir el juego, dejar de temerle a los nuevos. Que la foto no sean solo tres en una mesa con la excusa del “no me quedó otra”.
Pero no todo está perdido. Hay señales de renovación en lo local. Aparecen, nuevas voces, nuevos rostros, con la osadía de pensar distinto y la frescura de no deberle nada a nadie. Personas que no deben favores, que no cargan mochilas ajenas, y que tienen ganas de hacer las cosas bien. Ver esos nombres es, sinceramente, una alegría. Porque la política necesita renovación, no en el discurso, sino en la práctica.

A los que se aferran a un poder sin ideas, está claro: el tiempo se les está acabando. Y a quienes están intentando construir algo nuevo: no están solos. Hay quienes, desde distintos lugares, todavía creemos que la política puede ser algo más que una rosca infinita entre figuritas vencidas.

La historia no absuelve a los que repiten errores. Y los pueblos, aunque tarden, terminan castigando a quienes los subestiman.

José Ramón Cabrera, representante Frente Surge,

1 comentario

  • ciudadano conciente

    Un buen aporte para el debate que nos debemos. Bien pintado el cuadro de la situación actual. Hay que ver si hay oídos para atender el reclamo que hace la nota.

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