La economía está en bancarrota. Algunos todavía dicen que la culpa es de los “últimos 70 años”, aunque ya casi no se animan a afirmarlo tan abiertamente, pero quedó flotando en la nube que sobrevuela la cabecita de quienes aún eligen ser “libres”.
¿Hay culpas? ¡Sí, las hay y muchas! Se traducen en miles de dólares acumulados en deuda, aunque no hace falta ir tan atrás como 70 años: basta con remontarnos a 2018. ¡Ahí está la raíz madre de este desastre! Claro está que, en estos siete años, le sumamos una condicionada negociación y un dislate financiero nunca visto en la historia argentina.
La noticia de esta semana es que el equipo económico fue llamado a “dirección” (como pasa en la escuela cuando te portás mal), y de allí saldrán las condiciones para ver qué tanto alargamos la agonía. Hace tiempo que lo que más molesta al norte financiero, para sus negocios, son las leyes y normas laborales de nuestro país. Argentina ha sido emblema de una legislación laboral prodigiosa (en otras épocas) que poco a poco se ha ido deshilachando, gobierno tras gobierno, deuda tras deuda. Siempre la normativa laboral está en la mesa de negociación. Esta vez no será la excepción.
Pensando en lo que seguramente serán las próximas luchas del campo laboral, y mixturadas con la mentada “convicción” de los jóvenes de una “libertad” conquistada —libertad que, individual y solitariamente, los hace esclavos de patrones, porque es sabido que la economía capitalista solo funciona con un patrón y cientos… miles de trabajadores a su servicio—, me surge oportuno traer a la memoria los sucesos de la historia argentina que marcaron un hito en la lucha de los trabajadores: la “Semana Trágica” de 1919.
Una Argentina en transformación
¿Cómo era aquella Argentina? Los primeros años del siglo XX expresaban los cambios sociales de las olas inmigratorias. En cincuenta años los colonos habían producido en las tierras nacionales, y sus hijos y nietos buscaban un lugar en la sociedad y, por lo tanto, en la economía. La última oleada inmigratoria, pos Primera Guerra Mundial, trajo nuevas ideas de Europa, y la riqueza que generaba el modelo agroexportador se volcaba a un incipiente nuevo modelo: la sustitución de importaciones.
Tal vez toda la historia argentina de allí en más (de una manera simple) pueda reducirse a eso: ¿la riqueza producida por la explotación de la tierra se reinvierte en la Argentina o se usufructúa en el exterior?
Lo cierto es que los cambios sociales y políticos eran inevitables. Se construía una nueva sociedad y, como siempre sucede, debía aparecer quien o quienes sintetizaran y representaran a esa comunidad.
El éxodo del campo a la ciudad trajo aparejado un creciente aumento del pequeño comercio y la industria. Se desarrolló fuertemente la industria de la alimentación, la construcción y la metalúrgica. Las ideas circulantes encontraron dos caminos de representación: los ligados a la creciente burguesía se volcaron al radicalismo y al nacionalismo; por otra parte, el crecimiento industrial dio origen al trabajador empleado, que encontró en el socialismo y el anarquismo su mejor expresión en la representación gremial.
Así, hacia la primera década del siglo XX, la disputa de poder iba a estar ligada a la burguesía y la clase obrera.
El voto (solo para varones) llevó al gobierno al primer representante de la clase media nacional —comerciantes, pequeños industriales, primeros profesionales—: el radicalismo ganó las elecciones. Una nueva etapa dio inicio, finalmente, en comicios limpios y con principios firmes como la reparación histórica y el respeto al federalismo. Se alzaba como el primer gran movimiento político nacional.
Todo parecía florecer para el crecimiento nacional, pero la guerra mundial hizo entrar en crisis las economías y, como sucederá una y otra vez, cuando las casas matrices se quedan sin fondos, salen a rapiñar en las sucursales. Si alguien debe pagar el pato, no serán ellos, sino nosotros. La economía entra en recesión, los ingresos bajan y el desempleo crece (era 1917, no 2025, aunque se le parezca y mucho).
1917–1919: del conflicto obrero a la represión
En 1917, los obreros de los frigoríficos entran en conflicto, solicitando una jornada laboral de ocho horas, el pago de horas extras, aumento de sueldo y feriado el 1° de Mayo, como Día del Trabajador. En la actualidad hay muchas actividades laborales que no cuentan con estos beneficios; mayoritariamente se creen en “libertad” y desdeñan a quienes aún conservan los derechos.
El conflicto derivó en el despido de los dirigentes gremiales, por lo que se inicia una huelga a la que adhieren los trabajadores portuarios.
¿Qué nos deja como enseñanza esto? Lo que sucedió: la Sociedad Rural solicita al presidente Yrigoyen que intervenga, y las embajadas de Gran Bretaña y Estados Unidos presionan para que se resuelva el conflicto, porque las tropas aliadas se quedaban sin provisiones.
¿Cómo se resolvió? Yrigoyen mandó la Marina a reprimir la huelga, aunque obligó a la patronal a aceptar parcialmente las demandas.
La situación económica mundial no mejoraba y la crisis se expandía golpeando (como siempre) a los sectores de menos recursos. Al reducirse las ganancias de los sectores poderosos, la transferencia de recursos se hace desde el sector trabajador. Aumenta la inflación, se reducen los sueldos y aumentan las horas de trabajo (siempre la misma ecuación). En 1919 se realizan 317 huelgas.
El año 1919 inicia con el conflicto de los talleres metalúrgicos Vasena. La historia llamará a estos hechos la “Semana Trágica”. Desde el 2 hasta el 12 de enero se producirán una serie de eventos que dejarán un saldo de alrededor de mil muertos.
Se inicia con un reclamo por aumento de salarios y jornada laboral justa. La patronal se pone firme e intenta romper la huelga. Entre los días 3 y 7 de enero se producen varios enfrentamientos con grupos armados rompehuelgas, sustentados por la patronal y posiblemente armados por la policía.
Este grupo civil armado se dio en llamar Liga Patriótica. Su accionar tenía como objetivo enfrentar a los “rojos” (es paradójico cómo la historia nos pone espejos que rara vez miramos: hoy tenemos “Las Fuerzas del Cielo”, con la urgencia de hacer “desaparecer” a los zurdos de m…).
El ataque del día 7 de enero a los huelguistas se cobra cuatro vidas de obreros y la de un joven que tomaba mate en el patio de su casa, cercana a los talleres Vasena, además de dejar más de veinte heridos. Inmediatamente, los trabajadores marítimos de La Boca, también en conflicto laboral con los dueños de los astilleros, se declaran en huelga general.
El duelo, el acuerdo y la huella histórica
Al día siguiente se velan los cuerpos, y la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) dispone un cese de actividades para asistir al sepelio.
El día 9 se inicia el cortejo fúnebre a pie, con los cajones llevados en hombros por los compañeros. Los comercios cierran sus puertas y las casas sus ventanas en señal de respeto y duelo. En la esquina de San Juan y Boedo se suma el cortejo del joven.
Los cinco féretros recorren las calles con una columna de más de cinco mil personas que los acompañan. En el trayecto son atacados (también en el cementerio), presumiblemente por la policía y agentes de la Liga Patriótica. Los obreros se defienden con adoquines y piedras.
El gobierno de Yrigoyen llama a acuartelar a la milicia y envía al jefe de Policía a entrevistarse con los directivos de Vasena. El sábado 11 de enero, Vasena se reúne con Yrigoyen; se otorga la libertad a los delegados de la FORA y la dirigencia sindical, en diálogo con los obreros, logra el levantamiento de la huelga general.
El domingo 12 de enero se llega a un acuerdo entre la Casa Vasena y los obreros: la jornada laboral será de ocho horas, habrá un aumento de salarios entre 20 y 40 %, se suprime el trabajo a destajo y se respetará el descanso semanal de un día.
A cien años: ¿qué historia escribimos?
Estos logros para el trabajador asalariado, un siglo después, estarán en la mesa de negociación (y entrega) cuando se realice la reunión Caputo–Bessent: uno, ministro de Economía de Argentina; el otro, secretario del Tesoro de Estados Unidos.
La forma de trabajo de cada argentino y argentina estará en juego. ¿Qué sucederá? No lo sabemos. Lo seguro que podemos marcar son las diferencias de época. En aquellos tiempos, el gobierno elegido por el pueblo llamaba a la patronal, articulaba la conflictividad y arbitraba en favor de la clase trabajadora. Hoy, el gobierno se rinde a los pies de la patronal, se arrodilla vergonzosamente entregando (probablemente) a todo su pueblo trabajador.
Muchos derechos se perdieron entre los últimos años del siglo XX y la actualidad. La juventud que integra el mundo del trabajo ha perdido gran parte de lo que otrora se consiguiera.
Anónimos trabajadores dieron su vida para que nuestros padres y abuelos tengan tiempo para jugar con nosotros un domingo, ayudarnos a estudiar y llevarnos a la escuela, pues su jornada laboral de ocho horas lo permitía.
¿Seremos la generación que escriba las líneas de haber entregado esos derechos? ¿Estaremos a la altura de lo que la historia nos demanda?
Aquellos obreros de la “Semana Trágica” lo estuvieron. También lo estuvieron los comerciantes y los habitantes desde sus casas.
¿Será la ciudadanía capaz de acompañar? ¿Será la educación de las niñeces y adolescencias capaz de enseñar las verdades históricas para mantener viva la memoria?
La historia se está escribiendo.
Verónica López
Lic. en Ciencias de la Educación