EE.UU., a lo largo de su historia, ha intentado desplegar sus intereses a partir de conflictos armados en terceros países, siempre alejados de su espacio continental, excepto cuando decidió anexar por la fuerza casi la mitad del territorio mexicano.
Así controló durante el siglo XX “su patio trasero” latinoamericano, invadiendo, extorsionando tanto económicamente como a través de golpes militares, instalando dictaduras y doctrinas acordes a sus necesidades estratégicas, siempre con la colaboración de las oligarquías locales.
Después de la Segunda Guerra Mundial, siempre asociado a los intereses ingleses, controlando Europa Occidental e iniciando la Guerra Fría, se ocupa EE.UU. del control del Pacífico profundo con la 7.ª Flota, apoyando a Taiwán en su enfrentamiento con China, desencadenando primero la guerra de Corea, como después la de Vietnam, involucrando a Laos y Camboya, y apoyándose en bases militares en Filipinas y otros países del sudeste asiático.
Esta supuesta Guerra Fría, al amparo de Naciones Unidas y sus instrumentos de la posguerra, surgida en función de “garantizar la paz mundial”, creó un Consejo de Seguridad, donde los países triunfantes ejercieron hasta ahora el veto a cualquier iniciativa que involucrase sus intereses.
Así surgió en 1948 el Estado de Israel y el de Palestina, que nunca llegó a conformarse, porque nunca debía serlo, en los acuerdos secretos del control anglosajón del Oriente Medio, a través de un Estado, Israel, destinado a ser el brazo ejecutor para ocupar toda Palestina, sur del Líbano y Siria, tanto por las afluentes de aguas dulces, para su desarrollo, como por los recursos de gas y petróleo, en su proyección a Irán, con la complacencia del Sha Reza Pahlevi, como de Libia.
Después de la caída del muro y con plena hegemonía anglosajona, la OTAN, que hasta entonces eran 21 países, pasa al día de hoy a tener 32, sin un Pacto de Varsovia que la enfrente. La pregunta que surge entonces es: ¿por qué su persistencia? La respuesta está en la estrategia de ocupar Eurasia, desplegada ya en los años 70 por Brzezinski, asesor de Nixon y Kissinger, que entonces ya afirmaba “que el primer paso era Rusia, que es un país, pero que con Crimea es un imperio”.
Desde la caída del muro hasta el 2001, EE.UU. despliega centenares de bases militares en el mundo, iniciando, a partir del autoatentado de las Torres Gemelas, un proceso de invasiones a Irak y Afganistán. Ante el fracaso de la guerra desplegada contra la Revolución Islámica de Irán, que desplazó al régimen del Sha, por lo cual envió a Hussein desde Irak a derrotarlo.
Una guerra Irán-Irak de 8 años, con un millón de muertos, que finalmente terminó en derrota para los intereses de EE.UU. y dio lugar a la nueva estrategia, que persiste hasta la actualidad.
Ya no era la Guerra Fría, sino que el enemigo era el “islamismo terrorista”, desplegando en el mundo atentados llamados de “falsa bandera”, al ser producto de operaciones encubiertas de servicios de inteligencia de la CIA, el Mossad y el MI6 británico, como quedó demostrado ahora con el ISIS, grupo mercenario, sangriento y terrorista en Siria, con el fin de acabar con el gobierno de Bashar.
El ISIS, que actualmente se adueñó del poder, está siendo recibido por Trump y la Unión Europea como jefe de Estado sirio.
Eso demuestra la hipocresía política internacional, ya que el objetivo actual de EE.UU., junto a Inglaterra, es impedir la consolidación del mundo multipolar, en especial un ataque frontal a los BRICS+, que han constituido más de 22 países asociados, incorporando a la 4.ª potencia como Indonesia, lo que termina por desbalancear el comercio mundial al promover la creación de una moneda única de intercambio, desplazando al dólar, lo cual agudiza la situación interna de EE.UU., ya de por sí crítica.
China y Rusia fueron declarados “enemigos” por la OTAN, a demanda del mundo occidental liderado por el eje anglosajón, que maneja una Europa entregada a su estrategia de guerra.
Esto explica la multiplicación de conflictos, en una lucha por el hegemonismo que el mundo unipolar intenta seguir controlando, pese a haber perdido todas sus ventajas comparativas, desde la inteligencia artificial —donde China lleva 10 años de ventaja a EE.UU.— hasta la comercial, en donde el gigante asiático, junto a los BRICS+, ASEAN, Liga Africana y Árabe, la CELAC y la Organización de Cooperación de Shanghái, apoyadas por los Bancos de Infraestructura e Inversión chino y el Nuevo Banco de Desarrollo de los BRICS, financian sin extorsiones sobre las soberanías los procesos de desarrollo en los países emergentes.
De esta nueva realidad dan cuenta los procesos descoloniales africanos como Malí, Níger y Burkina Faso, además de Senegal, que han desplazado a las potencias dominantes desde Francia a Inglaterra, que durante siglos saquearon sus riquezas y empobrecieron sus pueblos.
Este proceso lo vive la Argentina con el gobierno lacayo de Milei, que nos atrasa 150 años y nos arrastra a una situación de fragmentación colonial, funcional a los intereses de EE.UU., tanto de saqueo de los recursos como de la necesidad de debilitar a la Argentina con el fin de impedir un nuevo UNASUR.
BIBLIOTECA
Alberto Methol Ferré: América Latina Siglo XXI, Ed. Edhasa
Emir Sader: La guerra infinita. Terror y hegemonismo, Ed. CLACSO
Walter Formento: Crisis financiera global, Ed. Peña Lillo
