El legendario Carlitos, aquel que «canta mejor cada día», solo falta comprobarlo, basta con escuchar una de sus canciones para confirmar que es la mejor versión.
El tango es un «pensamiento triste que se baila», según la precisa definición de Discepolín. Es un pensamiento profundo, universal y atemporal, una verdadera filosofía de la vida, del amor, del desgarro, del sufrimiento y del tiempo que devora la existencia humana.
Por eso, el tango conmueve más allá de las épocas y los lugares. Por eso se dice que el «tango te espera», porque en algún momento de la vida, «te atrapa» en alguna encrucijada amorosa, en la mordida dolorosa de una pérdida o desengaño, cuando una herida se abre en lo más profundo del corazón. Ahí el tango es letra y música que se silban para adentro, en una catarsis tan precisa para nombrar y elaborar las emociones que Moffatt lo consideró una especie de tangoterapia.
Las superestructuras del poder económico prohibieron esta expresión cultural nacida de las orillas y los márgenes, como siempre ha sucedido con la cultura de los pobres y marginados. La Iglesia Católica formalizó la prohibición en 1917, cuando emitió un decreto que inhabilitaba el tango, especialmente el baile, considerándolo pecaminoso, libidinoso e incluso depravado. Cualquier goce o placer de los pobres ha sido condenado por la Iglesia en su función de imponer un cuerpo solo destinado a sufrir para trabajar y reproducir el orden de explotación. Siete años después de ser considerado indecente, el 1 de febrero de 1924, la Iglesia Católica levantó la prohibición del tango, luego de que una pareja bailara frente al Papa Pío XI, quien no encontró nada condenable en esa música y ese baile.
En 1943, la dictadura nacionalista persiguió al tango y censuró su lenguaje fundamental, el lunfardo, por considerarlo indecente e inmoral. Solo se permitió su uso a cambio de la transformación patética de sus letras. Por ejemplo, «Yira Yira» solo podía cantarse como «camina camina», y el inicio de «Mano a mano», que originalmente decía «rechiflao en mi tristeza hoy te evoco y veo que has sido, en mi pobre vida paria solo una buena mujer», solo podía expresarse como «te recuerdo en mi tristeza y al final veo que has sido, en mi existencia azarosa, más que una buena mujer». Esto despojó a las letras de toda fuerza poética, exponiéndolas al absurdo impuesto por todas las dictaduras. Recién en 1949, Perón levantó esta extraña prohibición.
Uno de los tangos más perseguidos fue «Pan», que sufrió la censura de todos los gobiernos dictatoriales. Su autor, Celedonio Flores, escribió este tango en 1932, narrando la desesperación de una persona que no tiene trabajo y roba un pan para alimentar a su familia. Por este acto, es víctima de una larga e injusta condena que evidencia la parcialidad del Poder Judicial y las desigualdades sociales y económicas, revelando el castigo a la pobreza. En el mismo año, se creó un tango extraordinario que refleja las consecuencias de una década infame, generando una crisis económica con desocupación y miseria, sobre todo en los sectores populares. Este tango expresaba que, si habría «crisis, bronca y hambre, que el que compra diez de fiambre, hoy se morfa hasta el piolín». Se llama «Al mundo le falta un tornillo», siendo el único tango que tiene la palabra «mundo» en su título.
Ayer, mientras miles celebraban con algarabía las promesas de ajuste y sufrimiento, recordé tristemente este tango que señala que un universo completo puede enloquecer, negando la percepción de lo insoportable y transformándolo en el síntoma de un futuro venturoso, convirtiendo la locura en una indecente crueldad cuando el ajuste y el dolor son para otros.